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Puras coincidencias

El fujicerronismo existe, actúa y vota en el Congreso.

Siempre se negó la existencia del fujicerronismo. Los representantes del fujimorismo hicieron aspavientos ante la sola asociación con el partido que llevó al Gobierno a Pedro Castillo y que ha colocado en este año de gestión ministros de Estado en sectores clave como PCM, Salud, Essalud, etc.

Igual ocurría con la bancada cerronista que negaba de palabra lo que era una verdad en los gestos y, fundamentalmente, en las votaciones. En cada una de las decisiones que afectaban para mal las reformas políticas o sectoriales como el transporte, la educación, los temas de género, etc., se han producido estas alineaciones que ya son tan estables, que no pueden denominarse coincidencias.

También en los gestos. Se han producido abrazos formales, felicitaciones abiertas, asistencias claves que permiten establecer algo más que un simple intercambio de buenos modales. Ir a la condecoración de Manuel Merino, un golpista sancionado por la ciudadanía por su intentona de montar un gobierno títere de la ultraderecha, o los sentidos abrazos con la expresidenta del Congreso fueron siempre señas de una sintonía más profunda, que parece estar forjándose en el terreno en el que importa, es decir, en el terreno de los hechos.

Esta verdad incontrastable ha sido admitida por el fundador del partido, Vladimir Cerrón, quien acepta las coincidencias y las eleva al plano ideológico. El fujimorismo es más cercano al cerronismo que la izquierda, y en especial la izquierda caviar, a la que además reconoce como su enemigo principal, que es el factor común que los hermana ideológicamente con una organización profundamente antidemocrática, anti derechos humanos y libertades civiles, como es el fujimorismo.

Algo más, equipara la izquierda caviar a la socialdemocracia, movimiento político que ha mostrado a lo largo de la historia éxitos indiscutibles en lo que se denomina “la sociedad de bienestar”, en países de Europa. Actualmente, la socialdemocracia encabeza gobiernos democráticos en Alemania y en los países nórdicos, con notables logros en los derechos sociales y en una mayor y mejor redistribución de la riqueza.

El desfase que muestra Cerrón lo coloca en los años 60, preperestroika y glásnost, precaída del Muro de Berlín y cuando el bloque socialista aún mantenía vigencia en un mundo bipolar, sin lugar al desalineamiento, que luego de los 70 se convirtió en una opción para países como los latinoamericanos. Esta posibilidad de alinearse con el capitalismo y el socialismo ya no existe por el colapso del bloque soviético y las correcciones en el modelo económico como el que se ha operado en China.

Finalmente, soñar con ser “la izquierda verdadera” para terminar pactando con la propuesta más retrógrada del espectro político no hace sino confirmar que, en un contexto de polarización, los extremos radicales se unen.