Carmen Mc Evoy: "En la actualidad ocurre un descuartizamiento del Estado en aras de una rapacidad inédita en la historia"
La historiadora hace un paralelo entre la crisis política por la que atravesamos y las grandes dificultades por las que pasó el naciente estado peruano luego de la victoria de Ayacucho. Además habla de su último libro: En el umbral de lo desconocido (Crítica / 2024), una reflexión sobre nuestros 200 años como república.
Cada vez que la historiadora Carmen Mc Evoy llega al Perú se mueve a velocidad de vértigo. En los últimos tres días presentó su nuevo libro: En el umbral de lo desconocido (Crítica / 2024), se reunió con unos pocos amigos, atendió a unos cuantos periodistas impertinentes, presencial y virtualmente, y se dio tiempo para armar el árbol de Navidad en su casa de La Punta. Su año ha sido similar. Ha seguido ordenando los ensayos con los que interpreta nuestra historia y establece paralelos con la actualidad, ha viajado a escenarios que son claves en el bicentenario de la Batalla de Ayacucho, y, además de sus columnas, se ha convertido en podcaster, para llegar a un público más amplio, siempre con la idea de ver el pasado, puntualmente lo ocurrido en 1824, para entender si en el origen del Perú republicano está la explicación de lo que nos ocurre hoy. Este es el resumen de esos meses galopantes.
Su primera columna del año, en El Comercio, terminaba con esta cita de Camus: “En el medio del odio, me pareció que había dentro de mí un amor invencible”. Esa frase, decía usted, debía servir como un conjuro, como un amuleto, en estos tiempos matonescos. El año casi ha terminado, ¿sirvió la invocación al narrador francés o la ferocidad de este tiempo pudo más?
La invocación a Camus, un escritor que vio los horrores de la Segunda Guerra Mundial y luchó junto con otros intelectuales franceses en la resistencia, no sirve para que la ferocidad a la que aludes mágicamente se transforme. Camus más bien nos recuerda que los seres humanos poseemos una fuerza interna, capaz de resistir la más grande de las adversidades y mantenernos en pie. Es esa capacidad, que es universal, la que no deja de sorprendernos en momentos de grandes pruebas como las que estamos atravesando. Entonces, contestando a tu pregunta, en el Perú nuestros compatriotas están dando la batalla, en solitario y anónimamente, por la vida. Ese nivel de fortaleza, en medio de la muerte y la violencia desatada, debe llevarnos a una profunda reflexión y a una gran empatía que desafíe abiertamente la indolencia del gobierno.
Usted dice que su último libro, En el umbral de lo desconocido, nació por el llamado de un seguidor de Twitter, que le pidió que escribiera un texto sobre este tiempo, para que nos sirviera a todos de desahogo, ¿un libro puede tener ese efecto? ¿Un libro puede darnos esperanza?
Pienso que el pedido del lector que me inspiró tiene conexión, tal vez sin proponérselo, con una frase camusiana con la que inicié la presentación de mi libro en El Virrey. Señala Camus, y aquí lo parafraseo, que el “verdadero horror a la existencia no es el miedo a la muerte sino a la vida”. El terror a despertarse diariamente para enfrentar las mismas luchas, dolores y desilusiones irresueltas. En breve, el miedo a que nada cambie. Vivimos en una república sin rumbo, sin sentido y, lo que es más grave, sin memoria, lo que la condena -y de ahí el pedido del seguidor- a una repetición eterna que espanta y duele.
Una de las cifras de la que menos se habla es que el 57% de los peruanos está dispuesto a dejar el país, por la falta de oportunidades, por la inseguridad y por la inacabable crisis política, ¿cómo encontrar esperanza en un escenario así?
El Perú ha expulsado a sus hijos a través de diferentes momentos de su desventurada historia y estamos en una de esas coyunturas de desarraigo como mecanismo de sobrevivencia. En 1989 dejé el Perú con mis dos hijos pequeños para hacer un doctorado en California. Un millón de peruanos partieron en ese trágico año buscando oportunidades, pero principalmente huyendo de la ola de violencia que la vesania de Sendero Luminoso decretó a lo largo y ancho del país. ¿Cómo encontrar esperanza? Pensando que luego del agotamiento de un ciclo, que ahora es mundial, se rectificó el rumbo en otras administraciones. Porque de este, marcado por la frivolidad y la negligencia, no espero absolutamente nada.
¿Hay algo bueno que rescatar en el Perú el 2024? ¿Qué es lo mejor de este año?
