Vacunas contra la COVID-19 no evitan el contagio, pero reducen el riesgo de muerte
Las dudas sobre la eficacia de las vacunas aún persiste en ciertos grupos de personas, inclusive cuando los ensayos clínicos y la evidencia científica las respaldan.
El virus de la viruela, hasta 1977, originó un desastre sanitario que solo en el siglo XX se relacionó a alrededor de 500 millones de muertes en todo el mundo. Tras el desarrollo progresivo de una vacuna, la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 1967, se propuso erradicar la enfermedad a lo largo de diez años, y cumplió.
Más adelante, en el transcurso de las siguientes décadas, se distribuyeron vacunas contra otros males como la poliomielitis, las paperas o el sarampión. En efecto, se salvaron muchas vidas, pero estas infecciones no han desaparecido del mapa epidemiológico, pues no todos los países tienen acceso a un sistema de salud con una calidad estándar.
El contexto actual nos enfrenta a una nueva pandemia: la COVID-19, de la que no se conoce todavía su procedencia, aunque algunos estudios preliminares sugieren que el virus saltó a la humanidad a partir de los murciélagos. Pese al enorme esfuerzo de los laboratorios internacionales por acelerar los ensayos clínicos de sus vacunas contra el SARS-CoV-2, tomando en cuenta que la tecnología actual supera con creces a la utilizada en las épocas de la viruela, existen dudas sobre si la inmunización evita el brote de la enfermedad, previene los síntomas graves o solo disminuye el riesgo de muerte.
La capacidad de prevención con la dosis de una vacuna siempre será mayor a la probabilidad de sufrir efectos adversos. Foto: EFE
Apoyándose en conclusiones sobre vacunas compuestas para paliar otras enfermedades, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), agencia del Departamento de Salud de los Estados Unidos, afirma que las distintas inoculaciones contra el SARS-CoV-2 ayudan a disminuir las posibilidades de enfermarse gravemente, es decir, de necesitar el ingreso a una Unidad de Cuidados Intensivos.
“Vacunarse también puede proteger a las personas a su alrededor, en especial aquellas con mayor riesgo de enfermarse gravemente a causa del COVID-19”, se complementa la idea en dicha plataforma web.
Partiendo de este mismo ángulo, la acción de vacunarse no impide la infección como consecuencia por ejemplo de no usar mascarilla, estar cerca a grandes grupos de personas o tener contacto con aerosoles cargados del virus.
Esta información fue recalcada por Carmen de Mendoza, investigadora biomédica en el Hospital Universitario Puerta del Hierro (España). La experta dijo al diario español El confidencial que las respuestas de anticuerpos en los ensayos clínicos generales se dieron en prácticamente todos los voluntarios.
“La segunda cosa que se demostró es que, puesto que las personas desarrollaban inmunidad, si alguna de ellas se infectaba durante este procedimiento, la sintomatología de los casos de gravedad se reducía”, añadió.
Juan More Bayona, docente peruano e investigador de la Universidad Mayor de San Marcos y doctor en inmunología comparada de la Universidad de Alberta (Canadá), en una entrevista para La República, reiteró: “Las vacunas no previenen el contagio, están diseñadas para evitar el riesgo de enfermedad severa y la muerte”.
Tocando otro punto de interés, More Bayona comentó que si una persona recibe la cantidad de dosis recomendada de una vacuna, en el supuesto que se contagie de COVID-19, puede ser asintomática o presentar síntomas leves.
Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). Foto: AFP.
¿Hay vínculos entre las vacunas y las muertes repentinas?
Las autoridades sanitarias, hasta abril de 2021, no han extendido ningún comunicado anunciando vínculos causales entre muertes y vacunación. Es así que, según el portal de Bloomberg, compañía estadounidense rastreadora de datos, ya se han administrado más de mil millones de dosis en 170 países.
En Alemania, Austria, España, Noruega, Bélgica, la India, Corea del sur y Perú, se reportaron numerosos incidentes de muertes luego de recibir la inmunización, pero no hay conexiones científicamente comprobadas. Las edades avanzadas de los pacientes, las enfermedades preexistentes y los sesgos en seguimientos clínicos habrían interferido en responsabilizar directamente a la vacunación, por lo que se necesitan grandes estudios observacionales.
Respecto a ello, el experto More Bayona calificó de “absurdo” el pensar que alguien puede morir directamente por una vacuna anti-COVID-19. “No encuentro ningún fundamento. Los medicamentos tienen riesgos, como el paracetamol o la aspirina. Lo que tienen que entender es que todo fármaco puede tener efectos secundarios”, pero no por ese motivo generarían decesos, sostuvo.
El inmunólogo peruano, de igual modo, dio las mismas precisiones hechas por una gran número de médicos: “Los beneficios de la inmunización sobrepasan notablemente los riesgos, evidentemente sí”.
El Dr. Michael Osterholm, director del Centro de Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, había hecho énfasis en no sacar conclusiones erróneas ni especulaciones tendenciosas, por intermedio de su podcast semanal The Osterholm Update: COVID-19, capítulo 35.
Partículas del coronavirus emergiendo de las células infectadas. Imagen de microscopio electrónico: NIAID.
La OMS, en un comunicado de abril, aseguró que se aplican normas y criterios mundiales a fin de “evaluar la calidad, la inocuidad y la eficacia de las vacunas”. “Aunque el desarrollo de vacunas contra la COVID-19 es más acelerado, no se dejan de respetar todos los criterios más exigentes”, escribieron en la nota de prensa.