El Perú es en uno de los países más derechistas de América Latina. Cayó Fujimori hace 16 años, pero el modelo económico ortodoxo se mantuvo intacto. Tres veces los peruanos votaron por un candidato presidencial de centro o centro-izquierda, y tres veces ese candidato volcó hacia la derecha al asumir la presidencia. Como consecuencia, mientras otros gobiernos latinoamericanos (incluyendo Chile y Colombia) están diversificando sus economías e invirtiendo seriamente en las políticas sociales, en el Perú reina la ultra-ortodoxia de 1990. Las causas del continuismo son varias. Algunos dicen que la transición de 2000-2001 fue incompleta, y que la Constitución de 1993—de origen autoritario—impide el cambio. No creo. El problema no es el régimen político, es el equilibro del poder. La violencia y autoritarismo de los 80 y 90 generó un cambio profundo en el equilibrio del poder en el Perú. La izquierda electoral colapsó. Y la izquierda social —sindicatos, movimientos de campesinos, organizaciones estudiantiles, y otros movimiento sociales—se debilitó mucho. La derecha, en cambio, se fortaleció en los 90 y 2000. La empresa privada creció dramáticamente, y como consecuencia, los empresarios lograron un nivel de auto-confianza e influencia no visto desde la época pre-Velasco. El grupo El Comercio y otros medios se convirtieron casi en voceros del sector privado: muchas veces parecen más interesados en defender a los empresarios que en informar al público. Y como muestran Alberto Vergara y Daniel Encinas, una generación de burócratas neoliberales que entraron al estado bajo Fujimori no solo se quedaron sino expandieron su presencia y su influencia en los 2000. Con el resurgimiento del fujimorismo y la derechización del aprismo y la Iglesia aumentó el poder político de la derecha. Varios actores de derecha se convirtieron en una poderosa coalición de veto, utilizando una combinación de lobbying (presión informal) y bullying (rabietas públicas) para bloquear toda desviación del modelo ultra-ortodoxo. Toledo, García y Humala ganaron la presidencia con programas de centro o centro-izquierda, pero una vez en el poder, los tres giraron a la derecha. García se entregó a la derecha desde el principio, convirtiéndose en su mejor amigo. Humala era menos ortodoxo, y como consecuencia, sufrió más bullying. Enfrentó tremenda presión para mantener a Julio Velarde en el Banco Central y nombrar un ministro de Economía de derecha. Y Humala cedió. Desplazó a su propio equipo económico (mayoritariamente toledista) a favor de Miguel Castilla. Cuatro meses después, ante otra ronda de bullying, Humala optó por “Conga Va.” Y cuando Humala mostró interés en comprar activos de Repsol, la reacción de la derecha fue tan histérica y tan feroz—el presidente de CONFIEP dijo que el gobierno estaba encaminado hacia el modelo cubano—que el gobierno se rindió de inmediato. El poder de veto de la derecha no es total, pero es impresionante. Comparado con otras democracias latinoamericanas, incluyendo países como Chile y Colombia, la influencia de la política—o sea, la preferencia del público —sobre la economía es mínima en el Perú. De hecho, la democracia peruana se aproxima al sueño de Pinochet: un régimen donde los tecnócratas manejan la economía sin tener que preocuparse mucho por las elecciones, la protesta, las demandas ciudadanas, u otros elementos de la democracia que “estorban” y causan “ineficiencia.” Como consecuencia, el Perú mantiene una de las economías más ortodoxas de América Latina. En terminas de política social, por ejemplo, el Perú es una de las democracias más tacañas del mundo. El nivel de gasto público en salud, educación, y políticas anti-pobreza es uno de las más bajos de América Latina. Ahora, después de 15 años de presidentes no derechistas que optaron—ante el poder de la derecha—por mantener el estatus quo económico, el Perú tiene un presidente propiamente de derecha. ¿Cómo gobernará PPK? Muchos esperan un giro a la derecha. Y de hecho hay señales de derechización en dos áreas importantes. En Producción, donde Piero Ghezzi creó el importante Plan Nacional de Diversificación Productiva, PPK ha nombrado a Bruno Giuffra, que no cree en la diversificación (en el clásico discurso noventista, lo describe como “dirigismo”). Y en el MIDIS, que hizo una inversión modesta pero significativa en políticas sociales, PPK ha nombrado a Cayetana Aljovín, amiga de Martha Meier (Villamarians rules!) que no cree en las políticas redistributivas. Pero no tiene que ser así. Si PPK tiene la voluntad, su gobierno tendrá más capacidad que sus antecesores para implementar reformas que van más allá del neoliberalismo ortodoxo, reformas que aumenten el rol del Estado y el gasto público en educación, salud, infraestructura, seguridad, y política social. PPK goza de un grado de autonomía que no tenían sus antecesores. A diferencia de Toledo, García y, sobre todo, Humala, no es vulnerable al bullying de la derecha. PPK es un economista distinguido con prestigio internacional. La comunidad internacional financiera y los inversionistas más importantes confían en él. Ni los burócratas neoliberales dentro del Estado ni los columnistas hayekianos que abundan en los medios tendrán un mínimo de credibilidad debatiendo con PPK. Los gritos histéricos sobre el chavismo y el modelo cubano, que funcionaron tan bien con Humala, ya no sirven. Protegido por su credibilidad como economista ortodoxo, PPK es poco vulnerable a las críticas de El Comercio, Jaime D’Althaus u Aldo Mariátegui. Contra PPK, los ataques ultra-liberales de Federico Salazar o Alfredo Bullard serán payasadas. PPK, entonces, tiene la autonomía para adoptar políticas menos ortodoxas que las de sus antecesores—políticas que Humala no se atrevía a adoptar por temor de un linchamiento político. Podría extender el Estado. Aumentar el gasto público. Sería un poco como el Presidente estadounidense Richard Nixon cuando estableció relaciones diplomáticos con China. Mientras un presidente demócrata hubiera sido atacado por su “debilidad” ante el comunismo, Nixon, que gozaba de buenas credenciales anti-comunistas, era menos vulnerable a las críticas derechistas. ¿Pero PPK tiene la voluntad de adoptar políticas más “estatistas”? Es posible. Varios tecnócratas peruanos han concluido que son necesarias. Un ministro de alto perfil me dijo: “Soy economista ortodoxo. Pero estoy convencido de que el Perú necesita más Estado”. Y el propio PPK ha dicho —en público y en privado— que el Estado peruano tiene que gastar más. El nuevo gobierno aún no decide qué camino seguirá. El camino de la derecha será mejor recibido por sus amigos. Pero si PPK opta por el camino del centro, la coalición derechista que emasculó el gobierno de Humala podría tener más dificultades con su viejo amigo. Si PPK tiene la voluntad, su gobierno tendrá más capacidad que sus antecesores para implementar reformas que van más allá del neoliberalismo ortodoxo, reformas que aumenten el rol del Estado”.