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Mascarillas, por Raúl Tola

“Compartir un espacio cerrado con doscientas personas me produjo una primera sensación desconcertante de vulnerabilidad...”.

El gobierno ha decretado el final del uso obligatorio de la mascarilla y con eso ha dado un paso decisivo –aunque no irreversible– en la vuelta hacia aquello que alguna vez llamamos normalidad.

Símbolo indudable de los tristes años de pandemia y confinamiento, la mascarilla fue una de las primeras respuestas humanas a ese enemigo microscópico que irrumpió súbitamente, de manera incontrolada, hasta inundar el planeta entero. Odiada y apreciada al mismo tiempo, es difícil cuantificar el número de vidas salvadas por este aditamento de apariencia elemental: una simple barrera de tejido quirúrgico entre nuestro sistema respiratorio y el exterior.

Acostumbrados a verlas con extrañeza en las imágenes que llegaban del oriente –donde se las usa desde hace mucho tiempo para combatir la polución y la fiebre del polen–, a los occidentales nos costó adaptarnos a su empleo cotidiano. A pesar del tiempo pasado, queda la sensación de que nunca terminaremos de acostumbrarnos a ellas.

Los primeros tanteos con las mascarillas ocurrieron en los momentos de mayor temor e incertidumbre. Los científicos tardaron un tiempo crucial en ponerse de acuerdo sobre la necesidad de usarlas como escudo contra el coronavirus y ahora sabemos que su uso debió prescribirse antes. Las primeras estadísticas demostraban lo atadas que estaban a las tradiciones y costumbres: mientras en Malasia las empleaba el 90% de la población, en Suecia solo el 29% decía usarlas.

Esa sorpresa inicial fue una oportunidad de negocio para algunos: pronto aparecieron modelos ligeros para deporte, pequeños para niños e incluso hubo un verdadero boom en el mundo de la moda, donde comenzó a vérsela como complemento o refuerzo del estilo. Surgieron diseños caprichosos que combinaban con la ropa y conozco algún empresario que supo sacarle provecho a los primeros meses de adversidad, lanzando un emprendimiento de mascarillas personalizadas. Esta clase de mascarillas sufrió un retroceso cuando se informó que la tela apenas protegía y algunos países como Alemania, Francia o Austria procedieron a prohibirlas en ciertos espacios.

Decretar el final de su uso obligatorio es sumarse a un largo grupo de países que ya tomaron ese camino y, en algunos casos, han llevado la medida más allá. Hace un par de meses me tocó hacer un viaje en una aerolínea de los Estados Unidos y me sorprendió –más bien, me produjo claustrofobia– cuando, en el momento mismo que las puertas del avión se cerraron, entre sonrisas y mientras conversaban, todos los pasajeros comenzaron a quitarse las mascarillas para no volvérselas a poner.

Después de la impresión inicial, pasados los minutos y, ante la naturalidad con que se comportaban todos los viajeros, decidí imitarlos. Luego de usarlas por tanto tiempo, compartir un espacio cerrado con doscientas personas me produjo una primera sensación desconcertante de vulnerabilidad. Algo parecido a estar desnudo en público.

Raúl Tola

El diario negro

Raúl Tola. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.