Domingo

Religión sobre ruedas

La disciplina de acrobacias en motos se popularizó en el país hace unos siete años, pero recién hace dos despegó todo un movimiento para reivindicarla y disipar el estigma que la rodea. Para estos deportistas urbanos, el stunt es un arte y un manifiesto.

El stunt consiste en dominar la moto con concentración y destreza para ejecutar acrobacias que
desafían la gravedad. Fotografía: Gerardo Marín
El stunt consiste en dominar la moto con concentración y destreza para ejecutar acrobacias que desafían la gravedad. Fotografía: Gerardo Marín

A inicios de los ochenta, cuando la motocicleta experimentaba una vertiginosa evolución en tecnología y estética —y, al mismo tiempo, aumentaban las tensiones de la Guerra Fría y empezaba a estallar un decenio de marcada polarización—, un grupo de deportistas urbanos se reunía, casi en secreto, en estacionamientos y terrenos baldíos de Estados Unidos. Se entregaban a la euforia y desafiaban la gravedad con maniobras y saltos que podían causarles lesiones nefastas, pero que eran, para ellos, una manera de arte y manifiesto: el inicio de una religión underground que en poco tiempo saltó a Europa, luego al sur de América y después a otras partes del mundo bautizada como stunt riding –o simplemente stunt–.

De pronto, la práctica pasó a convocar a cientos de aficionados y seguidores en plazas, donde se ejecutaban los espectáculos. Sin embargo, pese a esa mínima notoriedad, nadie había promovido el stunt con orgullo ni bandera hasta fines de la década cuando, en Brasil, apareció una máquina de 43 años que se hacía llamar AC Farias, a quien apodaban ‘El Maestro’.

Integrantes de Stunt Peruano en un día de práctica. Fotografía: Gerardo Marín

Integrantes de Stunt Peruano en un día de práctica. Fotografía: Gerardo Marín

Había nacido en Sao Paulo, donde practicó BMX y pasó a dominar una moto de más de 200 kilos, y había iniciado giras por varias ciudades europeas solo para que se rindieran ante sus trucos. En 1989, AC Farias ya era campeón brasileño de la especialidad, un ídolo y casi un activista de la cultura urbana. Fue justamente por eso —por la vistosidad de sus acrobacias y el método del que hablaba para marcar distancia de un simple pasatiempo— que cada vez más jóvenes empezaron a involucrarse en el mundo del stunt. En Perú, la disciplina no federada se popularizó hacia 2015, pero recién hace dos años cobró vida un movimiento para promoverla y librarla de estigmatizaciones: una ‘ola motera’ liderada por Ángelo Peña, repartidor motorizado de delivery, quien creó una página de Facebook por pura casualidad a mediados de 2019, envió invitaciones y se sentó a esperar.

—Esperé y esperé a ver quién se integraba —dice una tarde frente al mar, mientras dirige los entrenamientos—. Fue bien loco empezar a difundir el stunt, con competencias y exposiciones, en un país donde la moto se asocia al vandalismo. Para empezar, ¿Quién nos iba a tomar en serio? Pero así han nacido grandes cosas, hermano: mira cómo el skate pasó a ser un deporte olímpico. Las grandes conquistas han nacido así, y ahora somos una buena mancha —repite bajo su casco multicolor.

Con su iniciativa, ha logrado reunir, a la fecha, a unos seis mil stunt riders de Lima y regiones, con quienes impulsa un proyecto para oficializar la práctica y, con ello, conquistar espacios de donde la Policía no los desaloje a punta de papeletas.

—Ni con papeletas ni reducidos como si fuéramos delincuentes —ríe Peña, mientras toma un selfie.

De ellos, y de esa apuesta, trata esta historia.

El último campeonato de stunt en Lima fue en noviembre de 2021. Fotografía: Gerardo Marín

El último campeonato de stunt en Lima fue en noviembre de 2021. Fotografía: Gerardo Marín

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Expertos en mecánica, universitarios, promotores culturales, diseñadores, personal de entregas a domicilio.

