Había tanta gente en la marcha que la consigna: “nos vemos en la marcha” fue imposible. Un éxito. Un triunfo. Histórico. Cecilia Olea, feminista, ha recordado la famosa primera marcha emblemática: “Cuando el 25 de noviembre de 1981 salimos a las calles no fuimos más de cien mujeres. Fuimos duramente criticadas por tener como demanda ¡Basta de violencia contra la mujer!; desde la izquierda nos dijeron que más importante era luchar contra el hambre y el terror; desde la derecha nos decían que ese era un problema individual en el cual el Estado y la sociedad no debía intervenir”.Han pasado 35 años de esa marcha y lo que sucedió el sábado #13A es la continuación de esas pioneras y valientes mujeres que salieron a la calle y fueron estigmatizadas. Calificadas de “feministas” como si fuera una injuria, felizmente no segaron en reclamar y persistir. La violencia hacia nosotras no ha mermado, al contrario, pero la conciencia que tenemos sobre la necesidad de erradicarla rebalsó toda expectativa: no solo en Lima, en Cusco, en Iquitos, en Tacna, en Trujillo, en Moyobamba y un largo y beneficioso etcétera, sino atravesando todos las diferencias políticas, de clase, étnicas y de credos. Los órganos estatales han reaccionado, aunque no todos de la misma manera. Felicito al premier Zavala y a su equipo que participó, incluso a PPK que se hizo presente; pero deploro que los vocales de la Corte Suprema —incluyendo a Elvia Barrios Alvarado, una jueza proba, que pudo tener buena intención pero no olfato político— hayan creído que iban a pasar inmunes porque colgaron dos banners en la fachada de Palacio de Justicia. El día de la marcha salieron a levantar la mano sobre las escaleras repletas de policías, como si la marcha no tuviera como objetivo concreto luchar en contra de la corrupción e indiferencia de todos los funcionarios que consienten la impunidad ante el asesinato de miles de mujeres (“estamos en las calles/ por jueces y fiscales”). Pero lo peor de todo es que no permitieron ni a Cindy Arlette Contreras ni a Lady Guillén ingresar para una audiencia. El público presente reaccionó abucheándolos y rechiflando: “Poder Judicial/ vergüenza nacional”. Estudié derecho y sé que el ámbito de los abogados, jueces, fiscales, secretarios de juzgado y demás operadores, se estructura a partir de un formalismo exagerado, lleno de venias y falsos respetos, pues lo formal es sumamente importante para la administración de justicia. Pero los procedimientos —que garantizan la presunción de inocencia, por ejemplo—, se han convertido en el verdadero objetivo de muchos, olvidando que en realidad el objetivo de sus vidas como operadores del sistema legal de nuestro país debería ser la justicia y no el proceso. Llegar a la justicia y no esquivarla perdiéndose en entramados y laberintos jurídicos. Por eso mismo, el grito de mujeres golpeadas, algunas que asistieron en sillas de ruedas pues sus esposos las habían dejado parapléjicas, tiene que permanecer como un eco permanente entre los pasadizos alfombrados de rojo de Palacio de Justicia. Afuera, ¡doctores!, vivimos nosotras las mortales, sin alfombras y con una inmensa sed de justicia. Por eso les gritamos y exigimos que actúen. ¡Actúen antes de que mueran más mujeres!