¿Y si nos miramos al espejo?, por Jaime Chincha

"Hoy –al mirarnos en el espejo de nuestro vecino–, cabe advertir que si no enfrentamos la extorsión del ‘Tren de Aragua’ y las trapacerías de nuestros políticos, el Perú puede vivir una guerra interna igual o peor a la del Ecuador nomás del 2026, si no es antes”.

No hablo de aquella rutina individualísima que ejercitamos cada mañana, al comenzar nuestro día; acicalándonos, alentándonos en soledad para conquistar el jornal y si acaso el mundo; cepillándonos los dientes con la fuerza rocambolesca que requieren los jaques propios del progreso; o probándonos —cara a cara y sin temores— algún nuevo vestir que conseguimos con la resiliencia del esfuerzo aprendido, propio y corajudo. En el Perú mirarse al espejo es, también, verse sorteando el pan para la prole, la ganancia del emprendimiento o el extra logrado con insomnios y hasta anemias, ante una criminalidad insaciable, galopante y multinacional que quiere apoderarse de todo lo que le sea posible asaltar.

¿Qué tal si nos miramos en el espejo del Ecuador? El vecino norteño, declarado en guerra interna, o conflicto armado interno —que es como el derecho internacional define una situación de violencia así—, se enfrenta a lo que podría terminar en su extinción como república. El narcotráfico, instalado como una metástasis en Guayaquil, ha puesto en marcha el plan que Pablo Escobar habría deseado para Colombia: controlar el país sin intermediarios ni vacilaciones en toda la cadena de mando estatal y social, consolidando el narco-Estado que busca asir a los ecuatorianos en un territorio liberado; una versión guayaca de Mad Max, tan o más distópica que el film original; ni Mel Gibson se lo imaginaría.

Al observarnos en el espejo ecuatoriano, notaremos muchas similitudes con lo que sucede en el Perú. Tantas que, si revisamos cada mal paso gubernamental, cada desmantelamiento perpetrado desde la clase política, cada escalada de la criminalidad y cada desdén estatal, nuestro país termina siendo el Ecuador de unos años atrás, apenas unos cuantos. Nos toca poner en práctica el ejercicio aprendido en pandemia, cuando nos adelantábamos a cada variante, o cada síntoma mortal del coronavirus que nos fue cayendo en aquel 2020 del encierro. Si China y luego Europa aplicaban tal o cual restricción, de este lado del mundo sabíamos que tal o cual nueva ola nos arrasaría en las siguientes tres o cuatro semanas. Hoy —al mirarnos en el espejo de nuestro vecino— cabe advertir que si no enfrentamos la extorsión del ‘Tren de Aragua’ y las trapacerías de nuestros políticos, el Perú puede vivir una guerra interna igual o peor a la del Ecuador no más del 2026, si no es antes.        

El lugar común se pregunta en qué momento se jodió el Ecuador. Ciertamente, el narcotráfico mexicano envileció Guayaquil desde el puerto a la ciudad. El expresidente Rafael Correa, por ejemplo, lleva mucha responsabilidad al dejar terreno fértil para la expansión de estas mafias. El retiro estadounidense de la base de Manta, si lo vemos en retrospectiva, fue un grave error. Correa respondía por entonces al Unasur de Chávez. Cambió a los yankees por los choneros, un mal negocio para el Ecuador. A esto se suma que el correísmo envileció los servicios de inteligencia, haciendo que sus prioridades sean el espionaje político y la herramienta para extorsionar a opositores. El Senain de Correa, el CIES de Moreno. Un sistema peor que el otro, jefes de inteligencia cambiados en semanas como cuando aquí Pedro Castillo cambiaba ministros. Así, mientras las instituciones hicieron agua en el Ecuador, el narcotráfico no fue vigilado ni rastreado. Hoy vemos en qué termina eso de la “desinstitucionalización”, ¿les suena familiar?

El espejo ecuatoriano nos advierte de la gran culpa de su clase política. No olvidemos que, hace menos de un año, el expresidente Guillermo Lasso disolvió el Congreso justo cuando iba a iniciar una investigación contra él por, supuestamente, malversar fondos en un contrato petrolero. Los partidos y sus líderes —cosa tan común aquí— mirando para otro lado, mientras el narcotráfico se seguía colando y fundando zonas liberadas; la extorsión y el sicariato de pronto comenzaron a ser noticia en el Ecuador. La muerte cruzada —mecanismo constitucional para desactivar el periodo de gobierno—, usada por Lasso para librarse del juicio político, significó en la práctica una muerte de verdad; la del candidato Fernando Villavicencio, asesinado frente a los ojos de un país que, con ese solo hecho despiadado, fue avisado de que lo peor estaba por venir. Ecuador se miraba, trémulo, en el espejo de la Colombia de Escobar; Villavicencio fue Luis Carlos Galán. El homicidio de un político en campaña debiera ser un punto de inflexión, pero faltarían unos cuantos abismos más para el fondo profundo del conflicto armado interno; o la declaratoria de una guerra sin cuartel que el narcoterrorismo le comunicó al Ecuador tomando un canal de televisión, en plena transmisión en vivo, apuntando con escopetas a sus presentadores y trabajadores, todo en tiempo real y sin ediciones. La imagen de ese asalto difícilmente se borrará del inconsciente colectivo sudamericano.

Frente a este espejo en el que nos miramos —país fragmentado y con una criminalidad al galope—, el reto nos exige más que el cierre de las fronteras, o declarar estados de emergencia que por sí solos no resuelven nada —y el gobierno de Dina Boluarte lo sabe—, o prohibir el ingreso de ecuatorianos como si fuese tan fácil en los 1.529 kilómetros de longitud que separan nuestros territorios. Entre el día 1 y el día 3 de la guerra interna ordenada por el presidente Daniel Noboa, las fuerzas combinadas del país han capturado a varios narcoterroristas buscando pasar al lado peruano. La vergüenza y la rabia se combinan cuando se reporta que el armamento y sobretodo las municiones de estas bandas que han puesto en jaque al Ecuador provienen del Perú.   

Aquí sabemos —desde la piel, la historia y la memoria— lo que es enfrentarse a grupos alzados en armas que buscan capturar el Estado, la república, o el poder, para servir a grupos al margen de la ley, sin importar el costo de vidas y de atraso que ello acarrea. Con una clase política como la nuestra, que transita entre la prebenda y la impunidad; con una inteligencia que no se sabe para quién trabaja; con cada bala y cada granada que extorsiona al emprendedor, al ciudadano de a pie; con todo eso —y me quedo corto—, vamos camino a escribir nuestra propia versión del pandemonio ecuatoriano.

No estamos a favor de una segunda guerra interna. Es hora de un gobierno firme que haga frente a la criminalidad que nos quita el sueño y nos aleja del progreso. El espejo ecuatoriano nos brinda la oportunidad de trazar un futuro mejor; uno que nos permita seguir animándonos, cada mañana, a conquistar el día y quizás el mundo.

larepublica.pe
Jaime Chincha

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Comenzó su carrera en 1999 en el equipo fundador del Canal N. Durante todo el año 2005, hizo reportajes de investigación para el programa Cuarto poder, de América Televisión. Entre 2006 y 2007, fue editor general de Terra TV, un canal de televisión por internet de Terra Networks. Desde octubre de 2018 a marzo del 2022, dirigió el programa diario Nada está dicho por el canal de pago RPP TV. Desde el 2 de mayo de 2022, regresó a Canal N para dirigir el programa de entrevistas de política y actualidad: Octavo mandamiento.