Alberto VergaraPolitólogo y columnista. Autor de Ciudadanos sin república, entre otros libros. Profesor de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad del Pacífico. Ph.D en Ciencia Política por la Universidad de Montreal. Máster en Ciencias Políticas por la Universidad Libre de Bruselas (Bélgica).,Alberto Vergara vive a caballo entre Lima y Washington (pronto, entre Lima y Panamá), y tal vez por eso su análisis de la política local tiene la lucidez que dan, a la vez, la distancia y la proximidad. Hace un año augurabas la posibilidad de que renuncie PPK y que Vizcarra se revelara como un presidente de otro calibre. ¿Lo es? Por lo menos es un presidente en el que encuentro una dimensión claramente positiva. En un país acostumbrado a que los presidentes hicieran el muertito y navegaran aferrados al piloto automático de la economía, ha llegado alguien que ha pasado a otra cosa, que se ha tomado en serio los temas institucionales, la corrupción, y que además ha involucrado a la ciudadanía en todo esto. Es otra cosa. Y positiva. En una columna, citando a (Javier) Cercas, hablabas de que es necesario alguien que diga que no. ¿Vizcarra es ese alguien? No sé, pero por lo menos es alguien que dijo: “voy a responder al reclamo ciudadano por Estado de derecho”. En ese sentido, el gobierno de Vizcarra es una suerte de tercera vuelta del 2016, en la cual, finalmente, el resultado electoral es respetado, no desdeñado. ¿Te refieres al referéndum? Es decir, PPK ganó con una plataforma pro instituciones, anticorrupción, pro democracia, pero renunció a todo eso en cuestión de semanas, lo que constituye una suerte de traición al electorado. Vizcarra reparó el daño en el sentido de efectivizar el resultado electoral del 2016, lo cual es la esencia de la democracia. Es como una tercera vuelta que, por lo demás, confirma un recurrente rechazo al fujimorismo en el Perú. ¿No será que la gente necesitaba un mecanismo (referéndum) con el que validar a Vizcarra? Puedes verlo como un mecanismo de legitimación individual, pero eso me parece mucho menos importante que la refrendación de una demanda ciudadana harta de cómo se venía manejando el país. Un país donde las reformas asociadas al estado de derecho, al imperio de la ley, a la anticorrupción, estaban simplemente abandonadas. Nadie quería pelear por ellas. Pero tú comentabas que Vizcarra puede significar más cosas que esa simbólica tercera vuelta… Claro, en otra temporalidad de interpretación, si quieres, a mí me intriga saber si él es consciente que podría encarnar, encabezar, propiciar un liberalismo popular. Eso es algo que siempre ha sido esquivo en el Perú. Y creo que intuitivamente Vizcarra se acerca a eso. ¿Qué es exactamente ese liberalismo? Creo que en los últimos años se ha construido, con virtudes y defectos, una suerte de liberalismo económico popular que ha permeado la sociedad y se ha legitimado. Lo que ha escaseado es un liberalismo político que trascienda los salones de Lima, que sea popular. En Vizcarra veo las condiciones para empujar algo así. Pero no tengo idea si lo tiene en mente o si le interesa. ¿Él podría ser ese presidente que en una entrevista reclamas: aquel con el que uno se puede tomar una foto y ponerla en la sala? Ojalá, ¿no? Creo que podría serlo. Ahora, para cuajar algo así necesitas algún tipo de discurso integrador, estructurado. De momento me parece que el gobierno apunta en buenas direcciones y el balance respecto a todo lo que ha habido es positivo. Pero, luego, más allá de las cuestiones del referéndum, las prioridades del gobierno aparecen dispersas, poco articuladas, sin un discurso, sin un grupo de gente que sepa bien hacia dónde se apunta. ¿Más específicamente? Pienso en el presupuesto. Si ves los cambios introducidos son esencialmente positivos: mucha más plata a gobiernos subnacionales, recursos para luchar contra la violencia de género, más dinero para mitigar las heladas… Me parece que está apuntando a partes vulnerables de la ciudadanía que reclamaban ser prioritarias en este ciclo político