“La competencia, la petulancia y la vanidad suelen impulsar a los periodistas a urdir reportajes con una mezcla de datos copiados o falsos”.,Michael Finkel encarnaba el sueño dorado de todo reportero. Había escrito para grandes publicaciones, y era la estrella indiscutible de la prestigiosa revista del periódico The New York Times, cuando sucedió el desgraciado episodio que hundió su carrera en 2002. Creyó que nadie se daría cuenta de que el personaje principal de una historia de niños esclavos africanos era un invento. Algo muy parecido había perpetrado la reportera Janet Cooke, del diario The Washington Post, en 1980, cuando escribió la crónica de un inexistente menor que se drogaba con heroína. Por supuesto, fueron despedidos con una patada en el trasero porque el buen el periodismo rechaza la fabricación de información. Cooke no superó al episodio y no volvió a ejercer la profesión, en cambio Finkel pudo sobrevivir para contarlo todo y recuperar el respeto por su trabajo. La competencia, la petulancia y la vanidad suelen impulsar a los periodistas a urdir reportajes con una mezcla de datos copiados o falsos. Pocos superan el dantesco tránsito por el descrédito, el oprobio y la deshonra, porque no sólo se niegan a aceptar lo que hicieron sino que tampoco se interesan por escribir algo que los libere de las cadenas del desprecio, el asco y del ostracismo. Michael Finkel logró la proeza con Una verdadera historia de crimen, memoria y mea culpa (2005), un libro en el que relata cómo pudo restablecer la admiración de colegas y lectores después que fuera “linchado por los diarios Washington Post y Chicago Tribune, la revista New York, la agencia Associated Press, una docena de diferentes sitios web de noticias, además de muchos periódicos europeos, mexicanos y sudamericanos, que me trataran de ‘sórdido’, ‘arrogante’, ‘ofensivo’ y ‘pernicioso’, y llegaron a la conclusión de que debería ‘quemarme en el Infierno del Periodismo’”, como lo reconoció el mismo reportero. Finkel tenía poco tiempo quemándose en el infierno cuando se encontró con el caso de Christian Longo, un hombre que mató a su esposa y sus tres hijos. El homicida intentó engañar al periodista diciéndole que su mujer había asesinado a los menores de edad y que por eso la estranguló. Finkel descubrió la farsa y Longo sería condenado a muerte. El libro tuvo éxito e incluso el director Rupert Goold filmó la película True Story basada en el caso. Ya nadie lo juzga por el fraude del falso niño esclavo. Cuando su jefe, el editor Adam Bouton, descubrió el invento, antes de expectorarlo del Times le dijo a Finkel:“Eres joven y tienes una larga carrera por delante... Pero no aquí”. Y así fue. Finkel se rehabilitó por su determinación de renunciar a la mala práctica de engañar a los lectores con fabricaciones. Hacer buen periodismo es extremadamente difícil, pero se aprende.