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En seco

“La gente no salió a las calles para eso, presidente Sagasti. Salió para manifestar su rechazo a una clase política mercantilista y maquiavélica a la que el Perú le importa un carajo...”.

“Tengan por seguro una cosa: a mí no me tiembla la mano ni cuando escribo, ni cuando acaricio, ni cuando golpeo. Tengan la tranquilidad del caso. Cuando de la conversación cordial se pasa a un intento de desestabilización, traiciones directas, ahí tendré la determinación de parar estas cosas en seco”, dijo el presidente Sagasti ante las periodistas Sol Carreño, Rosana Cueva, Mónica Delta y Pamela Vértiz el domingo.

Ojalá que sea así. Porque como le ha advertido César Hildebrandt desde su semanario: “Que no le quepa duda al flamante mandatario: los derrotados (…) están callados por ahora –no les cabe otra cosa– pero harán todo lo que esté a su alcance para sabotear al gobierno y ensuciar el proceso electoral”. Tal cual.

Porque a ver. Eso de reunirse con los capitostes de las bancadas congresales, que se hacen llamar jefes de partidos políticos, pero no son otra cosa que personajillos rapiñeros, cuyos seguidores han convertido en innoble al Congreso, no se veía nada bien, le cuento, presidente Sagasti.

Retratarse con Keiko Fujimori o César Acuña y otras oscuras mediocridades, no solo ha sido una pérdida de tiempo, sino un síntoma de blandenguería.

La gente no salió a las calles para eso, presidente Sagasti, no sé si me dejo entender. Salió para manifestar su rechazo a una clase política mercantilista y maquiavélica a la que el Perú le importa un carajo. Salió para exigir elecciones libres y transparentes. Salió para decir ¡basta ya! Salió porque los peruanos estamos hartos de esta fauna de oportunistas que han vaciado a la democracia de significado.

Por eso, este gobierno de transición, en sus escasos ocho meses, debe tener como único norte retomar la reconstrucción de la democracia, tan vapuleada y amoratada por el fujimorismo y sus secuaces. Y para ello se requiere sensatez y convicciones de hierro.

Es verdad que ahora se respira un aire más limpio y el gobierno central se ha despojado de la demagogia y del populismo que exudaba la administración de Vizcarra. Pero la sensación de asco y náusea nos persigue todavía. Esto de tener tras cada elección un Parlamento peor que el anterior es algo que desmoraliza.

Encima se ha sumado a estos tiempos endemoniados el resurgimiento de grupos ultraconservadores y medios cuasi clandestinos, envilecidos y rastreros, que no informan sino tratan, a como dé lugar y a cualquier costo, de contagiar su derechismo bruto y achorado.

Porque ahí están. Existiendo y tratando de manipular a los cuatro gatos que los consumen. Haciendo pasar patrañas por verdades. Calumniando a quienes consideran sus enemigos. Ensalzando a los sirvientes del conservadurismo más carca. Bañando en mugre a quienes no son de su rebaño. Eso sí. Con un halo pestilente, su sello de fábrica.

Pedro Salinas

El ojo de mordor

Periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y tv. Es autor de una decena de libros, entre los que destaca Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en coautoría con Paola Ugaz. Columna semanal en La República, y una videocolumna diaria en el portal La Mula.