Luego de la tragedia ocurrida en Los Olivos el pasado 23 de agosto, las fiestas clandestinas no se han detenido. Lejos de alarmarse por los contagios que se descubrieron entre las personas que asistieron aquella fatídica noche, parte de la población ha insistido en este tipo de conductas.
El último 27 de agosto se volvió a reportar la interrupción de una reunión de esta naturaleza. Si bien la Policía ha continuado con los operativos para detener estas fiestas, el constante desacato a las normas parece indicar que no da resultado, o por lo menos no se ataca el problema de la manera más adecuada.
Rosa María Cueto Saldívar es doctora en psicología social y actualmente se desempeña como catedrática en la Pontificia Universidad Católica del Perú. La especialista conversó con La República y dio su punto de vista sobre este fenómeno que ha generado gran polémica.
¿Qué motiva a las personas a asistir a las reuniones sociales?
Todos los seres humanos necesitamos establecer y sostener vínculos con otras personas; necesitamos de otros cercanos y significativos para sobrevivir, desarrollarnos y actuar cotidianamente. Las reuniones sociales son parte de nuestro cotidiano, son rituales que favorecen la conexión entre las personas y refuerzan vínculos sociales, satisfaciendo así una necesidad básica y fundamental.
¿Por qué hay gente que acude a las fiestas clandestinas?
Ante situaciones disruptivas y traumáticas, como el caso de esta pandemia, los vínculos sociales y las prácticas que los reafirman y sostienen se perciben como formas de mantener la sensación de seguridad, de encontrar consuelo ante la desgracia y la pérdida. Son espacios que se perciben seguros y familiares a los que uno tiene la tendencia a acudir frente a un contexto de incertidumbre. El problema ahora es que son justamente estos espacios a los que se acude por calma y consuelo, los que ponen en riesgo nuestra salud. Esto complejiza mucho más la situación.
¿Por qué estar “juntos” a través de las tecnologías de la información y comunicación no son suficientes?
No hay tecnología capaz de suplir el contacto cara a cara. Los seres humanos interpretamos gestos, miradas, contacto físico como dimensiones fundamentales de la comunicación interpersonal, que nos ofrecen información que usamos para expresarnos y comprender a los otros y otras. Es por ello, por ejemplo que la evidencia existente nos señala lo agotador que resulta en todo sentido sostener la comunicación por videollamada durante tiempos prolongados.
¿Es posible realizar este tipo de eventos con medidas de bioseguridad?
Una situación de emergencia como esta requiere acciones externas que garanticen la seguridad de todos y todas o la mayoría, y también es necesaria una gran dosis de autocontrol. En el caso de las reuniones sociales, que en principio se pueden evitar, hemos visto que ni las medidas externas de persuasión y control han sido efectivas, ni la capacidad de autorregularse ni de evaluar el riesgo del contagio ha estado presente en algunos casos. En este contexto, sería un riesgo dar señales, desde quienes nos están orientando sobre cómo responder a la pandemia, que puedan interpretarse como que ya estamos saliendo del peligro. Recordemos que no todo el mundo está pendiente y/o comprende de la misma manera las estadísticas sobre los efectos negativos del contagio y la prevalencia del riesgo.
¿Qué rol han cumplido las autoridades?
Hay que recordar que, aún con las restricciones dadas, algunas autoridades o figuras públicas se muestras abiertamente desacatándolas e inclusive justificando su comportamiento (ahí están las autoridades o el personal de salud que organiza actividades sociales, o que promueve el uso del dióxido de cloro; congresistas que fomentan sesiones presenciales). Es decir, que quienes están llamados a ser ejemplo del cumplimento de estos protocolos, dan mensajes que se contradicen con las indicaciones sobre el cuidado que recibe la población desde otros actores.
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¿Las estrategias comunicacionales desde los organismos estatales han sido adecuadas en este contexto?
Se han emitido desde el Estado una serie de mensajes contradictorios. Por un lado se ha dicho “quédate en casa, el Estado se encarga”, pero al final el bono no llega o no es suficiente; o si me enfermo voy a hospital y no hay camas ni medicinas. Entonces, la sensación es que en realidad este acuerdo con las autoridades (me quedo en casa, te hago caso y el Estado me ayuda) no sirve para resolver las necesidades que me permitan sobrevivir, ergo, me las tengo que ver por mí mismo y por lo tanto lo que valen son mis propias reglas.
¿Cuán efectivo ha sido el discurso de cuidar a los demás evitando contagiarse uno mismo?
El discurso de cuidarse uno y cuidar a los demás no es recibido por todo el mundo de igual forma. Cada sector interpretará de diferente manera su libertad de decidir si se cuida o no, y hasta dónde alcanza su responsabilidad de cuidar a los demás. Y en un país con tantas fracturas sociales no es posible pensar que cada peruana y peruano se sienta responsable y comprometido con el bienestar de todos los connacionales. No lo ha sido así antes de la pandemia, por lo que no sorprende que no lo sea ahora. Hay que considerar además, que situaciones traumáticas y amenazantes generan reacciones que pueden ser marcadamente individualistas. Como también extremadamente solidarias, como también hemos visto.
¿Es difícil entender que si nos cuidamos a nosotros, también protegeremos a los demás?
