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Migrantes asesinadas: “He venido de lejos a recoger tus cenizas”

De las cien víctimas de feminicidio registradas este año en Perú, tres fueron migrantes. El cuerpo Michelle, la última de ellas, pasó 20 días congelado en la morgue. Sus padres emprendieron un viaje de ocho días para identificarlo y cremarlo. Aún esperan justicia.

Foto: La República.
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Marianhe Araque | Luis Paucar

Yudexi estaba sirviendo la cena en su casa del paseo El limón de Maracay, en el estado de Aragua (Venezuela), cuando la llamaron para decirle que habían matado a su hija.

Fue el 27 de junio de 2019 por la noche, a las 8:35, hace poco más de un mes.

Al otro lado del teléfono, le detallaban que el cuerpo de Michelle, desaparecida la noche anterior en Villa El Salvador, había sido abandonado en un descampado, bajo un neumático, con signos de estrangulamiento, y que había ingresado a la morgue de Lima como desconocido (NN).

Uno de sus amigos la reconoció por un tatuaje que le recorría la espalda alta: Yudexi, el nombre de ella, ahora petrificada por el dolor y el llanto. Yudexi, la tranquilidad arrebatada.

Yudexi, entonces, se hizo la señal de la cruz y corrió a contarle a Hever, su exesposo, que vivía a tres cuadras de allí. Se habían separado después de veinte años de matrimonio.

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Solo unas horas antes, Michelle le envió un mensaje de voz confirmando un depósito para que fuera a la peluquería y para que Hever, como se llama también su hermano menor –de 13–, iniciara un tratamiento con el dentista.

Ambos iban a migrar al Perú en unas semanas para vivir con ella. Se volverían a abrazar después de diez meses.

Michelle era un amor. Me decía: ya falta poco má. Teníamos planes de venirnos a vivir con su hermano; él era su adoración. Había ahorrado para traernos, pero cuando la mataron se llevaron todo: la plata, el plasma, las cosas del cuarto. Lo único que tengo es su voz en audio. Déjame que ya te muestro.

La voz nasal, melódica.

Videos donde Michelle le dedica canciones románticas; fotos de sus días felices, fotos donde aparece junto a un chico de quien solo saben un nombre —Elvis—, su novio desde hacía 15 días. Todo eso guarda Yudexi en su teléfono celular.

—Pero viste, tocó venir de lejos a encontrarla muerta—. Yudexi llora. — ¿Cree que merecíamos esto?

Su hija aumentó la lista de feminicidios a 79 en lo que va del año —hoy ya son cien—, y desde esa llamada, dice, no ha tenido tranquilidad.

De hecho, dejó su trabajo como enfermera en Corposalud para recaudar dinero y, junto a Hever, emprender un viaje de ocho días por tierra hacia Perú, el país que Michelle eligió para escapar de la crisis. El fruto de su vientre permaneció congelado durante veinte días en la morgue.

Aunque no hay detenidos hasta el momento y la investigación no continúa por falta de testigos, el general Augusto Sánchez Bermúdez, comisionado policial para la Lucha contra la Violencia hacia la Mujer, asegura que ya se identificó al feminicida.

El éxodo latinoamericano tiene rostro de mujer, de modo que las migrantes son una población doblemente vulnerable, acaso la más desatendida.

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Es la última semana de julio cuando Yudexi y Hever reciben a La República en la sala de estar de un hotel de Jesús María.

Una semana después pasarán en calidad de refugiados al albergue Juan Bautista Scalabrini. Llegaron desde hace 15 días y aquí, desde entonces, tienen las cenizas de su hija.

***

La llamaron Michelle Stephanie Flores Machado porque, en hebreo, su primer nombre significa: “¿Quién es cómo Dios?”.

Estudió hasta el tercer semestre de Contaduría en el Instituto Universitario de Ciencias Administrativas y Fiscales (IUCAF) de Maracay, pero con la crisis, el dinero llegaba a cuentagotas, de modo que dejó las clases para lanzarse a trabajar en lo que fuera.

Michelle centró todos sus esfuerzos en reunir dinero para escapar tan pronto sea posible.

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Yudexi recuerda que, uno de esos días en que se alistaba para partir, su hija llevó un niño a casa y le pidió que lo curara; tenía heridas en sus piernas.