La fortaleza y temple de los peruanos, especialmente de las mujeres que en diferentes regiones del país se ocupan de mantener cierta normalidad en medio de la debacle nacional. Pienso, por otro lado, en la entereza de tantas madres que han debido de reconocer los cuerpos de sus hijas violadas y asesinadas, halladas en bolsas o en tachos de basura o tiradas en descampados, incluso descuartizadas. El nivel de brutalidad y falta de respeto por la vida que estamos presenciando es inédito y por eso celebro a quienes, desde diferentes colectivos, como las ollas comunes, alimentan a familias enteras e incluso rescatan animales de las calles, torturados por los que gozan con el dolor de los más débiles.
Le voy a leer un extracto de un texto que aparece en su libro: “El congreso soberano o mejor diremos el club de facciosos, parece que se instaló para aumentar las calamidades del Perú (…) Este augusto cuerpo que constaba de individuos rescatados con arte y maña eran destinados a decidir la suerte del Perú: hombres sin educación, sin talento, sin probidad ni honor”. Es algo que se escribió en 1824, pero tranquilamente podría firmarlo alguien de este tiempo. ¿A qué se refería el autor de esa nota, cuál era el contexto que lo motivaba a escribir algo así?
Es un documento que sorprende por su actualidad y que nos remite a esa suerte de eterno retorno perverso que mencioné anteriormente. La denuncia del artículo, publicado en un periódico del Callao, es contra un congreso de oportunistas a los que se les llamaba “logreros”, para los cuales el “bien común”-que se discute en una serie de documentos fundacionales de la república- simplemente no existe. Desde sus inicios, los fundadores de la república anunciaron que el mayor reto para la consolidación de un orden, por el cual se luchó en Ayacucho, serían las ambiciones desenfrenadas que amenazaban su existencia, y ese nefasto patrón de comportamiento persiste 200 años después.
Usted habla de la Batalla de Ayacucho como la “victoria impensable” o como un “extraordinario caos organizado”, ¿tan inconcebible era una victoria patriota?
Bueno, pienso que a lo que específicamente me refiero en el libro y en el podcast que lo acompaña es al arco temporal Junín- Ayacucho, que corre desde agosto a diciembre de 1824. Porque hay que pensar que Junín, una victoria a todas luces impensable, cambia la dinámica de una guerra marcada por una sucesión de derrotas para el bando patriota. Ayacucho, una batalla en la cual la estrategia de Sucre y el coraje de los peruanos llegados al campo de batalla luego de larguísimas caminatas por desiertos y montañas, corona una victoria que es peruana y continental.
¿En qué se parecía el Perú de 1824, una república en formación, a este Perú de 2024, donde unos cuantos procuran desarmar lo poco que queda de institucionalidad?
Ambas coyunturas provienen de una posguerra en la que no se abordó, mediante un proyecto nacional, el bienestar integral de millones de peruanos. Con todo el heroísmo y entrega que significa Ayacucho, una batalla solventada con el apoyo de centenares de municipalidades y comunidades altoandinas, en el período posterior el Estado Peruano fue repartido. En la actualidad ocurre un descuartizamiento del Estado en aras de una rapacidad que pienso es inédita en la historia, porque ya ni siquiera se guardan las formas y menos las apariencias. El objetivo puro y duro, mientras el Perú agoniza, es robar lo que se pueda en el tiempo del que se disponga.
¿Ha sentido que este gobierno se interesara por la conmemoración de Ayacucho? Parece que muchos entendieron a esta fecha como una cosa regional, ayacuchana, pero no de alcance nacional.
Es vergonzoso que con todos los recursos de los que dispone el Estado Peruano, los cuales se despilfarran y roban de manera sistemática, no se haya inaugurado una gran obra o una multiplicidad de obras que dejen grabada en la memoria nacional el hito fundacional que significó la mítica batalla de Ayacucho.
Ahora, aunque valoramos mucho lo que ocurrió en Ayacucho, nos fijamos un poco menos en lo que vino después. En la presentación de su libro usted dijo que, tras la victoria en la Pampa de la Quinua, nos convertimos en el depósito tóxico de los ejércitos libertadores, ¿por qué?
Porque Ayacucho es la batalla final regional, lo que significa que allí convergieron ejércitos transnacionales. Y la transnacionalización de la guerra, que es lógica -porque si no se liberaba el Perú, todas las colonias seguían en peligro- significó que las oleadas que vinieron: los granaderos de San Martín, los grancolombianos que llegan con Bolívar, los chilenos que también eran remanentes que vinieron con San Martín, se quedaran como soldados desmovilizados. Y se quedan porque el Perú les da posibilidades de insertarse en el proto-Estado que se está formando. Entonces, termina la batalla y por ahí encuentran prefecturas, subprefecturas, ministerios, hay un reparto.
