¡Agárrate, Catalina! Perspectivas económicas para 2025, por Javier Herrera

"Según las previsiones del MEF, el crecimiento este año sería de 3%; es decir, estamos hablando de un magro crecimiento de 2% del PBI per cápita”.

Es más fácil predecir cuál será el nivel de aprobación de la presidenta y del Congreso que predecir cuál será la situación económica del país en 2025. Una conjunción de vientos favorables a corto plazo sin garantías de mantenerse, un débil crecimiento y un piloto que se esmera en navegar contracorriente hacen muy difícil cualquier predicción sobre cuál será la situación económica este año que se inicia. Las incertidumbres que pesan sobre el contexto internacional, en particular las posibles consecuencias de la extensión de la guerra entre Ucrania y Rusia (alza de precios del trigo, maíz y aceites), el conflicto en Medio Oriente (encarecimiento del petróleo), las tensiones comerciales entre los Estados Unidos y China (aranceles, tasas de interés, tipo de cambio), pueden conjugarse para crear una “tormenta perfecta” cuyas consecuencias negativas pesarán sobre los países más vulnerables. Por ello, también es incierto cuán duraderos serán los vientos favorables que, por el momento, soplan en nuestro favor (mejores términos de intercambio, menor inflación mundial, repunte de nuestras exportaciones). 

Ya lo hemos vivido en el pasado cercano cuando el alza de precios de los cereales y aceites impulsó la inflación en 2022 que nos costó 3,2 pts. adicionales de pobreza. El ralentizamiento del crecimiento de la economía china significó una menor demanda de metales que el Perú exporta y el fin del superciclo de precios que, acompañado de la disminución de inversiones mineras en el país (que fueron un poderoso motor de crecimiento), le restaron dinamismo a la economía peruana.

Por si no fuera suficiente, el Perú es uno de los países más vulnerables al cambio climático y enfrenta riesgos geológicos importantes (sismos, erupciones volcánicas, huaicos) cuyas consecuencias sobre la producción y comercio pueden ser desastrosas para las economías regionales y las condiciones de vida de la población. Ninguno de esos aleas naturales es predecible, pero lo que sí es predecible es la ausencia de políticas de prevención y mitigación de desastres.

A pesar de estos factores de incertidumbre, la evolución económica de un país también depende de factores estructurales que sitúan al país en trayectorias de bajo o de alto crecimiento. Lo que los economistas llaman crecimiento potencial del PBI está determinado por las inversiones pasadas que incrementan las capacidades de producción, lo que amplía el “techo” de crecimiento esperado.

Diferentes analistas (del MEF, Banco Mundial, expertos independientes) coinciden en señalar que el crecimiento potencial al cual podemos esperar en los dos próximos años es de alrededor de 2,5%. Obviamente, un choque positivo transitorio o un rebote luego de una recesión puede situar el crecimiento por encima de la tasa potencial, pero a mediano plazo la economía retornará a su trayectoria de mediano plazo. Dicha tasa es, dada la experiencia pasada, insuficiente como para lograr una disminución significativa de la pobreza que por lo menos retorne a los niveles prepandemia aun en el mediano plazo.

Otro factor que incidirá sobre el crecimiento es la situación política en un año preelectoral. En recientes años, hemos tenido una de las mejores performances en los fundamentales macroeconómicos (estabilidad de precios y tipo de cambio, bajo endeudamiento externo, bajo déficit fiscal, ingentes reservas internacionales) y al mismo tiempo una situación de permanente inestabilidad política. Los expertos sostenían que la economía y la situación política andaban por “cuerdas separadas”. Sin embargo, ello se debió a que el MEF y el Banco Central, instituciones empoderadas por el reconocimiento de sus capacidades técnicas, habían logrado mantener su relativa autonomía. Ello cambió radicalmente luego de las últimas elecciones y la posterior vacancia del presidente Castillo. La debilidad del Gobierno, como cándidamente y honestamente lo reconoció el actual ministro de Economía, y la toma del Congreso por grupos de interés informales e ilegales y la plétora de iniciativas (inconstitucionales) de gasto público y medidas populistas han erosionado seriamente la autonomía del MEF y abierto forados en la recaudación tributaria a punta de exoneraciones absurdas e inútiles gastos dispendiosos. Igualmente, el incuestionable debilitamiento de las instituciones y la gangrena de la corrupción han minado la capacidad de los sectores a definir e implementar las impostergables políticas públicas.

En este contexto incierto, predecir cuál será la situación macroeconómica y la de los hogares (empleo y pobreza) releva del oficio practicado por las brujas de Cachiche o de los brujos de las Huaringas. Las predicciones de corto plazo son más riesgosas para el analista que las de largo plazo pues, como decía el famoso economista Keynes: “En el largo plazo todos estaremos muertos”. Según las previsiones del MEF en el Marco Macroeconómico Multianual, así como de la Cepal, el crecimiento este año sería de 3%. Considerando el crecimiento de la población, estamos hablando de un magro crecimiento de 2% del PBI per cápita.

El impacto de dicho crecimiento sobre la reducción de la pobreza transita principalmente por el mercado laboral, la generación de empleo adecuado y reducción de la informalidad. También depende de la composición sectorial del crecimiento. El impacto sobre la pobreza dependerá de cuánto empleo adecuado generará dicho crecimiento, su composición sectorial y del impacto distributivo del incremento de los ingresos por trabajo. Si las ramas en las que se concentran los trabajadores pobres crecen de manera más acelerada; entonces, esa tasa de crecimiento tendrá un mayor impacto en la reducción de la pobreza que si tenemos un crecimiento únicamente en las ramas que emplean trabajadores calificados.

Para predecir cuál sería el nivel de pobreza en 2025, nos vamos a basar en las predicciones macroeconómicas oficiales (escenario optimista) y en los resultados de la Encuesta Permanente Nacional de Empleo (EPEN). Supondremos también (con poco riesgo de equivocarnos) que las políticas sociales mantendrán el mismo débil impacto. Las proyecciones de crecimiento apuntan a que se observarán tasas de crecimiento del PBI y sectoriales muy similares a las que se observaron entre el 2023 y 2024. Considerando este resultado, una aproximación gruesa (y también optimista) es considerar que los ingresos de los trabajadores aumentarán a las mismas tasas de crecimiento de los ingresos observados entre los tres primeros trimestres del 2023 y el 2024. 

Los resultados de nuestras estimaciones, sin sorpresa, indican que las tasas de crecimiento proyectadas al 2025 tendrán un impacto poco significativo sobre la reducción del porcentaje de trabajadores pobres, el cual puede cifrarse en alrededor de 1 punto porcentual. La incidencia de pobreza de los trabajadores ocupados pasaría así de 44,3 a 43,5% entre 2024 y 2025.

No habrá que perder de vista que la predicción estará supeditada al cumplimiento de nuestros supuestos, sabiendo que en el Perú, como en la canción ‘Pedro Navaja’ de Rubén Blades, la vida te da sorpresas. Nos queda encomendarnos a San Judas Tadeo, intercesor de las causas difíciles, para que las turbulencias políticas en este 2025 no arruinen la magra mejora que podría observarse en un escenario en donde todo se mantiene como en 2024.