—Somos un grupo de gente que trabaja en lo suyo y que ha encontrado en esta práctica una forma de escapismo y expresión, un estilo de vida. Somos expertos en mecánica, universitarios, promotores culturales, diseñadores, personal de entregas a domicilio—comenta Diego Beteta, uno de los líderes de Stunt Peruano en Lima.

El grupo, que también ha abrazado a líderes regionales, entrena a diario en la Costa Verde (Magdalena), en el Rímac o en La Herradura con motos de 125 y 600 cm³. Solo en la capital, hay registrados unos 120 stunt riders, quienes realizan presentaciones de manera periódica (porque no siempre encuentran auspiciadores) y cada año, con logística propia, al menos tres campeonatos, uno de ellos en el ámbito local. Aun así, continúan lidiando contra la carga del prejuicio.

Como toda disciplina, el stunt implica perseverancia. Mientras más tiempo le dediquemos, mejores acrobacias se van a lograr —comenta “Barba Roja”.

Es una práctica no federada, no reconocida, proscrita y mal vista, de modo que ellos mismos regulan los certámenes y llevan un registro de los mejores exponentes peruanos, pues su objetivo es llevar a uno de la tribu al Campeonato Mundial de Stunt que se realiza en Dubái cada año, y donde ya asisten representantes de Sudamérica. Por ejemplo, han ido stunt riders de Brasil, Ecuador y Colombia, donde ya se considera un deporte extremo tras una ardua lucha para librarse del estigma, pues se difundió en plena época de la sanguinaria guerra entre los carteles de droga y de la cacería para atrapar a Pablo Escobar. —

Stunt rider en La Herradura realizando una maniobra llamada ‘wheelie’. Fotografía: Gerardo Marín

Stunt rider en La Herradura realizando una maniobra llamada ‘wheelie’. Fotografía: Gerardo Marín.

Acá podemos hacer algo similar —interviene Beteta, que es, desde hace una década, promotor cultural de manifestaciones urbanas—. Lamentablemente, la guerra en Perú tiene que ver con la delincuencia. Es una realidad que los asaltos en este vehículo son mayores.

Según la Policía, solo en Lima se registraron más de mil asaltos en motos hacia 2019.

—¿Ves? Entonces eso es un precedente para que los efectivos o los mismos agentes del Serenazgo nos saquen de la zona donde practicamos o nos pongan papeletas cuando no estamos incumpliendo normas. Claro —se inquieta Beteta—, ellos reproducen el argumento de que ese deporte es ilícito. ¿Qué deporte puede catalogarse como ilícito, hermano?

Ángelo Peña, fundador del grupo, dirige los entrenamientos.

Ángelo Peña, fundador del grupo, dirige los entrenamientos. Fotografía: Gerardo Marín.

Esa es la razón por la que, desde mediados del año pasado, los líderes en Lima, comandados por Ángelo Peña, vienen diseñando un proyecto piloto para presentarlo a municipalidades y lograr espacios donde se inculque y masifique la práctica de forma profesional. También buscan el espaldarazo de marcas para que el país llegue a certámenes extranjeros. Perú, aseguran, es una cantera de acróbatas diestros, pero ignotos.

—Si hay skateparks, ¿por qué no puede destinarse un lugar para nosotros? —cuestiona Peña, a un lado de la autopista, serio—. Hay algo más potente aún: así como el skate, el stunt está buscando el reconocimiento que la calle necesita.

El valor de un espacio

Cada acrobacia implica equilibrio, agilidad, coordinación y control de la motocicleta. La mayoría son riesgosas. Contar con un espacio para practicarlas es el ideal de este grupo de pilotos que lucha por lograr ese reconocimiento y la difusión de una alternativa deportiva que no se asocie con la ilegalidad.