Nouriel Roubini, el economista italiano, fue el único que anticipó la gran crisis del 2008. Las crisis profundas generan secuelas de desempleo, desigualdad y agotamiento. Roubini la denominó crisis de sobreacumulación o sobreproducción. Es decir, que el sistema colapsa debido al éxito de sus propias premisas: Hay plantas sin funcionar, hay dinero y empresarios que desean invertir y desempleados que quieren trabajar. Inaudito, pero esta es una de las características de toda crisis profunda.
Un indicador lacerante es que los que antaño pregonaban por la libertad de los mercados de bienes, dinero y personas, no tienen cuerpo teórico para justificar que los seres humanos no ingresan al mundo de la libertad. Los bienes pueden ser comprados y vendidos sin fronteras. Se debe asegurar el libre tránsito de las inversiones, pero no las personas. Por el contrario, se levantan muros para impedir la libertad de los ciudadanos de trabajar donde les resulte más rentable o conveniente.
La aglomeración de personas que buscan un lugar digno donde establecerse para progresar con sus familias les está vedado, está prohibido. Se levantan muros.
Para muchos, por eso, las guerras son una consecuencia de la no superación de las crisis. Emerge también un tema que no existía antes. Y este no es otro que el de la geopolítica. La macroeconomía y las políticas sectoriales deben subordinarse ahora a la visión geopolítica de los Estados. Se obliga a los realineamientos. Ya no interesa la libertad de los mercados ni los pristinos ideales de la democracia. Solo importa: estás conmigo o estás contra mí. Estás con China o con Estados Unidos.
¿Qué debemos responder? Primero debemos saber qué queremos, cuál es el proyecto nacional que enarbolamos, con Estados Unidos y con China, con Corea del Sur y con Francia o con Brasil y con México.
La grandeza del Perú está ligada a la grandeza de América Latina y la grandeza de América Latina constituye una de las pocas esperanzas de la humanidad.