Emanuel Soriano: ¿quién es fuera de sus personajes y cómo ejerció su profesión de comunicador?
¿Pantaleón en el teatro, Montana en el cine o Gustavo en la TV? El artista se somete al ejercicio de mirar con distancia sus roles actorales y habla en primera persona.
“Me encanta trabajar con arcilla”. La exploración ocasional de Emanuel Soriano en la alfarería es, además de un escalón en el diplomado de Terapia de artes expresivas que está cursando, una defensa a su identidad: se conjunta con la destreza incluso fuera de sus papeles actorales. Mientras Pantaleón, Montana y Gustavo —y tantos otros— reposan en la memoria colectiva, el peruano de 34 años escucha a Jorge Drexler, a Alejandro Sanz y a Residente, camina y vislumbra su próxima ocupación. “El mundo está lleno de inventos para sobrevivir”, dice.
—¿Quién es Emmanuel Soriano sin sus personajes?
—Alguien que se sorprende con cada cosa nueva, pero al mismo tiempo alguien con cierto temor a lo impredecible. Yo no soy del todo atrevido y me lo estoy permitiendo con los proyectos, con la dirección, con la escritura. Le estoy permitiendo a ese niño que fue obligado a ser muy disciplinado a romper ese tipo de reglas.
Emanuel Soriano, 4 años. Foto: archivo de Emanuel Soriano
Ese niño fue el alcalde escolar en el Salesiano Rosenthal de la Puente, el protagonista de Jesucristo Superstar, el debutante cinematográfico que, acomodado en la piel de Domingo Savio, juraba que sería santo. Fue, además, bajo sus propios términos, el “mátalas callando” de la secundaria: persona que con maña y secreto procura conseguir su intento, según la RAE. “Yo no era el que gritaba el chiste. El apodo se lo decía a mis amigos y ellos eran quienes lo comentaban. Pero mi fin no era ese, sino que ellos se diviertan”.
—El perfeccionismo se puede ver como una cualidad, pero llega a ser una pared también. ¿A qué límites te ha llevado?
—Creo que he aprendido a soltarlo porque es importante el error, y me estoy invitando a equivocar. En algún momento, cuando iba a un taller, me preguntaban a qué iba. “Yo vengo a equivocarme”. Porque muchos, como ya saben que he hecho cosas, están con la expectativa. Entonces trato de soltar esa expectativa y de sorprenderme con lo que pueda ocurrir en el momento, con lo que me brinde mi compañero o mi compañera de escena.
—¿Cuál es tu reacción cuando escuchas aquel fragmento de tu primera película: “Quiero ser santo”?
—Hay algo que me pareció superinteresante: hicieron una canción a partir de eso y sí, sí, sí, me la guardo. La relación con esa santidad, que es hacer de lo ordinario algo extraordinario, es lo que busco de alguna manera hacer con mi trabajo. Y creo que la santidad, si la traigo ahora, es como una forma de meditar.
—Y, hablando de la santidad, ¿eres creyente de algún santo?
—De todas maneras de San Juan Bosco (...). De que creo en Dios, sí creo en Dios; de que me he alejado de la religión, me he alejado de la religión: soy un poco más espiritual. Donde yo siento que Dios se manifiesta es en el arte y en la naturaleza.
Con una participación internacional —interpretó a Armando en “La reina del sur”— el arte ahora se traduce como su espacio seguro. Sin embargo, cuando tenía 17 años no lo era. “El miedo. El miedo a que de repente no me vaya a ir bien como actor”, argumenta ahora Emanuel ante una pregunta vocacional: ¿por qué Comunicación antes que Teatro?
—Miedo y elección de carrera. ¿En algún momento te sentiste incómodo estudiando Comunicación cuando sabías que tu pasión era otra?
—No, porque estaba ligado. Creo que eso era lo que no me hacía estar triste. Además, mientras estudiaba llevaba talleres de actuación. Bruno Odar me dio media beca, luego estuve con Alberto Ísola (...). Y también mis padres me apoyaban en la medida de lo posible.
El soporte de su madre no ha caducado. Tiene la certeza porque le ha leído “Pisar charcos”, un relato de autoría que ha ocasionado una impresión-espejo: “Ella no se ha conectado con mi historia, se ha conectado con su historia, con la de su niñez”.
