La Colmena y La Catedral, las huellas de un escritor
Vargas Llosa y su entorno. El joven Mario Vargas Llosa que había vivido la protección de la familia maternal y que luego quedó afectado por la fuerte presencia de su padre sintió el impacto de conocer las calles de Lima al trabajar en La Crónica y estudiar en La Casona de San Marcos. Aquí, algunos detalles del encuentro con ese otro Perú, que derivó en libros memorables.
Por: Carlos Páucar
Sentado en un rincón, en medio de ese enorme enjambre de personas apuradas que es la Plaza San Martín, señalando zapatos que pisan y pasan a su alrededor y ofreciendo lustrarlos con una voz apenas audible, encontramos a Américo Huarco Flores. Cusqueño humilde, de sonrisa generosa y franca. Alarga sus manos manchadas de negro para el saludo. Rastros de betún también hay en su ropa.
“Lo recuerdo por supuesto, él venía mucho más cuando estudiaba en La Casona, de San Marcos, Vargas Llosa venía a tomar su café en el bar Zela”, responde a nuestra interrogante.
Su rostro de 79 años resplandece en el invierno gris limeño, bajo el Portal de Pumacahua, a poquísimos metros del Jirón de la Unión. Américo, el lustrador con 60 años de trabajo en la legendaria plaza, es una historia viviente de la Lima antigua.
Recuerda que Vargas Llosa trabajaba en La Crónica, en lo que hoy es el ingreso a las Galerías Boza en jirón Carabaya (antes se llamaba Calle Pando). Después, el diario se mudaría a la avenida Tacna, donde ahora está Tottus y antes el Centro de Convenciones del Crillón. Este es precisamente el punto de partida de esa novela inmensa Conversación en La Catedral.
“Acá, a la Plaza San Martín, también venía Pocho Rospigliosi, Doris Gibson, el pintor Sérvulo Gutiérrez. Aquí conocí a Pablo Neruda”.
Don Américo, hijo de Paucartambo (“el único lugar donde la salida del sol se ve a las 4 de la mañana”), también recuerda haber conocido en los 60 a Manuel Benítez “El Cordobés”, a Manuel Moreno “Cantinflas”, a John Wayne (“venía a tomar su pisco al Bolívar”), al mexicano Pedro Infante, a Pelé. “Sí, conocí a Vargas Llosa, sé que el 28 de marzo es su cumpleaños. Lo volví a ver hace unos 10 años. Yo en los 60 y 70 trabajaba adentro (señala hacia el centro de la Plaza San Martín), yo era un muchachito por ese entonces”.
El lustrabotas infla el pecho de orgullo, pues ha sido entrevistado por la televisión extranjera para hablar de Vargas Llosa, de la Lima de antaño, de la Plaza San Martín. La misma hija del escritor, Morgana Vargas Llosa, lo ha retratado e incluyó esa imagen en la exposición fotográfica “Mírame, Lima”, exhibida en París, Nueva York y otras ciudades del mundo.
En la retina del escritor
Este espacio, donde reina Américo Huarco, el que posee al mundo por los zapatos, fue también allá por los años 50 el mismo que impresionó a un adolescente e inexperto Mario Vargas Llosa, el que años atrás había sido feliz y protegido en Cochabamba y Piura, el que vivió el terror del reencuentro con su severo padre, el que ya había conocido los distintos rostros del Perú en el colegio militar Leoncio Prado.
La Plaza San Martín, inaugurada el 27 de julio de 1921 por Leguía con motivo del Centenario de la Independencia del Perú, en la que hoy todavía se levantan como un monumento al infortunio las ruinas del incendiado edificio Giacolletti, es bastante representativa de la primera etapa de la obra vargasllosiana, esa edad de oro sellada por la brillantez de La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969).
“La Plaza San Martín y La Colmena son espacios confluyentes en la Lima de ese entonces. Allí, para la burguesía local estaba el Club Nacional, el Hotel Bolívar, el Teatro Colón… en la otra zona estaba el bar Zela, el Negro Negro, La Crónica, La Prensa, las oficinas de Fénix”, reflexiona el investigador, limeñófilo y estudioso vargasllosiano, Luis Rodríguez Pastor.
“¿Qué encontramos en La Colmena y la Plaza San Martín en esos años? Ricos, pobres, estudiantes, comunistas, conspiradores, famosos, etc. En ese espacio todo el mundo se encuentra, todos confluyen. En ese sentido, es el lugar más representativo de la narrativa peruana de los 50, pensando en un Ribeyro, en Reynoso, en Congrains Martín, todo transcurría o pasaba por la Plaza San Martín”, agrega Rodríguez Pastor, autor del libro Mario Vargas Llosa para jóvenes e impulsor del recorrido literario “Tras los pasos de Zavalita” por el Centro de Lima.
“La Plaza San Martín es un referente obligado en la vida de Vargas Llosa. Los que trabajaban en el extinto diario La Crónica en la avenida Tacna y los que estudiaban en La Casona de San Marcos se daban cita en sus locales para la tertulia”, añade.
Antes de acompañar a Rodríguez Pastor por los lugares que marcaron esos años del joven escritor peruano, más tarde premio Nobel 2010, visitamos lo que queda de La Catedral, el bar en el que Zavalita se sienta en una mesa con Ambrosio, exchofer de su padre y de Cayo Bermúdez, mano derecha del dictador, y se desata una de las obras más estremecedoras, críticas, terriblemente actual, sobre el envilecimiento de la sociedad peruana debido a la corrupción y la opresión.
La Catedral y la ciudad
“No, señor, no sabía que aquí había venido Vargas Llosa”, dice un joven que tiene su casita en el interior de allí, Alfonso Ugarte 203, muy cerca del puente del Ejército y la Plaza Ramón Castilla. Ahora el terreno de más de mil metros es un refugio de recicladores. “Aquí guardamos nuestros materiales después de la venta”, afirma otro comerciante, mientras el letrero “Se vende” revela que aún no se concreta el pase comercial iniciado a inicios de esta década, quizás por el monto que se acerca a los tres millones de dólares.
Seguimos por las calles que habría recorrido Vargas Llosa, la avenida Tacna donde sitúa uno de los mejores comienzos de la literatura hispanoamericana y donde aparece la famosa pregunta “¿En qué momento se había jodido el Perú?”; La Colmena y sus rincones, el Bransa, el Bolívar, el Negro Negro, el Zela, La Casona de San Marcos, etc., que marcaron para siempre al muchacho de Miraflores y Magdalena, al que soñaba ser escritor, al que militó en una célula comunista, al que trabajó para el maestro Porras Barrenechea y decide irse a Europa.
"Él parte de hechos reales, de su biografía, de una geografía reconocible y nos transporta a una realidad ficticia. En ese sentido es un escritor que miente con conocimiento de causa, como el gran creador que es", concluye Rodríguez Pastor, mientras don Américo Huarco sigue afanoso cada zapato para la limpieza.
Entre las miles y miles de historias de vida.