Un Congreso unicameral y sin reelección será menos responsable con el sistema político y su primera víctima será el presidente.,El presidente Martín Vizcarra ha cambiado de opinión respecto de su inicial apoyo a las 4 reformas constitucionales que se votarán el 9 de diciembre. Ha señalado que la que se refiere a la bicameralidad fue desnaturalizada y ha llamado a votar por el No. En pocos días, demostrando la fuerza de la palabra presidencial, el apoyo a esta reforma cayó 18 puntos, y es probable que sea rechazada por los electores. Este resultado afectaría el núcleo de la reforma y empeoraría las cosas. Es cierto que, como afirma el presidente, que al proponer incluir en la Constitución las restricciones a la cuestión de confianza, la actual mayoría parlamentaria pretende alterar el equilibrio de poderes, a lo que se agrega su oposición a las listas paritarias de candidatos. Se debería tener en cuenta que la esencia política del sistema de la Constitución de 1993 fue la reelección presidencial continuada; el unicameralismo; la reducción de la representación de 240 escaños a 120; y la rebaja de 3 a 2 del número de gabinetes censurados o sin confianza como requisito para disolver el Congreso. El sueño de Alberto Fujimori era no tener al frente al Congreso, o tener uno muy reducido. Ese sistema, del que solo fue corregida la reelección inmediata, ha mostrado en el tiempo un problema: solo hace fuerte al presidente con mayoría parlamentaria propia, que si no es conseguida en las urnas se logra a través de tránsfugas y topos. Por esa razón, desde el año 2001 este sistema ha virado hacia un modelo de parlamentos más hostiles contra presidentes precarios. Desde ese año, las expresiones de ese acoso al presidencialismo han aumentado. Sus expresiones son las dos censuras de ministros (Rospigliosi 2004, Saavedra 2016); la desaprobación a cuestiones de confianza (ministro Thorne 2017, gabinete Zavala 2017); una censura de gabinete (Jara 2015); dos votaciones en ámbar que dejaron varios días en el aire a dos gabinetes (Cornejo, febrero 2014; y Jara, julio 2014); y gabinetes que renunciaron luego de que los congresos les pusieran la cruz de los muertos y se deterioraran las mayorías legislativas poselectorales. La bicameralidad, por teoría y práctica, es la mejor receta para un adecuado equilibrio de poderes y en el caso peruano, la mejor forma de consolidar su presidencialismo histórico. Para ese propósito sería mucho mejor una bicameralidad imperfecta que prolongar el unicameralismo. De hecho, qué mejor antídoto contra la falta de equilibrio de poderes, en alusión a las leyes que tramita apurada y abusivamente el actual Congreso, que la disposición que, en caso que hubiese dos cámaras, un proyecto rechazado por la cámara de origen no pueda ser tratado nuevamente en ella ni en la otra cámara en la misma legislatura; o que los proyectos aprobados por una Cámara pasen a la otra para su revisión. Esto sucedía con la Constitución de 1979. De lobo un pelo. Esta es la oportunidad de corregir la deformación que amenaza de modo creciente nuestro régimen presidencialista. Lamentablemente, este riesgo aumentará en el futuro porque a la prolongación de un Congreso de una sola cámara se agregará la prohibición de la reelección. Un Congreso unicameral y sin reelección será menos responsable con el sistema político y su primera víctima será el presidente. La no reelección mejorará ciertamente la competencia política en un sistema multipartidario, incentivándolo en lugar de frenarlo, pero no asegurará la calidad de la representación, especialmente debido a que el sistema político está cerrado: se necesitan 800 mil firmas para legalizar un nuevo partido. Finalmente, se ha dicho que lo más liberal o progresista en la región es el mix de cámara única más reelección. No solo no es cierto –el único caso en A. Latina democrático es el de Costa Rica- sino que la combinación de ambas es muy popular pero no es democrática, porque no garantiza la gobernabilidad, no fomenta el buen gobierno parlamentario ni enriquece la representación. El reemplazo total de parlamentarios en un Congreso de pocos miembros, una sola cámara y con políticos con menos futuro, conlleva un riesgo de explosión. http://juandelapuente.blogspot.com