Manuel Vázquez Montalbán: el compromiso del escritor e intelectual con su época
Si hay un autor al que deberíamos frecuentar en estos tiempos de confusión y aceleración, ese es el reconocido autor catalán, quien exploró casi todos los géneros literarios sin renunciar a los ecos de su origen social.
¿Por qué resulta necesario leer a Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939 – Bangkok, 2003) hoy? Quizá la respuesta más verosímil sea que ya no tenemos escritores como él, es decir, en el más amplio sentido de la palabra: totales.
En el caso del autor catalán, la totalidad está asociada a los registros literarios (ficción y no ficción) que abordó. En todos ellos demostró que era una voz que, aparte mostrar oficio en el ejercicio de escritura, tenía mucho que decir, lo cual no es un detalle menor, porque se puede poseer los recursos intelectivos y el dominio de escritura, pero si no hay algo que transmitir, es lo mismo que nada.
Vázquez Montalbán creció en un hogar humilde. Su madre, Rosa Montalbán Pérez, era modista, y su padre, Evaristo Vázquez Touron, militante del Partido Socialista Unificado de Cataluña, a quien conoció a los cinco años, cuando este salió de la cárcel. En esos primeros años, la figura de Rosa fue determinante para lo que el pequeño Manuel sería de adulto. Quería que el futuro de su hijo sea distinto y, para tal fin, se preocupó por su educación y formación.
Se entiende que de niño empezó a leer mucho. Ya de adulto estudió Filosofía y Periodismo en su ciudad natal. Conoció a la historiadora Anne Sallés, con quien se casó en 1961. En 1962, un Consejo de Guerra los condena a prisión por participar en una huelga en apoyo de los mineros de Asturias. El escritor debía cumplir tres años de condena, pero sale libre en octubre de 1963 debido a un indulto a razón de la muerte del papa Juan XXIII. Manuel Vázquez Montalbán tenía 24 años.
Tras algunos breves periodos por publicaciones antifranquistas, Vázquez Montalbán ingresa en 1969, a los 30 años, a la redacción de la revista Triunfo. Ahí empieza su radiación como articulista, pero nuestro autor ya venía con un reciente prestigio de poeta (en 1968 fue incluido en la antología de nueva poesía española de José Batlló y en 1970 sería convocado para la antología Nueve novísimos poetas españoles de José María Castellet) y tras su experiencia carcelaria, era dueño de una visión clara de la vida, aspecto clave en la formación de todo escritor.
Si Vázquez Montalbán fue el escritor productivo y rompedor que conocemos (apunten: periodista, novelista, ensayista, gastrónomo, crítico y poeta), se debió a que nunca abandonó el principio de justicia social que vio en sus padres, en especial su madre. Sus poemarios, la serie de novelas de Pepe Carvalho, sus novelas fuera de dicha serie (Galíndez y Autobiografía del general Franco, a saber) y su no ficción (Y dios entró en La Habana, un título de muchos) nos presentan a un intelectual inagotable que canalizó sus inquietudes mediante el recurso —que no tiene pierde— de los grandes escritores: el humor.
Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Jorge Semprún, Octavio Paz, Manuel Vázquez Montalbán y Fernando Savater.
Vázquez Montalbán es el escritor favorito de miles de lectores y de muchos escritores. (De quien escribe, obviamente). Lo es gracias a ese tono confidencial que recorre su escritura, que fluctúa entre la sentencia y la mirada amical, entre la crítica del problema y la salida del mismo, aspecto que lo convirtió en un autor adictivo para leer, en una voz cercana para sus receptores atentos a sus columnas y a la espera de su próxima novedad editorial.
Para la década del ochenta, Vázquez Montalbán ya era un autor posicionado en el imaginario cultural hispanoamericano. Se colige, al igual que en estos tiempos, que había una polarización en el pensamiento, más aún con la Guerra Fría dando sus furiosos últimos coletazos. Vázquez Montalbán participaba mucho en las discusiones de actualidad, tal y como se ve en Debate, programa de RTVE conducido por Victoria Prego en 1987.
Bajo el título “El compromiso de los intelectuales”, comparte set junto a Octavio Paz, Jorge Semprún, Fernando Savater, Juan Goytisolo y Mario Vargas Llosa. Todos estupendos escritores y pensadores de primer nivel, en su momento de mayor madurez, dispuestos a hacer prevalecer sus impresiones sobre el rol del intelectual. Cada quien argumenta sus puntos de vista lo mejor que puede (que no es nada poco tratándose de semejantes autores). Después de una intervención de Vargas Llosa, Vázquez Montalbán, que tenía sus ideas sobre la explotación de las sociedades generada por las potencias hegemónicas, se las hace saber al autor de Conversación en La Catedral. El momento es tenso entre ambos, el intercambio de miradas es más que suficiente, pero este se disipa porque sabían desde qué posición pergeñaban sus argumentos. Otro lote.
¿Por qué los intelectuales, desde sus trincheras políticas e ideológicas, ya no debaten así? En ese debate televisado, Vázquez Montalbán es el más firme de los invitados, su postura no solo obedece a lo leído, sino que esta también se alinea con las dificultades que pasó para ser quien fue (prisión incluida en ese proceso).
Su firmeza partía del conocimiento de causa, de la unión entre la calle y el libro. Vázquez Montalbán respetaba a sus lectores, a quienes no miraba desde las alturas. Por eso se extraña su figura. Léanlo. Es un gigante de las letras.