Por José Távara Director académico de economía de la PUCP Una crisis tan profunda como la actual abre una etapa decisiva de cambios imprevisibles. Como diría Brecht, vivimos tiempos en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. En EEUU los debates giran hoy en torno a la energía y el medio ambiente, las reformas en salud y educación, en el régimen tributario y la regulación de los mercados. Sin embargo, los economistas aún se concentran en los problemas del corto plazo, muchos se han convertido al keynesianismo y apoyan la vieja receta de regular la demanda agregada para alcanzar el pleno empleo. En un artículo publicado recientemente, Robert Reich afirmaba que el keynesianismo tradicional se basa en dos supuestos errados. El primero es que los consumidores de EEUU recuperarán muy pronto su capacidad adquisitiva y elevarán su consumo a los niveles previos a la crisis. El segundo, suponiendo que efectivamente lo logran, es que podrán mantener ese nivel de manera indefinida. Reich afirma que solo los más miopes promotores del libre mercado pueden aceptar estos supuestos. Al reventar la burbuja inmobiliaria, se agotó la capacidad de endeudamiento de los hogares y no hay nuevas burbujas a la vista. Y aún si el cambio climático no fuera una amenaza tan grave para el planeta, los ciudadanos del mundo ya no toleran que los EEUU sigan dilapidando los recursos y contaminando la Tierra. Por cierto, la crisis tiene efectos devastadores en las personas que pierden su empleo y en sus familias, y por ello las políticas contracíclicas juegan un rol fundamental. Pero también se observan signos de un cambio cultural en marcha, a medida que más personas descubren que pueden vivir muy bien sin pasar el tiempo comprando cosas que, en realidad, nunca han necesitado. Reich sostiene que lo que falta, y está en riesgo de perderse, son los common goods o bienes comunes y compartidos como el aire y el agua, la seguridad y el transporte público, los parques, las buenas escuelas y las redes de seguridad social. La producción de estos bienes ha venido declinando durante las últimas décadas, se ha privatizado o degradado por la desregulación y los recortes en los programas sociales. Por ello urge una nueva visión frente a la crisis: en lugar de promover un aumento del consumo privado, como mecánicamente plantea el keynesianismo tradicional, Reich propone expandir la producción de bienes comunes, los cuales no necesariamente utilizan recursos escasos, sino que buscan conservarlos y protegerlos. En el Perú el consumo de los pobres es muy bajo, empezando por los alimentos y el vestido. Por eso tienen sentido el aumento del salario mínimo y las políticas dirigidas a la generación sostenible de fuentes de empleo. Para ello es preciso elevar también la producción de los bienes comunes y los servicios básicos. ¿Pero cómo financiamos un aumento en la calidad y la cobertura de estos servicios sin una reforma tributaria que restablezca el principio de equidad entre nosotros como ciudadanos de un mismo país? Las reformas de los 1990 se justificaron afirmando que la desregulación de los mercados y la privatización de las empresas públicas permitirían al Estado concentrarse en sus funciones esenciales como salud, educación y seguridad ciudadana. Sin embargo, hemos avanzado muy poco y seguimos rezagados. Einstein afirmaba que en tiempos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento. Ojalá la crisis actual nos sacuda lo suficiente como para despertar la imaginación de nuestros líderes, y facilitar el nacimiento de una sociedad más justa e integrada.