Sepa que cabe la posibilidad de que vea en la obra algo que es suyo o que se reconozca en un tema. Puede ser que se quede impresionado con la textura de un cuerpo o que descubra un personaje que nadie ha visto, esconderse en la sombra dentro de un cuadro. No es lo mismo ver las artes plásticas en una computadora que verlas cara a cara, enfrentarse a la verdadera dimensión de la obra y ya no al tamaño de la lámina o la fotito que internet nos entrega. Entender la diferencia técnica y de intención entre una miniatura y un gran formato. No es igual, porque estando en contacto directo puede reconocer, en el lienzo, el trazo, la sutileza o la profundidad de la marca que ha dejado el autor a su paso. Las ganas de reconstruir la realidad en la obra del escultor. Los despojos de la batalla, como escuché una vez decir a Szyszlo. A diferencia del monitor en donde vemos el mundo ya masticado y traducido en la percepción del que nos cae y del que no, ir a un museo es una experiencia dialogante y personal. El arte le conversa al espectador en un lenguaje que solo conocen ambos. Nadie lo puede hacer por uno. Escribo esto después de haber pasado tres horas entretenidísima viendo la exposición permanente del Museo de Arte de Lima-MALI. Si usted que me lee no tiene muy a mano motivos por los cuales estar orgulloso de su cultura, le falta inspiración o divertimento, vaya apenas pueda al museo que tenga cerca porque ahí va a encontrarlos. Ah, y lleve a sus hijos, en algún momento de la vida se lo van a agradecer.