“Lo tuvimos hasta que sanó —dice—, pero después no tuve corazón para devolverlo a la calle y ahora vive con nosotros. Ya te imaginarás cómo le dejó el corazón cuando se fue”.

Se fue el 28 de agosto del 2018, a los 22 años, luego de sentarlos a la mesa para hacerles un anuncio breve: les dijo que viajaría a Colombia, pero una semana después, por una publicación en Facebook, supieron que Michelle les había mentido.

Había llegado a Perú y empezado una vida en un distrito llamado Villa El Salvador.

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Allí consiguió trabajo como mesera y, con lo que ganaba —menos del sueldo mínimo—, empezó a enviar remesas a Venezuela. También pagaba el alquiler de su cuarto en la avenida Los Forestales.

Muy cerca de allí, en un terreno baldío de la manzana 3, en la calle La Jojoba, a la altura del kilómetro 18 de la antigua Panamericana Sur, la policía encontró su cuerpo el jueves 27 de junio de 2019.

Esa noche, Yudexi recibió la llamada que torcería su destino.

—Lo primero que hice fue correr al consulado peruano en Venezuela a solicitar la visa para venirme, pero ni siquiera nos abrieron la puerta— recuerda, las manos juntas, como si rezara.

Para entonces, Perú ya se había sumado a la lista de naciones que —como Chile, Ecuador y más recientemente, Colombia— empezaron a aplicar sistemas de visados a migrantes venezolanos que llegan a sus territorios a fijar residencia temporal o permanente.

Pero a diferencia de muchos, Yudexi y Hever no huían del régimen chavista: quería salir al Perú solo para recoger a su hija asesinada.

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—También fuimos a Miraflores, a la casa del presidente (Nicolás Maduro), pero nos dijeron que podían ayudarnos con el pasaje para uno de los padres. Allí perdimos la paciencia y decidimos viajar por tierra, pedir ayuda, dinero. Dije: como sea traemos el cuerpo de nuestra niña.

El caso se hizo viral en redes sociales y fue atendido por la Organización Internacional para las Migraciones.

Ayudados por OIM, salieron de Aragua a San Antonio del Táchira; de allí hasta San José de Cúcuta, de Cúcuta al puente internacional de Rumichaca —el paso entre Ecuador y Colombia—, de Rumichaca a Tumbes y de allí a Lima.

Pasaron frío y hambre, pero lo que más lacerante fue presentarse ante los mandos fronterizos como los “padres de la joven asesinada”. Llegaron a la capital el 11 de julio portando un recorte periodístico.

Desde ese día, Yudexi y Hever no han podido dormir.

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Una plaga, según el Papa. Una máquina que mata mujeres. Una región en guerra.

Latinoamérica es incapaz de frenar los feminicidios a pesar de los avances legales y culturales. Lo dijo a finales de julio, desde Panamá, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, e hizo referencia a un tratado, también conocido como Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar, Erradicar la Violencia contra la Mujer.

Fue adoptado en 1994 por 32 de los 34 países de la Organización y es, desde entonces, el principal instrumento jurídico para combatir la violencia machista en América.

Después de África, esta es la región donde más mujeres son asesinadas a manos de sus parejas sentimentales o de algún familiar.

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De acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, cada año se registran 2.800 feminicidios en la región.

Los crímenes machistas se incrementaron con la ola migratoria que vive este rincón del planeta en los últimos años: hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, nicaragüenses traspasan fronteras a diario, en multitudinarias caravanas, en busca de oportunidades, mientras que los venezolanos como Michelle escapan de una destructiva crisis con hiperinflación, escasez de alimentos y medicina.

—La situación es peor para las migrantes— apunta Paulina Facchin, activista de los DD. HH. para los venezolanos en Perú—: son fantasmas. La falta de documentación por la situación del país a manos del régimen las convierte en eso. Si aparecen o desaparecen, a nadie le importa, no existen.

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Según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), en 2018, 150 mujeres fueron víctimas de feminicidio en el Perú, 7 de las cuales fueron extranjeras (6 de Venezuela, una española).

Ese año, además, se registraron 204 tentativas de feminicidio, 11 de las cuales fueron contra extranjeras.