Es el Estado visto como un botín.
Ahí empieza el Estado como botín de guerra, y es un botín de guerra que se valida con la idea: “Yo peleé en Ayacucho, por la patria”, o “Yo me vine de las provincias unidas del Río de la Plata para pelear por la libertad del Perú, me lo deben”. Entonces, ahí empieza este estado que nace con esta suerte de lastre.
¿Y en general diría que hemos idealizado a las figuras de los dos libertadores, la de San Martín y la de Bolívar, y que hemos sido complacientes en la narración que llevamos a las escuelas?
Totalmente. Por ejemplo, no se le da el valor al ejército del norte, a los norteños. Ellos llegaron caminando, empezaron su jornada probablemente en Trujillo. Ahí es donde viene (José Andrés) Rázuri, y ellos son los que determinan el rumbo de la batalla de Junín. Y allí se va haciendo una preparación para lo que viene después, en Ayacucho, y en el camino reciben el apoyo de los pueblos, de las comunidades altoandinas, de las municipalidades. (José Faustino) Sánchez Carrión, probablemente debería estar en ese monumento que está en Huamanga, acompañando a Sucre, porque él es el que hace las negociaciones con los pueblos, para ir recolectando lo que se necesita para la guerra, empezando con mulas, caballos, comida. Entonces, hay figuras estelares que vienen, pero si no hubiera habido ese apoyo desde abajo, de las rabonas, de las guerrillas, el triunfo hubiera sido imposible.
Eso es interesante, porque hay gente que todavía avala la idea de que la independencia fue concedida, de que los peruanos simplemente fuimos espectadores de lo que vinieron a hacer los extranjeros.
Eso ha quedado como el jingle, como esa canción que suena bien, pero que no significa nada. Porque, primero que nada, a Bolívar se le solicita venir. Ahí ya rompes la idea de que vinieron y te concedieron la libertad. O sea, eso le convenía a Bolívar y también a los peruanos. Fue una negociación en el Congreso, que le pide que venga. Y Bolívar entra y empieza a ver el panorama político peruano, y en cierta manera estimula las divisiones, que ya se habían dado con las rupturas entre Riva Agüero y Torre Tagle, eso es innegable. Pero a él le convenía que existiera la anarquía, para validar su presencia.
Una de las cosas más estimulantes para usted, este año, ha sido trabajar en dos podcast, lo que al final es un lenguaje nuevo. ¿Cómo le ha ido con eso?
Primero que nada, yo creo que el futuro está en lo audiovisual, y ustedes en el periodismo son los que mejor lo comprenden. Los titulares, por ejemplo. A veces a mí me preocupa cuando doy entrevistas porque no sé qué cosas van a poner.
Caray
Y el titular no necesariamente refleja la totalidad de lo que se habla. El titular, digamos, es para poder atraer al público, eso me parece muy bien y lo comprendo. Pero vamos al hecho del podcast. Son 10 podcasts que te van llevando por este camino de Ayacucho, que fue hace 200 años. Hicimos como estructura de una clase. Luego viene la animación, que es un poco para los niños y los maestros. Y la tercera parte son entrevistas que hago a historiadores, que han investigado diferentes partes del proceso. Es una discusión académica, sólida. No nos estamos haciendo preguntas como “¿Existió la batalla de Ayacucho?”, que veo en otros podcast, para generar controversia. Dicen: “No, todos se abrazaron”. Pero no fue así, fue sangrienta. La simplificación atrae a los likes y yo lo entiendo, y por eso creo que este material puede servir después para trabajarlo con las diferentes escuelas y los maestros a lo largo del Perú.
En todo caso, el bicentenario de la Batalla de Ayacucho la ha convertido a usted en una comunicadora.
Sí, yo creo que sí. Aunque yo ya soy una comunicadora con mis columnas. Y ya aprendí los mecanismos, la manera de llegar, he tenido que aprender a sintetizar. Y yo creo que esto nuevo ha sido un paso adelante.
Un punto interesante en los podcast ha sido abordar el tema de la neurociencia y los estudios de Mauricio Sigman, para entender cómo se forma la memoria colectiva de un país.