Emanuel Soriano a puertas de ingresar al primer grado. Foto: archivo de Emanuel Soriano
—¿Llegaste a ejercer tu rol como comunicador?
—Lo más cercano es la locución.
La locución es una faceta abanderada por la intro de los ThunderCats. La mascota de los alienígenas felinos, Snarf, estimuló con su voz un ejercicio de imitación: Emanuel Soriano, al igual que con el comercial de la gaseosa Chiki, engolaba y ensayaba para lo que más tarde sería otro cauce económico. Radio La zona, Promperú, canal IPe, Radio Moda, Entel, BCP y Falabella encendieron micrófonos y conservaron su dicción.
Fuera del área comercial, su tono vibra entre quienes vieron “Django: sangre de mi sangre” (2018) y “Django: en el nombre del hijo” (2019). “¿Dónde quedó la leyenda?”, le pregunta Montana a su padre.
—¿En qué pensabas cuando le reclamabas a tu padre Django por su ausencia familiar?
—Mi papá (real) me dijo que de repente se lo estaba diciendo a él, porque mi papá se fue a Estados Unidos un poco más de diez años a trabajar. Yo a veces lo visitaba. Probablemente en mi inconsciente podría estar, pero no, porque yo no pienso en mis cosas para actuar. O sea, lo que se le dice memoria emotiva, y que algunos trabajan con ella, no la uso porque me distrae.
—¿Con qué actores estrechaste vínculo en Django?
—Con Giovanni de todas maneras, porque además Giovani me escogió para ser su hijo. No me hizo casting, me vio actuar. A veces hacemos otro tipo de casting, en el sentido de que yo voy a ver una obra de teatro y veo cómo alguien actúa y ya, para mí ese es el casting (...). Antes me llamó para una obra de teatro, para “Avenida Larco”, el musical, donde hacía dos personajes extremos, hacía de un viejito, un policía de comisaría, y de un terrorista.
—¿Sueles improvisar en tus textos?
—Depende, depende. Hay proyectos que te lo permiten y yo estoy feliz de hacerlo. Mi costumbre siempre era regirme el texto, pero hay compañeros y compañeras que te invitan a la improvisación. Pero hay otros proyectos que no te lo permiten, no solamente por el director, sino el mismo texto.
—Citaré algo: “He estado muy contento con un 85% de las cosas que he hecho”. ¿Qué comprende el 15%?
—El otro 15% probablemente comprenda muy pocas obras. Hasta podría atreverme a decir una…
—¿Cuál?
—Eso no puedo decir (risas). Descontento no con el trabajo siquiera, sino con el proceso. Y por ahí alguna película también que no fue muy conocida ni nada porque no entendía en qué me había metido (...). Sin embargo, también me han dado otro tipo de ganancia. Tienes que pasar por esas cosas para saber qué no quieres hacer.
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Y Emanuel Soriano ha transitado contiendas: interpretó a Cristóbal, una figura autista, en “El curioso incidente del perro a medianoche” al mismo tiempo que grabó las escenas como Montana. Pureza y perversidad en horarios distintos. Actuó —tragicómico, como él lo define— frente a Mario Vargas Llosa en “Pantaleón y las visitadoras”. Además, protagonizó un beso con Jota en “Junta de vecinos”.
“Sabía que iba a tener críticas por ambos lados. Por un lado, de todas las personas conservadoras y, por otro lado, de la misma comunidad al no ser un actor gay”.
En abril las críticas también contemplan la agenda. El artista lanzará una obra personal titulada “Autorretrato”. “Para que salga ese texto han tenido que pasar como unos diez textos, pero estoy permitiendo equivocarme. Entonces no sé si la obra gustará o no gustará”, confiesa.
Por lo pronto, está grabando “Álbum de familia”, una película de Joel Calero, y ha empezado a dictar el taller de actuación frente a cámara en Arte & Escena. “Van apareciendo cosas en el momento y tienes que decidir qué tomas y qué dejas”. Para acompañarlo en su valoración está Amelia, una ‘calatita adorada’ que adoptó en 2021, un libro: “El cuerpo nunca miente”, de Alice Miller, y la posibilidad de repetir su material de culto: “Volver al futuro” y “Relatos salvajes”.