¿Hasta qué punto la guerra o la confrontación en política es total? ¿Es posible que los que se enfrentan alguna vez en política puedan establecer espacios de concertación y se reconozcan como tal y puedan establecer acuerdos posteriores? La historia política peruana también ha tenido momentos de confrontación y pocos periodos de acuerdos, que algunos han considerado como espacios de concordias o paz social. Por décadas la confrontación entre el Apra y la oligarquía no estuvo librada de momentos de insurgencia desde abajo y represiones desde arriba. La izquierda peruana tardó mucho en concebir a la democracia como un medio y fin. El fujimorismo polarizó el país y ahora en democracia es mayoría en el Congreso. Las derechas (con excepciones) reconocen ahora a los actores sociales populares y sus demandas. Conversar no es pactar decía el gran político Ramiro Prialé. Esa emblemática frase el Apra esgrimía para justificar sus sucesivas conversaciones y acuerdos que intentaba establecer para que la democracia sea viable o para que el propio APRA tenga un espacio mínimo de actividad. El viejo Prialé (muchas veces “semi-ciudadano” de más de una década de prisión), entendía que la política no era todo el tiempo una guerra o persecución. Después de la censura al ministro de Educación, se tiene dos escenarios: O la confrontación, es decir la guerra política donde nadie “perdona” o “procesa” nada a nadie de lo que hizo o propuso antes; o se genera un mínimo de convivencia política e institucional y –en las diferencias y sin renunciar a las lógicas identidades políticas– conversan las diversas fuerzas políticas y sociales, nacionales e incluso regionales. Si asumimos que “una mitad” del país puede gobernar desde el Congreso o la “otra mitad” desde el Poder Ejecutivo (o desde las redes y las calles) vetando a la otra, entonces estamos prolongando la segunda vuelta hasta el hoy y el fin de nuestros días. Conversar y luego pactar un mínimo de piso institucional no es “claudicar a principios” (en ninguna parte); es hacer gobernable la democracia. Si ese pacto genera soluciones, más seguridad, menos corrupción, reduce pobreza, mejores condiciones de vida y una buena educación para toda la juventud, entonces vale la pena conversar y también pactar. Entender a los adversarios en democracia es todo un desafío. Ello también implica ponerse en las racionalidades de los otros. No solo entre actores políticos. También los tecnócratas en la cabeza de los políticos; los políticos en la lógica de la gente de a pie. A Ramiro Prialé le costó proponer acuerdos en medio de tempestades. Y siempre las tempestades (autoritarias o anárquicas) son una amenaza a la democracia. Y el peor camino.