Estás hablando de la tercera parte, de las conversaciones de Mesa Compartida, con César Azabache, que es donde abrimos la discusión a temas de nuevos autores. Y lo que dice Mauricio Sigman es que las conversaciones, el diálogo, tiene impacto en la manera como se produce la sinapsis, las conexiones neurológicas. Entonces, si las conversaciones se plantean con temas importantes, poderosos, se puede producir una transformación real. Pero lo que pasa es que estamos acostumbrados a las conversaciones sobre el condominio Mikonos, o si la señora se operó, y eso no te va a hacer ningún impacto. Al contrario, va volviendo superficial la conversación de temas nacionales.
En la presentación del libro, Eduardo Dargent decía que queremos establecer una especie de paralelo entre la Batalla de Ayacucho y la actualidad. Estamos hablando de un estado que recién se formaba, caótico, con traiciones, como el que vemos ahora. Pero también es cierto que hemos pasado momentos peores. No tenemos hiperinflación, no tenemos terrorismo, no hay Guerra del pacífico. Quizá lo que nos pasa a los peruanos es que también somos un poco más dramáticos de lo que deberíamos ser.
Yo creo que no sabemos apreciar los momentos en que hay cierta estabilidad. Y creo que no sabemos apreciar lo que tenemos en general. O sea, tenemos una gran cultura, tenemos una gran historia, tenemos recursos impresionantes. Todo lo que tenemos a nuestra disposición, en momentos de tranquilidad deberíamos disfrutarlo y preservarlo. Pero cuando llegan las crisis nos olvidamos. Eso creo que lo mencionó Eduardo. En los momentos en que el Perú vive cierta estabilidad, deberíamos recuperar esta memoria, deberíamos recuperar los procesos. Y yo creo que este momento sí es una crisis de verdad, esta es una implosión del Estado, que se ha ido deteriorando por este modelo de reparto y que ahora, los vampiros que han entrado ni siquiera te explican, simplemente toman por asalto y roban lo que pueden.
Para desintoxicarnos un poco de este ambiente que parece apocalíptico, usted sugiere que hay que salir de Lima.
Cuando se construye este modelo, que yo llamo mecanismo, a Lima se le otorga el rol de generar la niebla de la guerra. Y la niebla de la guerra es la desinformación. Entonces, cuando San Martín entra a Lima se generan los rumores de que vienen los guerrilleros. Y hoy Lima sigue siendo un centro de desinformación, de crisis y de historias que nunca terminan. Viene una historia, y otra, y es la de nunca acabar. Es como uno de esos folletines franceses del siglo XIX, que se extendían, o como el escribidor Pedro Camacho, de Vargas Llosa, que escribe y escribe, y ya no sabe qué inventar. Mientras que cuando tú sales de la ciudad, y he tenido la oportunidad este año de ir a Huamanga, a Huamachuco, la vida transcurre de otra manera. Los huamachuquinos, por ejemplo, están muy entusiasmados porque el próximo año se cumplen 200 años de la muerte de José Faustino Sánchez Carrión, que muere justamente al regresar de la campaña de Ayacucho, a los 35 años, con el hígado destruido, es un héroe civil. Y sus coterráneos están ahí, en Huamachuco, preparando algo. A ellos no les interesan todas estas historias truculentas. Entonces, salir de Lima te permite ver desde otra perspectiva al Perú. Aparte, Lima es nublada. La niebla natural, la niebla de los rumores, de las intrigas, es lo que nos domina cotidianamente.
Hay un concepto que me llamó la atención en sus escritos: las islas de ternura, ¿qué son?
De eso hay mucho en el Perú. Basadre tenía esta frase para definir al Perú, él decía que el país era dulce y cruel. Yo creo que es esa dulzura que tú la ves cotidianamente, con tus amigos, que se reúnen, que cocinan. Ayer estaba en una isla, acá, en mi casa, con amigos, hablando de historia. Esas son islas del conocimiento, del cariño, que nos permiten justamente oxigenarnos para salir al horror que estamos viviendo. Las islas de cariño y de ternura son la recuperación de la humanidad en lo cotidiano, para poder resistir.
¿Y La Punta será siempre su isla de ternura?
Totalmente. Yo creo que otro punto importante que queda en el libro son estas pequeñas identidades. Las identidades que yo llamo distritales, municipales, vecinales, que te van formando con amor a lo que tienes cerca. Así se forma una identidad, en el caso mío como punteña, chalaca y peruana. Y así se van construyendo las identidades en nuestros niños también. Es lo que hay que fomentar.