[Día Internacional del Orgullo LGBTI] No hubo respuestas. Esa primera vez no brotaron respuestas. Las confirmaciones —”soy gay, soy lesbiana, soy trans”— tampoco generaron gritos ni reproches ni despidos.
Llegaron en medio de una calle, en el silencio de una habitación, incluso después de la cena. Y revolvieron a toda una generación construida con prejuicios dogmáticos y machistas. Hubo, sí, incertidumbre y lágrimas. El llanto como forma emancipadora.
De todas las etapas que se prohíbe a los integrantes de la comunidad LGBTI, la adolescencia es la más injusta. Una herida que cicatriza con el tiempo, o quizá nunca.
Según la ONG Presente, siete de cada diez escolares se sintieron inseguros en sus aulas debido a su orientación sexual. El bullying homofóbico es, por tanto, la principal causa del suicidio, el único final posible en la etapa más difícil del desarrollo.
Porque se mata quien vive en la desesperanza, que no es maldad ni pecado, sino quizás el más grande de los sufrimientos, dijo el neurólogo Erwin Stengel.
El primer y único estudio de salud mental de la comunidad LGBTI publicado hasta el momento —realizado por Más Igualdad en 2019, en el cual participaron 323 integrantes— recogió que el 68% sufrió violencia psicológica; el 18.9%, violencia sexual; y el 75%, discriminación. Todos presentaron síntomas de ansiedad, depresión y trastorno bipolar.
Incluso la desidia está normalizada. Cuando un niño judío o un afrodescendiente sufren discriminación —escribe el argentino Osvaldo Bazán— sus padres los sientan en la mesa y les dicen que “estúpido es el mundo, no tú”.
A uno seguramente le hablarán de esa noche en que huyeron “y el pan no levó”; y al otro, “de la cuna de la humanidad, de un barco, de una guerra”. Cuando le ocurre la “mayor estupidez del mundo” a un niño LGBTI, en cambio, ni siquiera busca a los suyos. Presume que se van a enojar. “No sabe por qué, pero se van a enojar”.
Lo que sigue son siete testimonios de mamás y papás que eligieron el llanto en lugar del enojo y un abrazo en vez de arrojarlos para siempre. Lloraron mucho, sí, pero después los tomaron de la mano para enfrentarse al mundo. La rebeldía también es amor. Celebramos con ellos el Día Internacional del Orgullo LGBTI.
Foto: Difusión.
Hace siete años me enteré que mi hijo es gay. Era un sábado de diciembre por la noche y yo tenía una fiesta, así que le pedí que me acompañara a alquilar un vestido. Al terminar, me dijo que sería mejor regresar a casa caminando. “¿Mami tú quieres que yo sea feliz?”, preguntó entonces y le dije que por supuesto.
“Pero tengo una orientación distinta”, continuó. Yo no sabía. “Mami, no lo pongas más difícil, por favor”. Lo quedé mirando y le dije: “¿Te gustan los hombres?”. Dijo sí y empezó a llorar. “Pero no me voy a poner peluca o usar vestidos, me gusta como soy”.
Entonces lo tomé de las manos y abrí mi corazón: “No importa si eres de otro planeta, tú eres mi hijo, siempre lo serás y quiero que seas feliz”. Lo abracé fuerte y lloramos en esa vereda, hace siete años.
Los días siguientes fueron una avalancha de preguntas: ¿Fue la ausencia de su padre?, ¿lo engreí mucho?, ¿lo habrán tocado? Me cuestioné varias veces y durante mucho tiempo. Cuando mi hija mayor lo supo fue como si alguien hubiera muerto. Igual sucedió con mi otro hijo, pues tenía una construcción machista. Pero ahora se quieren y nada lo cambiará.
Un día mi hijo se alistaba para la Marcha por el Día Internacional del Orgullo LGBTI y le dije: “Quiero ir contigo”. Esa tarde estuve con él, de su mano, en la plaza de Lima.
Desde entonces marcho por eso: para que les reconozcan lo que nunca se les dio, por una ley de identidad, por un mejor acceso a la salud pública y por una educación que elimine las burlas. Aquí me tienes, hijo mío.
Foto: Cortesía.
Mi hijo decidió hablarme sobre su orientación sexual —y del muchacho que él amaba— hace ya varios años. No fue fácil para los dos; sin embargo, el miedo devino en puro amor cuando reconocí su valentía al ‘salir del clóset’ como gay.
Aunque tuve muchas preguntas, mi trabajo de madre era y es darle fortaleza para que enfrente esas situaciones complejas. Entendí que nuestros hijos son más que a quienes eligen amar: que la familia —y su madre— son el primer apoyo de un largo camino. Hoy me siento orgullosa de él y por mí.
Esa cercanía se mantiene intacta a pesar de los años. Soy afortunada por tener a mi hijo cerca y disfrutar de una familia libre de prejuicios, homofobia o cualquier otro motivo de incomprensión que aún empaña muchos hogares del Perú.
Los mensajes de odio (transfobia, racismo y diversos tipos de discriminación absurda) hacen que muchos niños, niñas y adolescentes crezcan con miedo a una sociedad que los ataca incomprensiblemente.
Y hay algo más inquietante: las autoridades aún no permiten que nuestros hijos, hijas e hijos vivan una vida plena al omitir el reconocimiento legal de sus familias o su identidad de género en su DNI.
Ante esa permanente exclusión, nuestra respuesta es de unión, amor y esperanza. El orgullo que sentimos de ser valientes, un solo puño como familia.
