Qali Warma como síntoma, por Jorge Bruce

"Es clarísimo que la descomposición de los alimentos suministrados a los niños es engendrada por la descomposición social y moral de todos los funcionarios responsables".

Mientras el Gobierno agita el señuelo de inaplicables penas de muerte para violadores de niños, se suministra a los escolares más pobres y desprotegidos del país conservas de alimentos podridos. Hay que repetirlo porque, a fuerza de escuchar estas y otras atrocidades, nos vamos insensibilizando a sus consecuencias y significado: el programa Qali Warma suministraba conservas de carne de caballo podrida a quienes no tienen otra opción de alimentación que esa.

Una vez descubierto y expuesto este crimen contra las poblaciones más vulnerables, el régimen hizo el ridículo control de daños al que nos tiene habituados. Cambiaron el nombre del programa por Wasi Mikuna. Al pasar del quechua al castellano, estos vocablos significarían pasar de “niño vigoroso” a “casa de alimentos”. Todo muy bien con el nuevo apelativo. El problema es que el titular del Midis sigue siendo el mismo, Julio Demartini, uno de los ‘waykis’ de la presidenta Boluarte. Asimismo, el entonces responsable del programa, Fredy Hinojosa, hoy es el vocero del Gobierno. El único sacrificado —literalmente— ha sido Nilo Burga Malca, presidente de la empresa Frigoinca, vinculada a denuncias y acusaciones de corrupción de funcionarios del Midis.

A Burga se le encontró muerto en un hotel de Magdalena del Mar. Se dijo que era un suicidio. Incluso su abogado anunció la presencia de una carta en su vehículo, estacionado en la entrada del hotel Luz y Luna. La tesis del suicidio duró solo unas horas. Pronto supimos que había muerto de seis puñaladas ubicadas en lugares del cuerpo que ni el mejor contorsionista podría autoinfligirse. Algo así como el “suicidio” del policía violador, cuyo cuerpo fue encontrado en otro hotel hace pocas semanas. La PNP difundió una parodia de reconocimiento en el que tocaban el cuerpo del difunto y proferían afirmaciones tragicómicas.

El síntoma, decía Freud, es multideterminado. Cuando afirmamos que Qali Warma encaja con esa definición de un rasgo psicopatológico a nivel social, aludimos a esta característica. Podemos identificar varios niveles en la conformación de este síntoma. Tenemos la barbarie incalificable de intoxicar a niños hambrientos y probablemente anémicos, con alimentos inaptos para consumo humano. Este crimen que se me antoja de lesa humanidad es el fruto descompuesto de una red de corrupción en el ministerio encargado de cuidar a dichos niños. Los proveedores de Qali Warma han declarado que los obligaban a comprar los productos de Frigoinca.

Es clarísimo que la descomposición de los alimentos suministrados a los niños es engendrada por la descomposición social y moral de todos los funcionarios responsables. Dar a otros niños lo que jamás darían a sus hijos implica operaciones no solo de corrupción. Se requiere un grado importante de negación para pretender que ese crimen es algo así como lo que se pregona en los manuales de autoayuda: no dejes pasar la oportunidad de enriquecerte, apenas la veas, aviéntate. Si no lo haces tú, otro lo hará. Si sigues pobre, es porque quieres. Además, es probable que solo algunas conservas estén podridas. Y así sucesivamente. Si se borra el producto final, a saber, la conserva en mal estado suministrada a niños indefensos y hambrientos, esta retórica funciona como una realidad alternativa.

Si seguimos subiendo en la escala de las responsabilidades sintomáticas, todo este horror es favorecido por un clima de impunidad y una soberbia indiferencia por la opinión pública. De ahí que los resultados devastadores de las encuestas ya no los afecten. Están determinados a mantenerse en el poder, aunque eso signifique convivir con el repudio de la ciudadanía. En eso no se diferencian de cualquier hampón o extorsionador, quienes no buscan aprobación sino apropiarse de lo ajeno. De hecho, las leyes del último año favorecen a esa rama de actividad, también conocida como organizaciones criminales.

La desaprobación no solo no los desalienta: los enardece. Por eso no caen el ministro del Midis ni el del Interior. ¿Por qué lo harían? Son funcionales al mecanismo de destrucción del aparato institucional. El imparable crecimiento de la inseguridad no solo no les preocupa: piensan que les favorece porque engorda al fantasma de la mano dura que solo ellos, creen, pueden proporcionar cuando lleguen las elecciones, que esperan haber amañado.

Algo no cuadra en este esquema sintomático, sin embargo. Son demasiados intereses que, por ahora, confluyen, prófugos incluidos. Pero sobre todo falta demasiado tiempo. El sistema de Gobierno, que consiste en una presidencia fantoche y un Congreso corrupto que la dirige, es muy endeble. Es difícil que puedan sostenerlo hasta el 2026. Tampoco es que se trate de políticos particularmente hábiles. Cada vez que hacen declaraciones, como las recientes de Alejandro Muñante, reciben una paliza argumental, como la que le está propinando en X (antes Twitter) el abogado Luciano López Flores.

Por último, siempre puede ocurrir que algún acontecimiento despierte la ira y la impotencia de una población paralizada por el miedo a la muerte. Vean lo que está sucediendo en Guayaquil. La desaparición de cuatro menores de edad, que fueron inexplicablemente internados en un cuartel militar, ha soliviantado a los ecuatorianos que han salido a protestar en masa. Esto podría alterar los resultados de las elecciones, comprometiendo la reelección del presidente Noboa. Es lo que el filósofo Alain Badiou llama el acontecimiento: una ruptura radical con el orden existente que abre la posibilidad de una nueva verdad.

Jorge Bruce

El factor humano

Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".