De enero a agosto de 2019, en tanto, ya suman más de cien feminicidios, incluidas tres víctimas venezolanas; y unos 835 casos de violencia contra extranjeras atendidos en los Centros de Emergencia Mujer (CEM).

El comisionado policial para la Lucha contra la Violencia hacia la Mujer, Augusto Sánchez Bermúdez, asegura que son “casos de suma relevancia y preocupación”.

“Las migrantes tienen un punto de vulnerabilidad más álgido que las nacionales ya que no cuentan con arraigo familiar ante una situación de desprotección”, opina Cecilia Sandoval, directora de la Unidad de Atención Integral Frente a la Violencia Familiar y Sexual del MIMP.

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Angery Katherine Pinto Oviedo tenía 28 años cuando, en febrero de este año, fue estrangulada en un hospedaje de San Juan de Lurigancho por su esposo, Luis Edgardo Perea Mosquera (35), con quien tenía dos hijos.

Antes de bañarse en gasolina y prenderse fuego, el feminicida llamó a su hermana en Colombia y le contó el crimen.

El 4 de mayo, Desirée Joselin Crespo Álvarez (32) fue baleada en la frente por Juan Carlos Gutiérrez Segura, su jefe y gerente de una empresa automotriz, donde trabajaba desde hacía tres meses. Él también se mató con la misma arma.

Michelle fue la tercera migrante ultimada por el machismo en lo que va de 2019.

—Es un caso que refleja toda la crisis, el odio contra la mujer y la xenofobia— afirma el general Sánchez Bermúdez.

—Michelle es la víctima emblemática de mujer migrante— indica la funcionaria del MIMP.

—Este fue un caso que me tocó demasiado— reconoce Benjamín Tello Arriola, subgerente de la unidad de Tanatología Forense del Ministerio Público, donde el cuerpo de Michelle permaneció congelado durante veinte días. —Esa madre era un llanto, todo el dolor vivo.

El dolor vivo. El dolor tatuado para siempre.

Contactado por La República, el embajador de Venezuela en Perú, Carlos Scull, dijo que, aunque desconoce cifras oficiales, desde hace una semana su oficina ha creado tres correos electrónicos para recibir denuncias, casos de desaparecidos y peticiones de sus compatriotas.

Es, por lo pronto, la ayuda que la sede diplomática puede brindarles.

A mediados de julio, Scull condenó la agresión que recibió un joven venezolano por parte del Serenazgo de Los Olivos. Sin embargo, del feminicidio de Michelle ni se enteró.

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Un cuerpo sin patria

Cada día, a la Morgue Central de Lima ingresan los cuerpos de al menos dos migrantes venezolanos: suicidas, asesinados por la delincuencia, víctimas de feminicidio.

El doctor Benjamín Tello indica que, por disposición de la Fiscalía de la Nación, a los familiares de las víctimas se les ha exonerado del pago por conservación de cadáveres (S/. 46.70 por día, de acuerdo al código 2286).

Un cuerpo solo puede permanecer 36 horas en la morgue, pero el funcionario añade que, en casos específicos, se hace una salvedad.

“De hecho, les damos más tiempo hasta que puedan tener a su ser querido —indica—. Para algunos, verlo, tenerlo, velarlo, lo es todo. Otros ni siquiera pueden venir desde tan lejos para hacerlo”.

El de Michelle fue uno de esos “casos especiales”. Si sus padres hubieran tardado más días en llegar al Perú, sus restos habrían sido donados a alguna universidad o sepultados en una fosa común.

Yudexi y Hever recuerdan que, lo primero que hicieron al llegar a Lima, fue preguntar dónde quedaba el jirón Cangallo 818 del Cercado de Lima. Allí se levanta ese edificio de fachada blanca y ribetes color azul.

Foto: Cortesía.

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—Me identifiqué como la madre de la venezolana— recuerda Yudexi—, pero no pude verla porque su cédula se perdió el día de los hechos junto al celular y su cartera. No pude hacer nada.

Ella llevaba el pasaporte de su hija, pero no lo validaban por la falta de la huella dactilar.

Tello Arriola cuenta que, en ese momento, llamó a la fiscal y al cónsul de Venezuela en Perú, Marlon Celegón, para explicarles que ya se habían practicado los exámenes de ley; que ayudaran a los padres, les pidió.

