Patronas de los muelles
Esposas de pescadores de El Ñuro y Los Órganos ayudan a sus hogares a enfrentar el impacto económico del cambio climático con un negocio que convierte los residuos de pescado en fertilizantes, útiles para la pequeña agricultura.
Angeles Marcelo (37) dice que hay días buenos y días malos en el mar. Los días buenos, la embarcación de su esposo llega al desembarcadero de El Ñuro cargada de cabrillas o merluzas. Los malos hay poco pescado que vender y poco dinero que recibir. Por eso, cada vez que ella gana algo de dinero con la Asociación de Productoras de Biofertilizantes - El Ñuro y asume algunos gastos de la casa siente un orgullo especial.
—Como mujer y como madre de familia nos sentimos capaces de aportar a la canasta familiar —dice— y ser una ayuda para nuestros esposos. Porque a veces la pesca está baja y con este proyecto nosotras podemos aportar a nuestra economía y sentir que valemos mucho.
Ese orgullo de Ángela lo sienten también Elizabeth Ruiz, Julia Mori y una treintena de mujeres más, esposas e hijas de pescadores, quienes, hace poco más de un año, echaron a andar un novedoso proyecto que les permitiría generar ingresos propios y, al mismo tiempo, reducir la contaminación de su hermosa caleta.
El negocio de convertir los residuos de pescado —el espinazo, las vísceras— en biofertilizante, un producto ideal para que los agricultores de la región —y, quizás, más adelante, de otras partes del país— puedan hacerle frente a la crisis causada por el aumento del precio de la urea.
Caletas vulnerables
El Ñuro es una preciosa caleta de pescadores situada en la provincia de Talara, en Piura, a la que los turistas acuden todos los veranos atraídos por sus encantadoras tortugas marinas.
El Ñuro es también, junto con las caletas de Cabo Blanco, Los Órganos y Máncora, una de las zonas pesqueras más ricas del país (no por nada, Piura es responsable de la cuarta parte de la producción pesquera nacional). Sin embargo, esa riqueza pesquera la convierte en una de las más vulnerables al cambio climático.
El Ñuro es una caleta de pescadores conocida por sus tortugas marinas. Foto: Liz Tasa
Fue por esta razón que en el año 2018 se puso en marcha aquí —y en la zona de Huacho, también vulnerable al cambio climático— el Proyecto Adaptación Marino Costera (AMC), financiado por el Fondo de Adaptación, gestionado por Profonanpe y ejecutado por el Ministerio de la Producción (Produce) y el Imarpe.
El AMC tiene como propósito ayudar al gobierno peruano a reducir la vulnerabilidad de las comunidades costeras a los impactos del cambio climático en los ecosistemas marino pesqueros y en sus recursos pesqueros.
Y, como explica el ingeniero pesquero Luis Atoche, articulador de campo del proyecto en la zona de Máncora, una de las maneras de reducir esa vulnerabilidad es darle alternativas al pescador artesanal y a su familia de compensar el impacto económico del cambio climático.
—El cambio climático es un problema latente para los pescadores —dice—. Ya no encuentran el recurso en el mismo volumen que encontraban en años anteriores. Hay menos especies. Y más bien hay abundancia de lobos marinos, que son los competidores directos del pescador.
Ubaldo Tume (43), pescador de Cabo Blanco, dueño de la embarcación Mi Salvador, recuerda cuando de niño salía a pescar con su padre y juntos sacaban cabrillas de seis o siete kilos, tan distintas a las que hoy él extrae, de un kilo o menos. También dice que cada vez hay menos caballa y menos jurel y que al ojo de uva y a la perela ya casi no se les ve.
El proyecto AMC puso en marcha una serie de intervenciones para que los pescadores y sus familias diversifiquen sus ingresos. Pero, sin duda, la más interesante de todas fue la de las mujeres productoras de biofertilizantes.
Mujeres empoderadas
Julia Mori dice que la llamada puede ocurrir a cualquier hora. Incluso, de madrugada.
“Seño, venga al muelle que hay producto”.
Entonces, Julia, Ángeles y cualquiera de las que estén en turno de recolección dejan lo que están haciendo —cocinando, limpiando la casa, ¡durmiendo! —y bajan al desembarcadero para recolectar los residuos que, de no ser por ellas, terminarían en el agua, si no devorados por las tortugas, ensuciando el mar y la playa—.
Las mujeres recolectan residuos marinos del muelle y de los mercados. Foto: Renzo Vicente/La República
Otro grupo de asociadas se encarga de triturar los restos y agregarles la fórmula que los convertirá en fertilizante. Otro más se ocupa de batir la mezcla una o dos veces al día durante treinta días. Y otro, de envasar el producto.
Según Elizabeth Ruiz, presidenta de la asociación, su planta produce 2500 litros de fertilizante al mes. La marca se llama Challwamino.
—Es un producto de gran valor nutricional para los cultivos. Tiene potasio, nitrógeno, fósforo, vitaminas y enzimas —dice.
Las mujeres de El Ñuro no son las únicas que están produciendo biofertilizante como parte del proyecto AMC. A 20 minutos en auto, en Los Órganos, opera otra asociación de productoras, constituida en su mayoría por madres solteras, quienes también apuestan por este emprendimiento como una fuente de ingresos.
Tanto las productoras de El Ñuro como las de Los Órganos han recorrido diversas zonas agrícolas de la región para mostrar sus biofertilizantes. Rosa Pinillos (31), jefa de producción de la planta de Los Órganos, cuenta que hace algunas semanas diez de las asociadas alquilaron una van que las llevó a los campos de cultivo de Mallaritos, Ventarrones, Cerro Mocho y otras zonas de la provincia de Sullana. Les dejaron botellas del producto a varios agricultores y así lograron importantes acuerdos de venta.
—Uno de nuestros clientes lo está aplicando en el arroz y ha quedado muy contento y nos ha dicho que en la próxima campaña nos va a comprar un gran lote —dice Rosa.
Todas las asociadas, las de El Ñuro y las de Los Órganos, coinciden en sentirse satisfechas de ver cómo sus emprendimientos crecen y empiezan a generar ingresos. Muchas recuerdan que al inicio algunos maridos no veían con buenos ojos que sus mujeres salieran a trabajar. Pero dicen que ya cambiaron de parecer.
—Mi esposo decía “te vas al fertilizante, ya no queda nadie en casa” —dice Ángeles riendo—. Pero ahora ya entendió, porque ahora ve que yo también puedo aportar a la canasta familiar.