Cultural

"Crónicas de un país que ya no existe": la historia de Gadafi y Libia contada por Jon Lee Anderson

La relectura de “Crónicas de un país que ya no existe. Libia, de Gadafi al colapso” de Jon Lee Anderson nos depara una radiografía del dictador Gadafi. ¿Acaso todos los dictadores están cortados con la misma tijera?

Jon Lee Anderson- Foto: AFP.
Jon Lee Anderson- Foto: AFP.

Cuando uno acaba la lectura de Crónicas de un país que ya no existe. Libia, de Gadafi al colapso (Sexto Piso), el recomendable libro del periodista estadounidense Jon Lee Anderson que adquiere vigencia a cuenta de los sucesos de hoy en el mundo entero, uno entiende, ahora sí en serio y por fin (y una vez más), que es toda una pérdida de tiempo preguntarse si el periodismo y sus variantes de registro, a saber, la crónica, son o no literatura.

Lo sabemos: Jon Lee Anderson es uno de los actuales referentes mundiales del periodismo, toda una leyenda viva que, en este libro publicado por entregas entre el 2011 y 2015 en la revista The New Yorker, y editado como tal primero en español antes que en inglés, brinda una cátedra que más de un amante de la crónica y entusiasta de la no ficción debe seguir como si tratara de un mandato bíblico.

Jon Lee Anderson la tiene clara: así como escribir bien no es suficiente para hacer gran literatura, escribir bien tampoco es suficiente para escribir gran periodismo. Aunque esté de más señalarlo, por tratarse de una obviedad, la prosa de nuestro autor exhibe los senderos estilísticos ya recorridos y que hemos celebrado en títulos como Che Guevara. Una vida revolucionaria, La caída de Bagdad, La tumba del león, La herencia colonial y otras maldiciones y El dictador, los demonios y otras crónicas.

En el presente título nos narra los últimos meses de la dictadura de Gadafi (1942 – 2011) y de los posteriores ecos que generó su muerte. Por más de cuarenta años este dictador hizo lo que quiso en Libia. El autor no cae en los conceptos generales que podamos tener del dictador, sino que nos presenta a un peculiar hombre carismático y excesivamente atractivo que en 1969 derrocó al rey libio Idris I, hecho que supuso una esperanza para los libios, que veían en aquel joven de 27 años al líder que los sacaría de la opresión y también de la pobreza, específicamente de la pobreza, siendo, pues, Libia uno de los países más ricos del mundo. Gadafi llegó al poder con un discurso premunido del aliento izquierdista y de enfrentamiento contra el abuso imperialista de Occidente. No por nada a Gadafi se le llamó el “Che Guevara árabe”. Lo que nadie imaginó en ese entonces fue lo que haría ese joven militar en el poder y de lo capaz que era con tal de cuidar precisamente ese poder.

Sin juzgar y lejano de la mera descripción de sucesos, nuestro autor opina valiéndose de los recursos que le brindan la sociología, la historia, la antropología y la filosofía. Solo de esta manera, Jon Lee Anderson puede escribir de Gadafi, de Libia, que a fin de cuentas son lo mismo. Desde el registro del periodismo es prácticamente imposible centrarse en esta figura protagónica de la historia política mundial. Gadafi es un personaje histórico fascinante al que no solo vale abordarlo desde una sola mirada, sino desde distintos ángulos por tratarse de un peculiar fresco individual y social. No es para menos, a razón de Gadafi, Libia se convirtió en un país destinado, entre varias perlas, a ser un espacio geográfico de descanso y entrenamiento para terroristas internacionales, tal y como ocurrió en la década del setenta con Ilich Ramírez o más conocido como Carlos el Chacal, y como sucede ahora debido a la presencia del Estado Islámico.

En más de un pasaje, uno se pregunta si Gadafi es una exageración del mito, pero no, no se nos presenta una exageración, sino una realidad que pauta los destinos de Libia aún sin su presencia. He ahí, pues, el punto de quiebre del periodista con otros reportes sobre lo que ha venido y viene ocurriendo en Medio Oriente y en parte de África. Jon Lee Anderson nos muestra una realidad histórica enfocada en la profunda reflexión y el sesudo análisis. Jon Lee Anderson hace historia y también historia mínima, esa que no se ve, pero que tiene que consignarse para completar el fresco que nos quiere relatar. Por ejemplo, las dificultades de los colegas de oficio para enviar a sus medios de comunicación sus reportes y archivos visuales. En estas páginas, jugarse la vida no es un cliché, sino un riesgo con tal de transmitir una verdad, sin importar si esta verdad sintoniza o no con las afinidades políticas e ideológicas de quien la reporta.

Solo una advertencia: el lector debe superar las primeras veinte páginas debido a la sobreinformación. Superado este óbice narrativo, el libro muda de piel hasta ser lo que es, un librazo, una joyita para apreciar y atesorar, pero ante todo, y con mayor razón en estos tiempos de estupideces informativas fugaces, muy necesario para todos aquellos que asumen el periodismo como una profesión, puesto que Jon Lee Anderson nos subraya que el periodismo no es una profesión, sino un oficio al que se debe honrar con el compromiso, la verdad y una constante formación plural, siendo sus principales armas el lenguaje y la actitud infatigable en el cultivo de la inteligencia, ergo, el nivel cultural que debe tener todo periodista.

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