No todos sabían hasta ahora que el bombardeo de Guernica fue planeado como un gentil regalo para el cumpleaños de Adolfo Hitler, el 20 de abril de 1937. El autor de la idea fue el ministro Herman Goering, deleitado por la idea de que por primera vez la Luftwaffe iba a ser capaz de destruir totalmente una ciudad. El ataque con bombas incendiarias estaría a cargo de la Legión Condor y de su jefe von Richthofen. Sin embargo, los preparativos se prolongaron y el bombardeo se realizó el 27 de ese mes. Guernica era un poblado vasco sin defensas. A las cuatro y media de la tarde, cuando empezó el ataque con bombas incendiarias, los pobladores huyeron a los refugios. Poco después salieron a atender a los heridos. Entonces los aviones nazis volvieron a la carga con aviones volando al ras y ametralladoras hasta lograr su objetivo: cientos de muertos, la desaparición del setenta por ciento de las construcciones de la ciudad. Hitler recibió su regalo con tanta alegría que se propuso hacer lo mismo dos años después, con su siguiente objetivo: Varsovia. Un artículo de John Richardson en el New York Review of Books comenta el libro de Xavie Irujo, Gernika, 1937: La masacre del día de mercado, y nos recuerda uno de los efectos más inmediatos de ese episodio. Cuando el poeta Juan Larrea, que trabajaba en la embajada de España en París, se enteró de lo que había ocurrido, tomó un taxi hacia el Café de Fiori. Sabía que Picasso iba allí con frecuencia. Cuando lo encontró, le dijo que ya tenía el tema para el mural que debía pintar para el pabellón de España en la Exposición Internacional de París. “Pero no sé cómo se ve una ciudad bombardeada”, le explicó Picasso. “Como un toro que ha caminado en una tienda de porcelana”, le dijo Larrea. Una semana después, Picasso se había puesto a trabajar. Richardson entrevistó a Dora Maar, quien fue testigo y tomó fotografías de todo el proceso de composición. Ella le contó que el foco de luz que aparece está copiado del estudio donde Picasso trabajaba. Richardson añade que Conchita, la hermana de Picasso, figura repetidas veces en los primeros diseños. Seis años menor que él, Conchita había muerto de difteria en La Coruña y Picasso nunca iba a olvidar el modesto entierro de la niña un día de lluvia. Picasso siempre sintió una culpa apasionada por la suerte de Conchita y algunos han explicado sus contrastes con las mujeres por la veneración sin remedio hacia su hermana. Cuando el Guernica fue presentado, nadie lo quería. La prensa francesa lo ignoró. Los organizadores del pabellón español en la Exposición de París objetaron que era demasiado abstracto. Solo Max Aub, agregado cultural español, lo defendía. Según Buñuel, tanto él como José Bergamín y Rafael Alberti detestaban el cuadro y con gusto lo habrían hecho estallar. El artista vasco Uceley lo describió como “siete por tres metros de pornografía, defecando en el País Vasco”. Picasso recuperó el cuadro y lo envió a Londres y a Escandinavia. Fue allí donde empezó su reconocimiento. Hoy puede verse en el Museo de la Reina Sofía pero también en internet, su furia intacta. Y felizmenteHitler ya no puede celebrar más cumpleaños.