Es muy simple de entender, lo que sucede es que lo que es “cuidarse” y quiénes son “los demás” a los que me interesa cuidar no es lo mismo para todo el mundo. Tampoco se considera por igual qué es lo que es realmente protector de la salud, ni qué es lo que genera daño. (...) Por otro lado, la estrategia que apela al cuidado colectivo es bien riesgosa en un contexto en el que grandes sectores de peruanos y peruanas se han sentido más bien abandonados/as, inclusive ante sus necesidades durante la pandemia (y antes también). Esto, aunado al discurso de que depende de cada uno el cuidado (que se puede entender como un “sálvese quien pueda”), complica que el apelar a una solidaridad extendida a todos los que viven en el país sea una estrategia efectiva.
¿Es natural en los seres humanos el desacato a las normas?
En general, se puede decir que las normas que las personas cumplen son las que provienen de actores en los que creemos y confiamos, ya sea porque tienen una autoridad legitimada o porque no actúan conforme a las normas nos generará consecuencias que queremos evitar. Entonces, tenemos a las leyes y normativas gubernamentales, que se supone deben ser cumplidas por todos, mucho más en situaciones como la actual. Pero es el caso que los actores estatales y gubernamentales de los que provienen estas normas no gozan de confianza ni legitimidad ante los ojos de grandes sectores de la sociedad. Además, las consecuencias de no acatar estas normas no son claras o se perciben inaplicables (como las multas por el desacato al toque de queda).
¿El desacato a las normas está relacionado con la situación económica de las familias?
No son solo los sectores vulnerables los que parecen no haber entendido el mensaje. En otros casos, ciertos sectores que nunca han necesitado al Estado para acceder a servicios básicos, también han mostrado comportamientos contrarios a las indicaciones (salir a pasear al perro hasta donde quiero en plena cuarentena, hacer mi deporte sin mascarilla, ir con mi familia a la playa aún cuando los niños no pueden salir distancias largas). La transgresión más publicitada y visible es la de los barrios populares, pero transgresiones ha habido desde el día uno en los sectores más acomodados también. Y en ambos casos funciona la misma lógica de interpretación particular de las indicaciones y el acomodarlas a lo qué más me hace sentido.
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¿Qué lecciones nos quedan de la tragedia en Los Olivos, donde fallecieron 13 personas?
En primer lugar, una lección luego del suceso es que la búsqueda de culpables no nos está ayudando a evitar ni a prevenir este tipo de actividades que se siguen dando. Por otro lado, este evento que terminó en tragedia fue el fin de una serie de situaciones que no debieron darse y que vienen desde antes de la pandemia, como las nulas condiciones de seguridad del lugar, la actitud displicente de la autoridad local, la relación entre la población y la policía; por decir algunas. Lamentablemente se trató de un desenlace predecible dadas las condiciones previas.
¿Hay algunas lecciones sobre la conducta de los asistentes?
Sobre las explicaciones acerca del comportamiento de los asistentes, una lección derivada de la tragedia, es que no todas las personas tienen las mismas visiones sobre el mundo, sobre lo correcto e incorrecto o lo que es valioso o no. Se ha hablado mucho de una falta de valores de los asistentes a este local como la razón principal de su desacato a las normas. Ante esto, es necesario reflexionar sobre la naturaleza de aquello que en las ciencias del comportamiento denominamos valores.
Estas son orientaciones de comportamiento y de la toma de decisiones que trascienden situaciones específicas. Y no existe algo como la ausencia de valores, pero sí existen valores que serán más preponderantes que otros para los diferentes grupos sociales. Así, asumir que lo que se necesita es una suerte de formación en valores para evitar que estas situaciones se repitan no sería suficiente si es que no se conoce en primer lugar cuáles serán los valores (orientadores y motivadores de las conductas específicas) que llevan a tomar decisiones acerca de acatar o no las normas relacionadas con el distanciamiento social.
¿Cuánto influye la calidad de la educación que hemos recibido para afrontar esta pandemia?
En primer lugar, hay que señalar que si bien no todos y todas las personas que vivimos en el Perú recibimos la misma calidad educativa, lo que nos está mostrando esta pandemia es que hay algunos fallos de nuestra educación formal que parecen trascender sectores socioeconómicos. (...) En el país sobran ejemplos de cómo esta carencia en la formación y educación en general, ha dejado más bien espacio a la construcción de sujetos sociales que actuamos en una lógica individualista y de mercado, priorizando el éxito individual por encima del bienestar colectivo. Si tenemos a la base falencias en la construcción de una ciudadanía eficaz, que favorezca el desarrollo de proyectos comunes e inclusivos y el trabajo colaborativo, cómo pretender que ante una situación extrema emerja de manera espontánea y masiva un comportamiento disciplinado, autorregulado y solidario.
¿Cómo ve la Psicología este proceso por el que atraviesa la sociedad?
Hay una serie de aprendizajes que aún están en construcción, ya que al momento no se cuenta con evidencia suficiente ni concluyente que explique nuestro comportamiento en esta pandemia en particular. Las conclusiones y abordajes que hemos escuchado en medios se basan principalmente en extrapolaciones fundamentadas en evidencia generada en otros contextos y otros procesos históricos. Es así que no podemos ser concluyentes, pues aún hay que contrastar lo que creemos saber con lo que nos va a decir la evidencia generada en nuestra realidad, cuando la estudiemos científicamente de manera sistemática.