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Política

José Carlos Agüero: “Se pueden sostener el poder y los cargos de más alta autoridad en el Perú sin ninguna legitimidad”

El historiador y escritor señala que hay una "descomposición" en el funcionamiento de nuestra vida como colectivo.

larepublica.pe
José Carlos Agüero presentó este año "Desprecio, la política del miedo en el Perú".

El historiador y escritor, José Carlos Agüero, presentó este año “Desprecio, la política del miedo en el Perú” (La Siniestra), una colección de sus artículos publicados en distintas plataformas. Para él, más que una crisis permanente, lo que se encuentra en discusión es nuestro modelo de convivencia. No es, en buena cuenta, una simple crisis política de representación. Es en cambio un colapso social.

En su libro señala que en el país se gobierna desde la frivolidad, el cinismo. Tenemos un Gobierno y un Congreso que ejercen el poder, dice usted, ofendiendo humillando. Y añadiría que matando. Pero lo ejercen sin legitimidad alguna. Las encuestas lo dicen: son despreciados. Es curioso: ellos nos desprecian y nosotros a ellos. Y ahí están. ¿En qué momento la legitimidad dejó de ser un ingrediente sustancial en la política peruana?

Creo que es difícil precisar en qué momento. Si creo que vale la pena pensar en la legitimidad como cualquier otra institución. No es una abstracción. La legitimidad se produce socialmente, necesita ser relevante para todos, cumplir una función, que la gente más o menos crea en cierto marco que haga que sea relevante y prestigioso representar a otras personas y rendir cuentas. En un balance de poderes el presidente rinde cuentas al Congreso, estas autoridades (congresistas) a sus partidos, estos a sus bases, a los militantes, a los ciudadanos que, cuando votan, pueden evaluar si han cumplido o no. Cuando no hay que rendirle cuentas a nadie la legitimidad se convierte en palabras sin ningún valor. ¿Quién le rinde cuentas a alguien ahora? No hay partidos, no hay militantes, no hay organizaciones de base. La legitimidad ha perdido ese anclaje en la vida social real.

Porque incluso Fujimori se preocupaba por construir legitimidad. Nadie niega su raíz autoritaria, dictatorial dirán algunos. Pero tenía un respaldo político importante que mantuvo con altos y bajos. Cuando converso con politólogos y analistas suelen decir que es muy difícil que un gobierno se mantenga con cinco puntos. Lo mismo para el Congreso. Y ahí están. Algo se ha roto.

Algo ha cambiado. Y también algo se ha roto. Ha cambiado la manera en que hay que analizar la sociedad. La verdad, muchos colegas, muy respetables sin duda, son muy superficiales en sus aproximaciones. Hacen sociología o politología de sus deseos, solo de la superficie, sin tomar en cuenta que hay cosas que pasan más allá del juego de la realpolitik. Hay procesos históricos y sociales que hacen mucho más complejo el mundo en donde los actores políticos se mueven. Hay terminologías que se usan aquí y en Afganistán y que entonces no nos sirven de mucho.

¿Cuáles?

Como que no hay representación, no hay representatividad, no hay legitimidad. Eso va a pasar en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Como usted dice, hay cosas interesantes que han sucedido en los últimos años y una de ellas tiene que ver con la manera en que la sociedad peruana produce o no produce legitimidad. No es la primera vez que un representante tiene tan bajo porcentaje de aprobación ciudadana. Ni va a ser la última. Ese es un dato interesante. Pasó con Toledo. Esta señora Dina Boluarte prácticamente no tiene registro (a favor) en las encuestas

Y es algo constante.

Transversal a los sectores socioeconómicos. Deberíamos leer el dato obvio: sí se pueden sostener el poder y los cargos de más alta autoridad en el Perú sin ninguna legitimidad. ¿Qué ha pasado? Bueno, que antes era importante (la legitimidad) y ahora ya no para ejercer el poder de manera vertical. El Congreso también adolece de cualquier tipo de legitimidad en términos de apoyo ciudadano y ejerce todo el poder de una manera abrumadora. Porque, ¿a quién le va a rendir cuentas el Congreso? ¿A Boluarte? Ella depende de él. ¿A los partidos políticos? No hay. ¿Nosotros tenemos alguna manera de ejercer nuestra decepción? Hay dos caminos. Reclamando en la calle, poniendo el cuerpo y afectando nuestra seguridad y votando, pero ni la una ni la otra afectan la legitimidad de los actores ni su capacidad para ejercer sus decisiones. Así funciona el Perú. Hay que pensar en las nuevas reglas y no en lo que no existe.

