Genio y figura. Esta semana, la muerte interrumpió la vida del escritor mexicano en pleno trabajo creativo. Sus novelas se orientan a auscultar los laberintos de la historia de su país y de América Latina., Felipe está sentado en una cafetería esperando un ómnibus. Ve un anuncio. Alguien está buscando un historiador. Felipe se asombra del sueldo que ofrecen, cuatro veces mayor al suyo como maestro. Lo extraño es que la dirección del solicitante no es la de una universidad o un instituto. Es una dirección particular. Cuando llega a la casa, nadie contesta la puerta. Entra y escucha una voz. Es la de una anciana. La señora Consuelo está en una cama, iluminada por velas. Le informa a Felipe que su trabajo será escribir las memorias de su marido. Para ello, la condición es quedarse a vivir en la casa. Entonces alguien aparece en la habitación. Es Aura, la sobrina de Consuelo. Aura tiene unos ojos verdes, deslumbrantes. Felipe se queda pasmado. La historia de amor y de terror ha empezado. Felipe es un prisionero de la casa, y de ella. La historia la habían contado Henry James y Alfonso Reyes pero Carlos Fuentes le dio un brillo particular. Aura, que escribió durante cinco días en un café parisino, es sin duda una de las obras más importantes escritas en la América Latina. Se publicó en 1962 y en sus 62 páginas la historia adquiere un brillo y una coherencia que todavía pueden deslumbrar a cualquier lector. En uno de sus momentos cumbre, Felipe cae sobre el “cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abiertos, extendidos de un extremo al otro de la cama, igual que el Cristo Negro que cuelga del muro de su falcón de seda escarlata, sus rodillas abiertas, su costado herido, su corona de brezos montada sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con hojuela de plata”. Este estilo de frases largas va a dirigir la atención de los lectores. Pero incluso en este relato de amor, aparece la referencia a la historia mexicana. El personaje cuya historia debe escribir Felipe en la casa de la señora Consuelo es un militar francés que vivió en México. Si hay algo que define la obra de Fuentes, es sin duda su pasión por explorar la historia mexicana. Gonzalo Celorio comparó uno de sus primeros libros, La Región más transparente (1958), con un fresco de Diego Rivera. La región más transparente es un intento por describir la ciudad de México como una expresión del país. El interés histórico y social con frecuencia prevalecen sobre el narrativo, y aun así es un libro muy atractivo, aunque fuera solo por los trozos de descripción urbana. Toda esta primera época de Carlos Fuentes, incluyendo novelas como Cambio de piel, que cuenta la historia de Javier y sus amigos al pie de la pirámide de Cholula, sigue siendo interesante. Luego algunas de sus obras se fueron haciendo desmesuradas, quizá de un modo innecesario, y otras fueron perdiendo la intensidad que Fuentes había mostrado al comienzo. Al final de su vida ya había perdido muchos lectores. Y sin embargo, un autor siempre merece ser juzgado por lo mejor que ha escrito y su legado como escritor con esas primeras obras ya estaba asegurado. Con él desaparece uno de los últimos ejemplos del escritor como un actor social y a la vez como una conciencia de la sociedad. Otro modelo que desaparece con Fuentes es el de la novela como espejo de la sociedad. Hoy, con la globalización, los escritores más jóvenes parecen más dispuestos a hablar de las historias de otros países o de escribir novelas intimistas o fantásticas. Fuentes mantuvo una vida joven hasta el final. Semanas antes de morir, hizo una gira por América Latina, firmó ejemplares en la feria de Buenos Aires, dio un discurso en Brasil sobre la educación. En una entrevista, publicada un día antes de su muerte, dijo que “o uno se siente joven o se lo lleva la chingada”. Acababa de terminar una novela sobre Nietzsche, titulada Federico en su balcón. Asimismo declaró que el lunes siguiente (mañana) empezaría su nueva novela, El Baile del Centenario, para la que ya había tomado algunas notas. Morirse de pronto, y pensando que uno va a escribir una novela el lunes siguiente: la mejor muerte para un escritor.