peruano de los últimos 20 ó 25 años, pero son cosas dispersas, que nadie en el gobierno pareciera interesado en articular ni como políticas de gabinete ni como discurso. Pero en tu última columna te noto entusiasmado con Vizcarra... Claro, por lo hecho, por dar pelea por el tema institucional y recobrar la confianza ciudadana. Era difícil, requería de ganas. Será una comparación odiosa, pero, en algún sentido, lo hecho es más difícil que lo de Paniagua. Cuando este recibe el gobierno de transición, sus opositores, el fujimorismo, los militares, están súper debilitados. Vizcarra tuvo que enfrentar a unos empandillados bien organizados y someterlos. Que quede claro, esto se hace mucho más positivo por el contraste a lo pusilánimes que han sido los otros. Especialmente el anterior… Sí, pero los anteriores también. Ahora, ¿qué va a hacer con este capital político? Ahí me parece que hay más dudas. Por ejemplo, en las reformas más grandes que está planteando, como política y la del Poder Judicial, va a necesitar una combinación de algo que de momento no veo. De un lado, stakeholders sociales que empujen la reforma de la justicia por ejemplo. Y de otro, equipos burocráticos de calidad en el Estado que se mantengan en el tiempo. Si algo demostró el gobierno de PPK es que el técnico de pasadita por el Estado es inútil. En una reciente encuesta, el 54% de la gente dijo que es antifujimorista. ¿Qué significa esto? A mí en general el término antifujimorismo no me gusta. ¿Existe el antifujimorismo? Puede que exista en algunos sectores muy politizados, personalmente rabiosos contra el fujimorismo, pero no creo que la ciudadanía que condena ciertas candidaturas, políticas, iniciativas lo haga por una ojeriza personal o particular con este movimiento o su lideresa. La gente desprecia su arbitrariedad, su incultura enciclopédica, su achoramiento permanente como forma de actuar. El manejo abusivo y tramposo de la ley. La ley como arma contra el opositor. Eso rechaza la gente. No a la señora Fujimori o al fujimorismo, que finalmente son un accidente histórico como tantos otros. Tú estuviste en Harvard durante la fugaz transformación de Keiko Fujimori al caviarismo. ¿Cómo fue esa experiencia? Bueno, hubo una reunión privada con ella y luego la reunión pública famosa. Me dio la impresión, y sigo pensando eso, que ni tenía un gran plan para mentirnos a todos, ni tenía una genuina convicción de lo que estaba diciendo. Creo que, un poco como todo en el Perú político, dijo lo que el día anterior le soplaron y ya está. O lo que creía que la gente quería escuchar. Sí. Atenta a la encuesta del día anterior, fue y dijo eso con la convicción que tienen las convicciones en el Perú. Es decir, de muy corto plazo. Y que tuvo consecuencias reales. El pastor Rosas renunció a la bancada al día siguiente. Por tanto, no era puro tongo, como se decía en hípica. ¿Y cuál fue el punto de quiebre del desplome Keiko Fujimori? Hay dos elementos, uno sistémico y uno individual. El sistémico es Odebrecht. Odebrecht loquea a todo el mundo, la política se convierte en evitar la cárcel. Entonces, Odebrecht introduce una dosis de irracionalidad en el sistema, en todos los políticos, incluida ella. ¿Y el factor personal? Por alguna razón, perder esa elección parece que fue algo más allá de lo soportable. Decidió hacer política, una reacción de otros tiempos. Quiso bajarse al presidente desde el Legislativo, como si fuera mediados del siglo XX. ¿El pecado de Keiko fue hacer demasiado ruido político? ¡Claro! Creyó que podía hacer política en el molde de la constitución del 93, que funda nuestro orden político para que no haya ruido, para que no haya debate, para que no haya política. Finalmente le ganó al presidente PPK pero no se impuso al Ejecutivo. Fue flor de un día. Volvimos a la normalidad. Impresiona cómo lo emocional ha marcado su rumbo. Irracional no es lo mismo que emocional. Yo lo veo muy irracional. Una de las tantas definiciones de un acto irracional es cuando tú decides hacer A a sabiendas de que elegir A te