Política

Carmen Mc Evoy: “Vizcarra heredó una maquinaria que es ineficiente hasta la médula”

"El virus nos ha encontrado con un Estado penetrado por la corrupción", sostiene la historiadora Carmen Mc Evoy en diálogo con La República. "¿Cómo podía ser posible que un Estado sin fortaleza interna para defenderse frente a tramas delictivas pueda pasar a defenderse frente a un virus?".

La historiadora Carmen Mc Evoy aprovechó el confinamiento para terminar un libro (Terror en Lo Cañas: sociedad y violencia política en Chile 1891) en coautoría con su colega chileno, Gabriel Cid. “Lo hemos seguido escribiendo a la distancia. Es sobre una matanza en una hacienda cerca de Santiago”, señala.

Y a fin de año también publicará otro libro coeditado con Marcel Velásquez y Víctor Arrambide sobre la expedición libertadora de San Martín (en setiembre se cumplen 200 años de su desembarco en Paracas). En la siguiente entrevista responde sobre la pandemia y el Estado peruano.

Es un discurso repetido que la pandemia nos ha mostrado las deficiencias históricas de nuestro Estado. Será interesante escuchar a los candidatos presidenciales en pocos meses, a ver qué ofrecen. En todo caso, es como si los peruanos hubiéramos vivido, no digo engañados, sí sedados por cumplidos autorreferenciales, como “el milagro peruano” o “el crecimiento económico peruano” que hacían pensar en que teníamos una hoja de ruta, un camino a seguir. ¿Pero esto es como un volver a empezar, no es cierto? ¿Esta crisis qué enseña sobre el Perú?

A pesar de haber vivido etapas sumamente difíciles, como la hiperinflación durante el gobierno de Alan García -inédita en nuestra historia contemporánea- o el conflicto armado con Sendero Luminoso- con miles de muertos algunos sin identificar, amén de un país postrado económicamente- no hemos procesado adecuadamente nuestras experiencias límites.

¿A qué se refiere?

Pienso que a pesar de iniciativas, muy puntuales y rescatables, carecemos de una reflexión nacional honesta e inclusiva sobre las razones de las trágicas vivencias que, a lo largo de nuestra convulsionada historia, marcaron a sangre y fuego a millones de peruanos.

¿Es algo así como que el Perú no ha ido al psicólogo?

El Perú no se ha echado en el diván. Somos un país de post guerras irresueltas e insuficientemente explicadas luego de que el conflicto armado termina. Y esta última post guerra, aunque el concepto no guste a los que consideran que Sendero Luminoso no merece el término de combatiente militar, nos condujo a la ficción que el crecimiento económico es la panacea que todo lo resuelve.

Más aún, que es mejor andar de compras por el mall, con tu tarjeta de crédito usurera, que reflexionar en voz alta sobre lo que dejaste atrás. Que si no es debidamente procesado te llevará irremediablemente al mismo lugar. Paradójicamente es un virus, sin vida, el que actualmente nos enfrenta, como a muchos países alrededor del mundo, con los fantasmas de un pasado irresuelto.

Y tendría que haber una reflexión, no solo ya sobre los temas pasados, sino sobre lo que enfrentamos ahora.

Exacto. Posiblemente ahora ya no podemos evitar esa reflexión. Antes lo hicimos porque vino un gobierno autoritario, esa ficción del crecimiento que mencioné, y eso nos llevó por caminos de evasión.

¿Qué diría del Estado peruano?

Diría que el virus nos ha encontrado con un Estado penetrado por la corrupción, lo que significa que es un Estado que inmunológicamente hablando, estaba debilitado, sin defensas. ¿Cómo puede ser posible que un Estado sin fortaleza interna para defenderse frente a tramas delictivas pueda pasar a defenderse ante un virus? Es imposible.

El liderazgo de las élites es un tema importante. En situaciones como las que atravesamos ahora se ve qué dirigentes tenemos. Hay dos grandes sectores, público y privado. Primero lo público. Martín Vizcarra es un presidente de crisis. ¿Qué ideas le genera la actuación presidencial en estos momentos?

El presidente Vizcarra heredó una maquinaria que aunque rica -tenemos miles de millones de dólares en reservas- es ineficiente hasta la médula. Tanto así que no tiene censados a sus ciudadanos y por eso el reparto del bono fue un desastre y, de acuerdo a los expertos, ayudó a incrementar el número de contagiados. Todo se hizo en cámara lenta frente a un virus que avanzaba a miles de kilómetros por hora.

