Conforme avanza esta campaña, y se percibe que los candidatos que encabezan las encuestas de intención de voto son incapaces de generar entusiasmo (están estancados o caen), podría abrirse espacio para algún candidato emergente. En las últimas elecciones, pese a que siempre se habló de elegir “el mal menor”, hubo también un candidato que encarnaba la novedad y la esperanza. Ese candidato fue Alejandro Toledo en 2001 y Ollanta Humala en 2006. En 2011 empezó a percibirse el agotamiendo en la generación de ofertas políticas: Keiko Fujimori no era una novedad sino la vuelta del pasado, Humala perdió su calidad de outsider, y los otros eran políticos ya conocidos. En esta elección, hasta el momento, la “novedad” es César Acuña, entre comillas porque ha sido dos veces congresista y alcalde, gobernador regional, y lidera un partido que participó en las elecciones generales de 2006 y 2011. Si bien votar por figuras consolidadas asegura, como dice Lourdes Flores, “experiencia y liderazgo”, las mismas arrastran inevitables “mochilas pesadas” con todo tipo de piedras. Pero optar por las nuevas implica riesgos. La elección de Alberto Fujimori en 1990, por supuesto, es el primer y más emblemático ejemplo. Llama por ello la atención que algunos estimados colegas que apoyaron a Fujimori en 1990 y a Humala en 2011, y luego se sintieron “traicionados”, minimicen hoy las denuncias contra Acuña. O que antifujimoristas furibundos de ayer como Anel Townsend defiendan hoy con ardor a un personaje que recuerda tanto a Fujimori. El fraude en los grados académicos de Acuña es muestra elocuente de que estamos ante un personaje dispuesto a todo para conseguir lo que quiere. Es lo que consagró Alberto Fujimori como sentido común en la década de los noventa: en nombre de los fines, todos los medios son válidos. Golpe de Estado, escuadrones de la muerte. Por supuesto el contexto es otro, pero la lógica es igual: fraguar grados académicos para construir un consorcio universitario, usar la universidad como soporte de campaña política, gobernar con estrategias clientelísticas. También es igual el desparpajo: exhibir “la yuca” como símbolo, “plata como cancha” como lema. Convertir el vicio en virtud. El affaire Acuña debe servir para llamar la atención sobre las “mochilas” de los candidatos y qué responden frente a ellas. Los sentenciados y procesados por delitos diversos en la lista congresal de K. Fujimori, los conflictos de interés con PPK, los múltiples problemas de corrupción durante el último gobierno de García, los cuestionamientos a las finanzas del Toledo. Lo insatisfactorio de sus respuestas podría abrir espacio para el crecimiento de alguno de los candidatos hoy pequeños, como Julio Guzmán, Verónika Mendoza o Alfredo Bernechea, cuya credibilidad y confiabilidad todavía está por demostrarse. Lo interesante es que los líos de Acuña podrían ayudar a poner la honestidad en el centro de la campaña. Los electores están también cansados de la mentira y de la corrupción.