“Es que este caso me dolió bastante, es uno de los que más se me ha quedado grabado”, dijo a La República por teléfono.

—Gracias a esa ayuda— señala Yudexi—, el consulado nos validó los datos consulares de nuestra hija, pusieron una firma y pudimos identificar su cuerpo. Me mostraron las fotos y pensé: esto solo puede haberlo hecho el odio. Odio hacia las mujeres y migrantes. Allí estaba mi niña: me preguntaron si la reconocía.

Se detuvo en sus uñas, “quizás Michelle había tratado de defenderse”; su manicura estaba intacta, impecable.

Después hubo que recolectar dinero para los costos del funeral y la cremación. Repatriar el cuerpo de su hija costaba 4 mil dólares; apenas reunieron 60.

—Tuvimos suerte —susurra Yudexi y se frota los ojos—: la verdad nos ayudó mucho la funeraria que está frente a la morgue. Nos permitieron velarla durante cuatro horas en sus instalaciones, Hever, yo y un par de amigos. Pagamos algo mínimo, ellos se encargaron de lo demás.

Sobre el ataúd, reposaba una bandera venezolana. La patria abandonaba, la patria imposible.

Luego llevaron el cuerpo al crematorio El Ángel y, finalmente, Yudexi y Hever recibieron a su hija hecha cenizas.

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Los países de donde procede la mayor cantidad de extranjeros que ingresan a territorio peruano son Venezuela, Chile y Estados Unidos, de acuerdo a la Superintendencia Nacional de Migraciones.

En 2018, 266 mil 534 mujeres extranjeras se quedaron en el país, mientras que este año, ya van más de 88 mil. Michelle pertenecía a esa estadística.

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—Ella está aquí con nosotros— interviene Hever, su padre, y se levanta del asiento. —Todas las noches nos abrazamos a su cofre donde están sus cenizas. Déjame que ya la traigo.

En unos días, él y Yudexi pasarán en calidad de refugiados al albergue Juan Bautista Scalabrini, atendidos (psicológica y legalmente) por el MIMP. Pero eso será después.

Ahora Hever regresa con un cofre jaspeado sobre el que cuelga una cadenita: la cadenita que Michelle usaba.

Se hace la señal de la cruz y agacha la cabeza, llora. Llora apretando los puños, con una rabia animal.

Foto: La República.

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Yudexi, que está al lado, asiente con la cabeza y reproduce un video que Michelle le envió por WhatsApp el día de su cumpleaños. En el clip, su hija canta una salsa llamada Paisaje, de Franco Simone.

Antes de reproducirlo, pide que la abracen. La canción que Michelle canta dice así:

Tú, no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor

Tú, aire que respiro en aquel paisaje donde vivo yo

Tú, tú me das la fuerza que se necesita para no marcharse

Tú me das amor…

DATOS:

  1. En Venezuela, Michelle convivía con Yorge Delgado, su expareja. Meses después de que llegara a Perú, Yorge migró junto a su hijo. Hoy se desconoce su paradero.
  2. El viernes 9 de agosto de 2019, tras la entrevista con La República, los padres de Michelle retornaron a Venezuela. Un año después no han logrado justicia.
  3. Una de las obligaciones del Estado peruano para con las mujeres que viven el país es garantizar una vida libre de violencia. Desde luego, hay mecanismos de prevención para esta población.
  4. “Las mujeres vivimos una situación de vulnerabilidad, pero las mujeres migrantes son doblemente vulnerables; ya sea por su estatus migratorio, por necesidad de acceder a un trabajo, entre otros problemas”, apuntó la abogada Brenda Álvarez.
  5. Doce mujeres mueren asesinadas a diario en América Latina.
  6. En los últimos años hubo avances significativos en la región, con la aprobación en 18 países —entre ellos Argentina, Brasil, Colombia y Ecuador— de leyes o reformas a los códigos penales, en que se tipifica el delito de asesinato de una mujer por el solo hecho de ser mujer, bajo la denominación de femicidio o feminicidio.
  7. El principal refugio de la violencia de género es la impunidad, destaca Kathleen Taylor, directora de ONU Mujeres para América Latina y el Caribe.