Declara el presidente que todos son generales después de la batalla, el problema acá es que, en mi opinión, no existió un comando que, para usar el símil militar de Vizcarra, entendiera la verdadera dimensión de la guerra, previamente peleada por italianos y españoles. Un comando, conformado por los mejores, que con todos los recursos a su disposición enfrentara a un enemigo invisible que no toma prisioneros o si lo hace es para matarlos. La tentación caudillista, que es parte de nuestra historia bicentenaria, se impuso y no se dio la agencia a otros actores, colectivos ciudadanos, comunidades alto andinas, provincias e incluso al empresariado nacional.

¿Vizcarra cedió al caudillismo?

Pienso que por la misma precariedad del Estado, la única manera de enfrentar la crisis es por una especie de decreto autoritario: cierre de fronteras, nadie entra, nadie sale, toque de queda.

Eso en todos los países, ¿no?

Claro, en todos los países. Hacen eso en un primer momento, luego te pones a pensar en cómo va actuar el colectivo. Noto que no se cedió poder a ciertas regiones que estaban haciendo bien su trabajo, o a comunidades altoandinas. No se les preguntó cuál era su estrategia, por ejemplo. En el Perú, cada región tiene su propia dinámica y por eso los esquemas autoritarios funcionan hasta cierto momento.

El martillazo inicial fue bueno, pero el tiempo que se compró no sirvió para distribuir el poder con otros actores. Nadie pide imposibles, porque este Covid no ha sido derrotado en ningún lugar del mundo, sin embargo trabajando en comunidad posiblemente se hubiera podido tener mejores respuestas. Esa imagen de Celia Capira correteando a la caravana presidencial, que se hace más dramática aún con la noticia del fallecimiento de su esposo, enmarcada con el posterior “perdóneme” del jefe de Estado, lo dice todo. Así como, también, las declaraciones estrambóticas del gobernador de Arequipa dicen mucho sobre la inoperancia del gobierno regional.

No repartir 40 toneladas de material sanitario donado a inicios de la pandemia es una vergüenza por decir lo menos y me imagino que la Fiscalía tomará cartas en el asunto. No sé si existe la vacancia por incapacidad moral para los gobernadores pero negligencias de este tipo muy bien la ameritan.

¿Qué espera de este último año de Vizcarra?

Imagino que la agenda estará centrada en la pandemia, no hay mucho que esperar. El Estado ha colapsado, no solo el central sino las entidades subnacionales. Posiblemente el gabinete buscará reactivar la economía, es la discusión que trae Pedro Cateriano, ante el agotamiento de recursos y la pérdida acelerada del empleo. Y a eso hay que sumarle el objetivo de la vacuna, para ponernos en la cola y no quedarnos al azar. Y bueno, está el frente político, con este Congreso que no nos va a ayudar.

Hablemos ahora de las élites privadas. No defiendo el discurso de que lo privado es malo o el empresariado es malo, tampoco. Sin embargo, los voceros empresariales -los que salen en medios- me parece que han demostrado una ausencia de empatía evidente, como Confiep, y ya ni hablemos de sectores específicos, como clínicas, ciertos bancos. ¿Qué piensa al respecto?

Como muy buen lo señalas no es posible afirmar que todos los empresarios son intrínsecamente malos y que por el hecho de ser un empresario no tienes derecho de participar en una cruzada por la vida, que es lo que realmente está en juego en esta pandemia. Acá me refiero a la vida que no tiene precio en el mercado, como no lo tienen los bosques, los mares o los ríos del Perú.

El problema es que personas entrenadas en el lucro permanente, y además desregulado, son incapaces de cambiar su chip mental. Y eso es lo que estamos viendo: la pandemia como oportunidad de ganarse alguito. Lo que debe ser extremadamente doloroso para aquellos que están en la primera línea de fuego. ¿Cómo se sentirá una enfermera o un policía de ver el lucro desvergonzado de la dupla clínicas-compañías de seguro desplumando a los moribundos? Más aún, a sus familiares, a los que persiguen hasta el infierno para cobrarles cuentas impagables.

No existe compasión en el mundo del “business is business” y ese es otro asunto que deberemos discutir cuando pase la pandemia. La salud no puede ser un negocio y por ello hay que apuntar a la creación de un sistema de salud pública de calidad que resguarde un derecho constitucional que muchos olvidan, el de la vida.

¿Diría que nuestro liberalismo está en crisis?

Los hermanos Gálvez, Simeón Tejeda y todos los liberales que lucharon por la abolición de la esclavitud y la servidumbre indígena, deben estar revolcándose en sus tumbas ante el comportamiento vergonzoso de quienes usan su nombre para validar su falta de escrúpulos y ambición desmedida.

Se han convocado a elecciones para el 11 de abril. ¿La oferta electoral que se aprecia por el momento -los nombres son más o menos obvios- le genera expectativa?

