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Riesgo extremo

“Parece que la resignación ganó. No tenemos un equipo diseñando políticas sociales para acompañar a las familias...”.

Somos una sociedad de riesgo. El peligro nos ronda de múltiples maneras. Sea por acciones humanas y sociales o por sus efectos sobre nuestros ecosistemas. Nos hemos acostumbrado a coexistir con el riesgo y lo normalizamos, a tal punto que una de las características sociales e individuales más “valorada” en este tiempo es la resiliencia. Esa capacidad de sobrevivir y de adaptarnos a cambios adversos. A la fuerza del ser humano y de las comunidades para lograr, pese a todo, resultados positivos.

El problema es cuando la resiliencia no viene acompañada con prospectiva, con inteligencia social para identificar potenciales riesgos y oportunidades. En el Perú nos hemos acostumbrado a esperar el milagro de la adaptación y no hacemos nada por mitigar, por reducir o por controlar los riesgos potenciales. Hemos pasado de una sana capacidad de enfrentar la adversidad y no paralizarnos, a una especie de adrenalina frenética por vivir en el abismo y aumentar el peligro.

Nuevamente 41 provincias a nivel nacional son calificadas como de riesgo extremo por el aumento de casos de COVID-19. Entre ellas están Lima y el Callao. El número de muertes y hospitalizaciones se incrementan. El sistema de salud colapsó otra vez y esto era previsible hace semanas. Frente a esta dramática situación el gobierno anuncia medidas que no la controlarán y que solo apelan a la capacidad de resiliencia de la población. En el equilibrio que se debía buscar entre economía y salud, la balanza se ha inclinado claramente por la primera.

Parece que la resignación ganó. No tenemos un equipo diseñando políticas sociales para acompañar a las familias en caso de tener que entrar a cuarentena rígida, pese a que debiéramos hacerlo. No existe una política de transporte público que ayude a reducir las aglomeraciones, ni una política laboral escalonada para dar más opciones a las y los trabajadores, ni un subsidio para la ampliación de flota y promoción del uso de la bicicleta. Lo único que tenemos es el consejo de usar bien la mascarilla, mejor si es doble mascarilla. Mascarillas que tampoco se reparten masivamente, sino que tenemos que comprar si queremos protegernos.

Pero en esta semana hemos también visto una vez más la elevación del riesgo al que nos sometemos por la ausencia de una verdadera política de vivienda social. Como ya es clásico, en medio de elecciones, traficantes de terrenos, cobrando cupo a miles de familias, invaden a la espera de conseguir la “formalización”. Esta vez lo hicieron en el Morro Solar y en Lomo de Corvina. Lugares de alto riesgo sísmico, donde ayer ya murió una persona al caer de una pendiente.

Se pide la intervención rápida de la policía para el desalojo, pero eso no resolverá el problema de fondo. Las familias de escasos recursos no acceden al mercado formal de vivienda. Seguirán en manos de traficantes. La única solución es invertir en vivienda social, segura y digna.

Marisa Glave

Desde la raíz

Marisa Glave. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.