Durante la infancia de Marco, nacido biológicamente niña, hubo hechos que como padres tomamos como una rebeldía entendible. Aunque era poco sociable, creíamos que con terapia lo iba a superar.
Sin embargo, con la adolescencia se hizo más incontrolable, de modo que buscamos ayuda en una psicoterapeuta: gracias a ella entendimos que mi hija se identificaba como lesbiana. Pero aún seguíamos equivocados.
Foto: Cortesía.
Marco se negaba a responder cuando le preguntábamos sobre sus sentimientos, sobre las cosas que le pasaban a sus amigos, se rehusaba incluso a salir a fiestas. Ahora entiendo cuán dolorosos fueron esos años: esa etapa donde debió ser feliz nadie se la devolverá.
Mi hijo es un chico trans. Y lo hemos aceptado porque ser padres es un camino que también se va construyendo. Recuerdo el día en que nos habló por primera vez sobre su transición.
Fue la única vez que lo vi llorar. Mi niño se ahogaba entre espasmos. Abrazados, le prometimos que lo que venía sería maravilloso: en las horas más difíciles estaríamos juntos sin importar lo que diga la gente.
Nuestra labor como padres es darles las herramientas y motivarlos para que se desarrollen y se valoren. Nadie te lo enseña. Pero se puede aprender. Tomarles la mano es la primera metáfora del orgullo que profesamos.
Foto: Cortesía.
Como predicaba la palabra de Dios en la adolescencia, crecí con la idea de que la comunidad LGBTI era pecadora.
Pero soy mamá de un joven homosexual y he entendido que vencer nuestros prejuicios empieza con entender que el amor es lo que realmente importa. Es carne de mi carne, sangre de mi sangre. Y por eso también estoy comprometida con el colectivo.
Es necesario que el Estado genere políticas públicas para alcanzar los derechos de todos. Sueño con que algún día mi hijo pueda ser tan feliz como lo es mi hija heterosexual. Porque hay tantos chicos y chicas volcados de sus hogares, negados porque aún no se logra entender que la diferencia de amar no nos hace buenos ni malos.
Somos la muestra de que, pese a nuestra ignorancia en el tema, el amor se impone. No hay derecho que en este siglo aún se discrimine a una persona por su condición. Allí radica la valía de nuestra visibilidad.
Foto: Cortesía.
Estoy orgullosa de ser madre de una joven lesbiana. Para mí lo primordial siempre ha sido su bienestar espiritual y profesional. Cuando me lo dijo por primera vez, lo único que temía era que le hicieran daño. Si ella es feliz, yo también lo soy.
Tengo una comunicación abierta con mi hija. Me cuenta cosas de su vida, de su trabajo, de su pareja. En el Día Internacional del Orgullo LGBTI, espero que la sociedad entienda que la igualdad de derechos nos hace un mejor país.
Abrir nuestra tolerancia y respeto es necesario porque cada vez más personas se sienten libres de vivir su orientación sexual o su identidad de género. Y esas personas, como nuestros hijos e hijas, merecen vivir tranquilos en una sociedad que los respete. Que no los suprima más.
Foto: Cortesía.
Leyla es mi hija trans y estoy orgullosa de ella porque, a pesar de lo que enfrenta día a día, busca compartir y ayudar siempre a sus compañeras.
Yo acompaño su lucha porque la amo y porque su lucha es justa. Las mujeres trans peruanas únicamente buscan ejercer su ciudadanía como cualquier otra y desarrollar su vida sin ningún tipo de violencia.
Espero que la sociedad reconozca su coraje, valentía y resiliencia en Día Internacional del Orgullo LGBTI; una fuerza que realmente es ejemplar para todos.
Necesitamos abrir nuestros corazones para entender que todos somos todos hijos de Dios y debemos seguir las enseñanzas que predicamos, amar al prójimo como a nosotros mismos. Ellas viven y están en el lugar que están porque el Estado las desprotege y la sociedad las condena.
Foto: Cortesía.
Diego es un hijo bueno, valiente, de objetivos claros, bondadoso, lleno de amor y respeto hacia todxs. Por eso espero empatía de la sociedad hacia lo diferente. Debemos entender que la sexualidad es diversa.
Si la coyuntura actual es compleja para todxs, ya podríamos pensar la magnitud de dificultad extra que afrontan los “diferentes”.
Foto: Cortesía.
Para redactar mi historia debo remontarme al sexto grado de primaria. Entonces tuve una relación con uno de mis compañeros de colegio, en Iquitos. Después comenzó una vida llena de retos y bullying.
No recuerdo días felices en esos años; tan solo un calvario por un papá machista y dedicado al alcohol. Cada vez que llegaba ebrio a casa, violentaba a mamá y de paso a mí. Pensé en suicidarme. ¿Tienes idea lo que es querer evaporarse, desaparecer?
Ha pasado mucho tiempo y mis heridas se están curando. Hoy vivo en Lima con mi madre y mis hermanas. Ellas me vienen acompañando y han hecho cada vez menos tensa la relación con mi padre.
En el Día Internacional del Orgullo LGBTI, puedo decir convencido que la vida no es como uno piensa, sino de qué colores la pinta.
Nota de redacción:
Desde hace doce años, la Asociación de Familias por la Diversidad Sexual de Perú viene acompañando a mamás y papás de hijos LGBTI. También brinda soporte emocional a los integrantes del colectivo que, al confirmar su identidad de género, fueron arrojados de casa. Estos testimonios son parte de la organización.