Georges Lemaître, el sacerdote que refutó a Einstein y lo convenció sobre el Big Bang
En palabras del físico alemán, Lemaître dio con “la explicación más bella de la creación”. Ahora es la teoría más aceptada sobre el origen del universo.
En 1932, un sacerdote recibió la completa admiración del agnóstico físico alemán Albert Einstein durante un seminario en California. “Esta es la explicación más bella y satisfactoria de la creación que alguna vez he escuchado”, dijo dirigiéndose a Georges Lemaître (1984-1966), el físico belga que logró conciliar la ciencia y la religión con el primer esbozo de la teoría del Big Bang, la gran explosión cósmica que dio origen al universo.
Siempre vestido de clérigo, Lemaître fue un notable físico instruido en las aulas de la Universidad de Cambridge y el Instituto de Massachussetts (MIT) que en su juventud había servido como soldado en la Primera Guerra Mundial. Según el propio Einstein, era una de las pocas personas que comprendía sus revolucionarias ideas sobre la física moderna.
Georges Lemaître, físico y sacerdote jesuita, consiguió conciliar la ciencia y la religión, dos nociones que pueden parecer irreconciliables. Foto: Universidad Católica de Lovaina.
Los inicios de la teoría del Big Bang
Los físicos que precedieron a Einstein tenían distintas teorías sobre las cualidades del universo. Si bien la mayoría coincidía en que era una entidad eterna en el tiempo, unos señalaban que se trataba de un espacio infinito (sin límites) y otros que era un espacio finito (con un borde fijo).
Einstein, en cambio, basado en su teoría de la relatividad general, propuso una alternativa intermedia: el universo era cerrado, estable y estático. Algo similar a la Tierra, una esfera curva tridimensional con volumen finito, pero sin bordes.
El modelo cosmológico de Einstein cobraba sentido cuando introducía en sus ecuaciones una variable adicional. Esta era la constante cosmológica, una fuerza que compensaba la atracción gravitatoria, es decir, una fuerza antigravedad. Más adelante, el físico judío consideraría este concepto como “el mayor error” en sus teorías.
Sin embargo, en 1927, Lemaître, quien había estudiado a fondo la teoría de Einstein, realizó las mismas operaciones sin considerar dicha variable. Así, planteo por primera vez que el cosmos tenía que estar continuamente expandiéndose y cambiando todo el tiempo.
En otras palabras, insinuó que el universo tuvo un inicio donde el tiempo y el espacio —galaxias, planetas, estrellas, etc.— podían caber en un minúsculo punto similar al ojo de una aguja.
Según la teoría del Big Bang, todo lo que conocemos hoy en el universo se formó tras una gran explosión cósmica. Foto: NASA / ESA / J. Olmsted
La teoría no fue bien recibida por la mayoría de los científicos, entre ellos Einstein, quien, según las memorias del cura belga, le dijo que “sus cálculos eran correctos, pero el modelo físico era atroz”.
Dos años después, no obstante, Edwin Hubble publicó un trabajo que corroboró la expansión del universo: las galaxias más lejanas parecían estar alejándose de la nuestra a una velocidad proporcional a las distancias que nos separan de ellas.
Lemaître, a solicitud de su maestro, el astrónomo Arthur Eddington, hizo oficial su postulado en un histórico estudio publicado en la revista Nature en 1931. A su teoría la llamó “el átomo primigenio”.
Dicho postulado fue perfeccionado en los años posteriores por otros cosmólogos como George Gamow, a quien se le reconoce como el principal propulsor de la teoría del Big Bang.
La comunión entre la ciencia y la religión
Resulta tentador pensar que las creencias religiosas de Lemaître lo llevaron a sostener una génesis de todas las cosas, fiel al estilo de la tradición judeocristiana. Sin embargo, la realidad fue muy distinta. Lejos del ciego apasionamiento, Lemaître siempre se opuso a mezclar la ciencia y la religión en un mismo proyecto.
Por esa misma razón, el cura belga rechazó que el papa Pío XII intente abanderar su teoría como una validación científica de la creación divina ante la Unión Astronómica Internacional en Roma. Ante esto, Lemaître contestó:
“Por lo que veo, tal teoría queda totalmente al margen de cualquier cuestión metafísica o religiosa. Deja al materialista en la libertad de negar cualquier ser trascendental. Para el creyente, elimina cualquier intento de familiaridad con Dios. Está en consonancia con Isaías, que habla del Dios oculto, escondido incluso en el principio del universo”, indica un artículo del Museo Americano de Historia Natural.
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“El científico cristiano tiene los mismos medios que su colega no creyente. También tiene la misma libertad de espíritu, al menos si la idea que se hace de las verdades religiosas está a la altura de su formación científica. Sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe también que Dios no sustituye a sus criaturas. Nunca se podrá reducir el ser supremo a una hipótesis científica. Por tanto, el científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe”, añade.
En 1965, un año antes del fallecimiento del sacerdote y físico belga, los astrónomos Arno Penzias y Robert Wilson dieron con la prueba más sólida que sostiene la teoría del Big Bang: el hallazgo de la radiación del fondo de microondas (CMB, por sus siglas en inglés), la luz más antigua y lejana que observamos a nuestro alrededor.
La radiación de fondo de microondas (CMB, por sus siglas en inglés) está por todo el universo. Foto: NASA / WMAP Science Team
Hoy en día, un cráter en la cara oculta de la Luna y un antiguo vehículo espacial de la Agencia Espacial Europea (ESA) llevan su nombre. Y así Lemaître adquiere el reconocimiento que merece en los anales de la historia de la ciencia.