Solo dos clases. Esas fueron las únicas veces en que Rosabel Rojas vio a sus alumnos en persona. Poco después de esa segunda jornada de marzo, el presidente Martín Vizcarra anunciaría el cambio más radical que ha sufrido el país en materia educativa: las clases presenciales se suspenden hasta nuevo aviso. Un aviso que cada vez se hace más lejano.
Con solo 28 años y recién iniciando su camino en una nueva entidad privada como profesora de teatro, Rosabel quedó ante la incógnita que, a la fecha, aún no tiene una respuesta clara: ¿Qué vamos a hacer?
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“Mostrarles mi lado más humano”, se responde todos los días; porque la pandemia de la COVID-19 no discrimina docentes, ni tutores, ni padres, ni niños, si las cifras son algún indicativo.
“Si yo les pido que me manden una fotonovela, también lo tengo que hacer. No les puedo exigir algo y que no me vean hacerlo. Hay que aprovechar esa humanidad que tenemos y mostrarla”, asegura. “Eso, para mí, ha sido el mejor recurso y hasta ahora lo tengo que usar”, sentencia, frente su laptop, en una clásica entrevista de cuarentena.
Una mirada similar tiene Gabriel Moreno, quien enseña en el colegio María Alvarado y se vale de sus títeres para amenizar las clases. “El profesor tiene vocación de artista y debe atreverse a hacer algo impredecible. Ser un agente de sorpresa… quien no arriesga en esta época no es docente”, afirma.
Enseñar inglés, ciencias y música a unos 220 niños de entre cuarto y sexto grado parece, a veces, un reto monumental: “No sé cómo lo hago, pero se puede siempre y cuando te conozcas bastante a ti mismo. Creo que el gran secreto es poder escucharlos y llenarte de motivación por ellos”.
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Para Gabriel, la pandemia les ha quitado algo clave: la cercanía con los estudiantes; sin embargo, no hay mal que por bien no venga. También ha permitido que algunos alumnos, antes silenciados por la timidez, ganen autonomía por “sentirse libres de tener su propio espacio”.
Rosabel, que enseña tanto a niños como a adolescentes, tiene su propia experiencia con respecto a ello. “Es lindo ver la diferencia. En secundaria se sufre para que activen sus cámaras, en cambio en primaria yo entro y ya están ahí, con sus peluches o mascotas al lado”, cuenta, con una sonrisa que rememora todo el día de trabajo.
“Me hace reflexionar como profesora de teatro sobre cómo el ser humano cambia. Porque estos alumnos míos de secundaria que tienen estas inhibiciones han sido antes los niños que ahorita son tan abiertos. Y uno entiende cómo el ser humano, conforme va creciendo, se va cerrando”, explica.
Pero, para quien enseña en un colegio estatal, la pandemia no ha hecho más que evidenciar la desigualdad de oportunidades. “Dicto a 16 niños, pero solo doce están accediendo a la educación remota, pues sí tienen acceso a cobertura WiFi y a una laptop o celular”, comenta Andrea Diestra, docente y tutora de primer grado de primaria.
Hay padres que han perdido sus trabajos, que han sido desalojados de sus viviendas. “Eso, sumado a la situación que se vive ahora, es frustrante. Por ello, el colegio, desde la dirección, nos ha pedido darle una contención emocional al niño”, asegura esta joven de 23 años, quien recién está viviendo su segundo año como docente. Y vaya experiencia que se está llevando.
“[En tiempos de pandemia] te enteras de tantas cosas. Ves tanta desigualdad y ves que la pobreza resulta más fuerte que el querer salir adelante y obtener una educación de calidad”.
Rosabel comenta que su madre, quien trabaja como tutora en una entidad estatal, da cuenta de esa realidad cuando comparten sus experiencias, luego de una pesada jornada. “Se pide, se exige saltar de lo tradicional a la escuela contemporánea, pero cómo vas a hacer eso con tanta cantidad de alumnos”, cuestiona.
“Algunos se van a beneficiar. Otros no. Puede haber la intención de que esto mejore pero no tenemos al alcance lo que se necesita y en la educación también se ve eso. La pandemia ha mostrado la desigualdad de oportunidades”, sentencia.
Andrea confiesa que lo primero que pensó al oír teleducación fue: “Esto no va a funcionar”. “Este estado de emergencia ha aflorado todas las problemáticas que existen, desde la parte familiar, por el tema de gestión y hasta lo político”, añade.
Pero no podemos retroceder y si, como todo hace indicar, es cierto que tenemos teleducación para rato, ¿qué nos depara el futuro? El docente del María Alvarado no lo ve tan negativo; considera que sí se puede sostener; aunque admite que una barrera importante son los lazos socioafectivos que se forman en la educación presencial.
“Hay colegios sin la infraestructura necesaria, pero con una buena plataforma, trabajada digitalmente, se pueden cerrar brechas”, argumenta.
Para Andrea, el salón es irremplazable: “El aula es el laboratorio en el que exploramos, construimos, formamos grupos de crítica, reflexionamos. Tratar de llevar la educación a casa es muy complicado”.
Pero más allá de ello, como argumenta Rosabel, este puede (o más precisamente, debe) ser el punto de inflexión hacia adelante y sí, como ella lo dice, “es necesario darnos cuenta de lo mal que estamos, ponernos en estado de alerta y proponer un cambio”.
Gabriel Moreno participa de una iniciativa educativa ‘Misky Wayra’, que busca fomentar y desarrollar habilidades socioafectivos en niños a través de transmisiones en vivo.