No tengo demasiadas expectativas y mucho menos pienso que el Bicentenario es una varita mágica que puede liberarnos de un pasado irresuelto. Somos lo que somos y eso está más que comprobado al ver las iniciativas de este último Congreso, que elegimos por voto popular, y que parece ser peor que el anterior.

Este es el Congreso de las máscaras venecianas y las puñaladas traperas, si se tiene en consideración la cantidad de planes que se cocinan tras bambalinas, entre ellos la auto inmunidad a prueba de balas o la búsqueda de la desactivación de SUNEDU como ente regulador de las universidades bamba que los grupos de interés defienden a ultranza.

Lo que más bien celebro es el hecho que esta pandemia va generando un debate, ahora vía zoom y otras plataformas, en torno a nuestras grandes carencias. Debate que debe crecer y visibilizarse para ir construyendo el tipo de república que queremos de cara al nuevo centenario que se abre ante nuestros ojos. Al respecto, el Pacto Bicentenario es una iniciativa de un gran debate nacional respecto a esa república que queremos construir

Qué difícil entrada a ese bicentenario, ¿no?

Es que si tú arrastras problemas por 199 años, no vas a pensar que en el año 200 va a pasar algo mágico y todo se va a solucionar. Hasta que ha llegado el coronavirus teníamos esta especie de fantasía, pero pasó todo lo contrario: entramos al año 200 poniendo un reflector sobre todas nuestras tragedias. Ya no las puedes ocultar.

Llegamos a los 200 años en una cama UCI.

Sin oxígeno, con la señora Celia Capira correteando al Estado, mira qué dramático. Pero, poniéndolo en tono positivo, todo esto nos obliga no a celebrar sino a conmemorar y reflexionar. Mira todo lo que se discute a nivel nacional sobre violencia contra las mujeres, sobre el Estado. Que sea un punto de quiebre y a partir de ahí que los cien años que vienen sean mejores que los que estamos cerrando de una manera tan dramática.

Una curiosidad: se ha dicho -lo han mencionado incluso autoridades- que es comparable esta catástrofe con la Guerra del Pacífico. ¿Lo son realmente? ¿Es una comparación justa, equilibrada?

El profesor Salinas, investigador y académico sanmarquino, experto en los aspectos económicos de la Guerra del Pacífico, se encargó de responder a esta comparación descontextualizada, por decir lo menos. Cada acontecimiento histórico es único e irrepetible y si bien es cierto existen coyunturas inéditas-la pandemia planetaria actual- que demandan de referentes, hay que tener muchísimo cuidado. Especialmente con esos “jingles”- “nueva normalidad” o “convivencia social”- que suenan bien para una declaración periodística pero que, sin embargo, pueden ayudar a esconder una realidad compleja y apabullante. La cual demanda un esfuerzo conceptual y analítico enorme, al cual debemos orientar nuestro pensamiento como colectivo social.

He trabajado en profundidad la Guerra del Pacífico, y fuera de la bicentenaria desorganización del Estado Peruano y la también bicentenaria respuesta heroica de la sociedad civil (siendo el regreso de las ollas populares entre las poblaciones más vulnerables un ejemplo tangible), no encuentro ninguna similitud. Salvo que por ser eventos pobremente encarados derivaron en tragedias que pudieron evitarse o al menos paliarse mejor.

Me interesa la figura del duelo. Somos un país que se ha enfrentado a grandes complicaciones y seguimos en la brega. La economía está en colapso. Hay cientos de miles de desempleados. Y por encima de todo, sumamos a diario pérdidas humanas. ¿Cómo se debe procesar un duelo nacional de esta magnitud?

Primero me referiré a los aspectos prácticos, destinando los fondos para que los deudos sean acompañados por un equipo de psicólogos a través del doloroso proceso que, debido a la pandemia, se ha tornado insoportable. Hasta lo que yo sé, y puedes corregirme, los familiares no cuentan con ningún tipo de apoyo profesional en su duelo e incluso reciben bolsas con el cadáver equivocado. No es posible imaginar la rabia, la indignación y la impotencia de vivir esa experiencia tan traumática.

Si sabíamos, por el caso de Bérgamo o Nueva York, que lidiar con la muerte masiva era inevitable ¿porque durante los famosos martillazos alguien no pensó en una manera compasiva de hacer el proceso más llevadero y menos brutal? A nivel simbólico, urge un duelo nacional cuando la pandemia haya sido vencida y, como van las cosas, será la vacuna creada por los científicos mundiales y no el Estado peruano, vetusto y ahora colapsado, quien finalmente la vencerá.

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