va a hacer daño. Ella decide hacerse daño. Porque no había que ser ningún mago de las encuestas para ver cómo su popularidad y el respaldo de la gente iba cayendo… Sin embargo, nunca enmendaron. En algún sentido siguen sin enmendar. ¿Y qué papel tendrá (Daniel) Salaverry en la historia, que traicionó al fujimorismo en su momento más crítico? Bueno, Salaverry es un traidor útil a la democratización del país. No sé si es halagador u ofensivo. Es las dos cosas. La historia está llena de momentos donde se progresa, porque hay un traidor, un oportunista que decide salvarse y de pasada rompe un molde opresivo. Y felizmente, además, porque si todos fuéramos unos fanáticos principistas, nunca llegaríamos a consensos. ¿A veces el principismo estorba, como en este caso? Ojo, los electores y ciudadanos también somos recontra oportunistas y traidores. No es característica única de los políticos. ¿Cabe una opción de ultraderecha en nuestro país o está descartado un Bolsonaro peruano? Alguien dijo que en el Perú todo es difícil, pero nada es imposible. No, yo creo que posible es, en términos de candidaturas. Pero la variable que viabiliza que todo sea posible es la fragmentación. Puedes llegar a segunda vuelta con 18% y allá todo es posible. Y ahora peor. Hasta hace nada la esperanza de todos los políticos peruanos era llegar a segunda vuelta con el fujimorismo y ganarle. Hoy todo el mundo sabe que es muy probable que el fujimorismo no llegue a segunda vuelta, con lo cual los incentivos para que más gente quiera participar son mayores. ¡Ahora hay dos sitios libres! ¿Y qué cara tendría nuestra ultraderecha, nuestro Bolsonaro? No sé, porque al decir Bolsonaro peruano, uno comienza a pensar alguien que tenga todas esas características: que sea liberal en lo económico, que sea anti gay, anti minorías; en el lado de la biografía, que sea exmilitar… La cara de la ultraderecha, para simplificar… Es que mi punto es que el Bolsonaro peruano podría no ser de derecha. Tengo la impresión que puedes tener perfectamente a alguien que, más bien, plantea redistribución. Una derecha tipo Marine Le Pen, que, en términos económicos, no tiene nada que ver con Bolsonaro, pero se le sigue pareciendo en muchos sentidos. Lo que los aúna, y es lo que creo que podría haber en el Perú, es la defensa de lo tradicional, de cierto orden pretendidamente natural, que no puede ser alterado, y eso puede perfectamente venir empaquetado con un discurso desde étnico o reivindicativo, hasta redistributivo en lo económico… ¿Hablas de Antauro Humala? Podría ser Antauro, podría ser Urresti… Creo que hay una obsesión en el debate por creer que el Bolsonaro peruano tiene que ser o Rafael Rey, o Roque Benavides, o Phillip Butters. No, el Bolsonaro peruano puede tener características peruanas. Ahora, no creo que sea una necesidad histórica de que algo así deba surgir en el Perú. Tú hablas de un momentum centrista que neutralizaría esa posibilidad, ¿no? Efectivamente, creo que hay este momentum centrista, que es el ascenso de Vizcarra, situándose pragmáticamente en el centro del tablero económico y político. El triunfo de Muñoz es otro reflejo de este momentum centrista. Creo que la debacle de la opinología derechista también es una buena señal en la medida en que van regresando a los márgenes, que es lo que le corresponde a lo folklórico. Poniéndonos futurólogos, ¿a quiénes ves el 2021? Voy a caer en el juego: creo que el 2021 gana quien dispute la segunda vuelta con Verónika Mendoza. ¿Verónika Mendoza va a ser la Ollanta Humala del 2021…? Yo diría que para ella es una mala noticia la caída del fujimorismo, porque sólo tenía opción de ganarle a Keiko. ¿Y tiene algún futuro político Alan García? No, pero hace mucho que no lo tiene. Ese es un mito duro de matar, porque si tú ves la trayectoria política de García de los últimos diez años es un desbarrancarse constante, y sin embargo hay una suerte de clase alta sanisidrina que lo sigue considerando un genio de la política y todavía no concibe que el tipo sea un perdedor recurrente.