Plantea que nos empeñamos en llamar crisis a esto que vivimos, que estamos a la espera de lo que sería la crisis definitiva, aunque posiblemente la crisis terminal ya ocurrió. ¿Es nuestro modelo de convivencia como sociedad lo que está en discusión?

Sí, es una buena manera de decirlo. Para mí –y no solo para mí porque he oído que algunos colegas ya hablan de colapso– varias de las bases de convivencia han acabado de dejar de funcionar y están siendo sustituidas por otras reglas. Por ejemplo, aproximarse a la verdad, no decir mentiras, mostrar transparencia, ser honesto, convencer, persuadir. Esos elementos que eran imprescindibles para el sujeto político no son necesarios. Nadie va a gastar energía ni esfuerzo en convencerte a ti ni a mí de nada porque hay otras reglas que ahora son las que priman. Basta con que se pueda hacer. Si puedo lo hago, aunque sea irracional, aunque sea evidentemente corrupto y beneficioso para un grupo de interés. Si tengo que legislar a favor del narcotráfico o del crimen organizado, lo hago. No tengo que convencerte de que es una gran idea. No es la idea lo que está en juego. Está en juego si puedo imponer mi capacidad de decisión.

Si tengo los votos.

Hace un tiempo se necesitaba convencer. Y aun cuando tuviera que mentirte – que también era un recurso de los actores políticos– tenía que utilizar mecanismos retóricos para persuadirte de que mi mentira valía la pena. Ya no es necesario en tanto la verdad ha dejado de tener valor social. Da lo mismo si es una mentira o una verdad si igual lo voy a hacer. Hay una descomposición importante, un colapso de reglas de funcionamiento de nuestra vida como colectivo. No son solamente los partidos políticos. Eso es muy superficial. No es una crisis de representación política. Estamos viviendo de maneras distintas a hace treinta años. Hay elementos que nos hacen sentir que estamos muy deshilvanados, que tenemos muchos problemas para funcionar colectivamente. Decir la verdad, tomarse el tiempo en la argumentación para deliberar no es premiado.

La elaboración discursiva suele verse incluso como algo aburrido.

Directamente contraproducente.

Antiguo.

Exactamente, antiguo. Lo intelectual, la discusión de ideas ha terminado por ser reducidas a un elemento negativo de la vida en sociedad. Prima cierto pragmatismo, que es falso, que alude a que el no pensar sino el hacer es lo útil. Tener ideas y transmitirlas es caviar, es propio de gente inútil. Pero hay otras cosas que se premian. Castañeda Lossio me parece un personaje, simbólicamente hablando, de los más interesantes de los últimos años. Ha sido un personaje exitoso políticamente. Ha sido alcalde de la capital, postuló a la presidencia, fundó un partido que sigue viviendo…

Con otro nombre.

Así es. Y ese partido sigue gobernando la capital. Su apelativo era el “mudo” y no era algo que recibiera con pesar, ni que sintiera como ofensa. Si hace treinta años tú le decías “mudo” a Barrantes o a Alan García sí era una ofensa, les estabas diciendo “no tienes ideas”. (Castañeda) es como el padre fundador del tipo de actor político de ahora, alguien que no necesita tener ideas, ni siquiera necesita hablar. Su sucesor López Aliaga, en el debate electoral de primera vuelta de hace tres años, no fue capaz de leer algo. No de improvisar, de leer. El asunto acá es que no importa. No se castiga no tener ideas ni argumentación ni palabra. Hay cosas que se castigan y otras que se premian porque la gente entiende que hay nuevas formas de participar en el espacio de interacción social.

Pone el ejemplo de Castañeda. Pero cuando nuestros políticos abandonan su mudez lo hacen de una manera irresponsable. Está el ejemplo de Boluarte con su frase “Puno no es el Perú”, en el peor momento del estallido. O el ministro Quero y lo de prácticas culturales para referirse a las violaciones de niñas Awajún, secundado por la ministra de la Mujer. Dice en su libro que se terminó “la gramática de la decencia”. ¿Hablar con la verdad, al menos aparentarlo, dejó de ser esencial en nuestra vida social?

Es un elemento importante. De hecho, es algo que los historiadores habían notado desde hace bastante tiempo, a finales del siglo XX. Recuerdo un texto muy bonito de Eric Hobsbawm que decía que la función de la historia y por lo tanto de la verdad había dejado de cumplir su función social. Nosotros no tenemos que ser Hobsbawm. Lo vemos todos los días…

¿Lo escuchamos todos los días?

Exactamente. No es solamente un fenómeno de fake news. Es obviamente parte del asunto. La verdad en un sentido muy ingenuo pero útil es que lo que digo se parece a lo que es. O sea, se trata de hacer un esfuerzo de abstracción y de honestidad para decir lo que es. ¿Quién hace eso ahora? ¿Quién hace el esfuerzo intelectual de intentar identificar lo que es y luego el esfuerzo moral de decirlo, aunque te perjudique? Como ese elemento no es imprescindible para ser exitoso en el ejercicio del poder, es superfluo. Nadie lo necesita. Y la palabra entonces nos parece vacía, cínica. No sabemos qué adjetivo más ponerle. Hace mucho tiempo sabemos que el nuevo lenguaje es así. Que Keiko Fujimori va a ir a Harvard a decir “yo apoyo el informe de la Comisión de la Verdad, estoy por los derechos humanos”. Y la gente la aplaudió, hizo el check lingüístico. ¿Quién que no sea fujimorista acérrimo creyó en esas palabras? Nadie. Y aun así Keiko Fujimori casi gana. Y sin haber ganado nunca, tiene una cuota importante de las decisiones del país. Así que ella, como cualquier otro actor político, sabe que no necesita la verdad, casi que no tiene que hacer el esfuerzo de ejercerla porque la verdad tiene costos morales. ¿Para qué exponerte?

¿Guarda algún espacio para la esperanza?

Desde luego. No solamente es que yo me esté dando cuenta de estas cosas. Cualquiera que se sienta en serio a pensar puede ir notando que hay elementos que están más allá del lenguaje reiterativo con el cual nos hemos acostumbrado a describir nuestra vida política y social. Eso es positivo, hacer una constatación, un buen diagnóstico. No es que esté diciendo verdades tampoco, pero por lo menos estoy intentando…

¿Aproximarse a ella?

Sin recurrir a lugares comunes. Tener una buena constatación es un paso importante, dejar de fingir que estamos pasando simplemente por una crisis de representación o cosas así. Lo segundo es que hay que mirar lo que pasa en la vida real, los procesos que se dan en la gente. En los procesos electorales y de lucha en las calles se producen interesantes movimientos democratizadores, de resistencia. Veo el acto radical y esforzado de personas de expresar su voluntad a través del voto ante la dificultad de ejercer otras formas de ciudadanía. El voto en el Perú ha impedido el retorno del fujimorismo tres veces consecutivas.

Y el fujimorismo trató de desconocer ese voto alegando un inexistente fraude electoral.

El voto es un resquicio de decencia y al mismo tiempo la formación continua de nuevas esperanzas. Y las esperanzas puede ser que fracasen, pero votar en el Perú te iguala, te da presencia. Por eso para mí la salida de la crisis –o por lo menos un inicio– es votar el 2026. Sé que hay treinta candidatos, que la gente se decepciona y se desespera, pero creo que hay dos o tres por los cuales vale la pena votar. Invitaría a la gente a que haga su análisis de quién se portó con decencia hace dos años y que vote por él o por las personas a su alrededor. A mí se me hizo muy interesante en el 2023 ese defensa de la voluntad popular en la calle, algo que difícilmente había visto antes y mira que tú y yo hemos pasado por muchos momentos de calle. No había visto una expresión tan claramente ciudadana en ningún tipo de manifestación. Una de las cosas que se decía en las marchas era que la gente venía a defender la voluntad popular.

Sus derechos políticos, algo que Boluarte nunca entendió porque ella esperaba que protestaran por agua, salud, servicios.

Es un asunto bien interesante. Hay una expectativa del lenguaje actual que solo te permite hablar si utilizas esa gramática del beneficiado, ya seas víctima, pobre, excluido. Un beneficiado y un benefactor hablan en términos de servicios.

Es que protestar políticamente es equipararte y eso no se entendió nunca desde el poder.  

Pero la gente igual sale y dice las cosas. Saben que los están terruqueando pero salen a protestar porque van a defender su voto. Yo no sé si querían que volviera Pedro Castillo. Yo diría, de hecho, que la mayoría no estaba saliendo a marchar por eso, pero sí sentían que la expresión de su voluntad había sido tergiversada por lo que habían hecho grupos de poder, bastante autoritarios y bastante corruptos.