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Opinión

Perú 2023: divide y perderás, por Juan De la Puente

“La tendencia de la división del país se profundizará... Los ciudadanos tendrán que votar por los nuevos líderes parecidos a los actuales”.

larepublica.pe
Protestas

Dos datos de la encuesta del IEP del 29/10 publicada por La República me parecen decisivos para explicar el Perú del último trimestre de 2023 y su proyección hacia 2026, si no antes.

El 45% piensa que las diferencias políticas e ideológicas dividen más a los peruanos (apenas 29% cree que son las diferencias económicas) y el 67% piensa que la situación política afecta principalmente a su economía.

A diferencia de las respuestas sobre el corto plazo –aprobación o desaprobación de personas e instituciones–, estos datos proyectan una opinión pública instalada en el mediano plazo con convicciones concluyentes: los políticos dividen al país y dañan la economía, la mía y la de todos.

En esas percepciones, los políticos no son, exclusivamente, los que ejercen el poder en el Congreso y Ejecutivo; son asimismo los voceros fuera de las instituciones, gobernantes locales y regionales y los líderes mediáticos y empresariales que influyen en el poder. Del mismo modo, aunque se intuye, “las diferencias políticas e ideológicas” en nuestro caso dejaron de ser hace años la legítima competencia democrática para transformarse en un estadio brutal. En ese punto de las precisiones, la “situación política” es más que lo público cotidiano; es también insatisfacción, protestas, represión violenta, abuso de poder, resistencia al cambio, campañas de demolición, acoso a periodistas, copamiento de organismos públicos, denuncias, blindajes y corrupción, entre otros.

La práctica divisionista seguirá en alza hasta que aparezca un liderazgo y movimiento que lideren un programa de unidad nacional no como un eslogan vacío, sino como un desafío que ineludiblemente pase por el cambio, consenso e inclusión, porque también están en crisis las otras “unidades” y “diálogos”, las de factura deportiva sugeridas como intimidación para que nada cambie, es decir, como parálisis.

¿Qué sucederá si ese liderazgo y movimiento no aparecen o si carecen de la fuerza necesaria? La tendencia de la división del país se profundizará y se agravará el largo proceso crítico. Los ciudadanos tendrán que votar por nuevos líderes parecidos a los actuales, con igual vocación divisionista.

No es una perspectiva prometedora. En este punto, la encuesta se relaciona con otro sondeo del IEP publicado el 27 de octubre poco difundido titulado “IEP Informe de opinión, octubre 2023, edición especial” por los cinco años del área de Estudios de Opinión.

A tono con la opinión pública crítica de la división nacional, el estudio revela la modificación de las identidades. El Perú se introduce en una etapa de fragmentación y polarización en una versión más intensa que en 2021, con cariz radical y territorial.

En octubre de 2021, la autodefinición centrista era dominante (41%) frente a la de izquierda (24%) y derecha (35%). Dos años después retornamos a simple vista a los tres tercios: centrismo 34%, izquierda 30% y derecha 36%.

La homogeneización esconde una creciente parcelación de identidades, propia de sistemas en viva descomposición. ¿Cómo entender esta parcelación? No hay opciones mayoritarias o cercanas a serlo, aumenta la adhesión a los extremos en cada lado (19% a la extrema izquierda y 21% a la extrema derecha) y se visibilizan abismos entre territorios y grupos sociales.

Según el sondeo, los jóvenes, Lima y los grupos más acomodados (sectores A/B) se definen como centristas en porcentajes más altos, una adhesión que se cae en el Perú rural, en el norte y entre los más pobres (sectores D/E). En tanto, la adhesión a la izquierda sube en el Perú rural, en el sur y entre los más pobres, y la adhesión a la derecha crece en Lima, en el norte y también entre los más pobres.

El supuesto retorno a los tradicionales tercios es entonces falaz. La parcelación interactúa y se retroalimenta. Por ejemplo, en el Perú rural el 38% se siente de izquierda, pero en ese mismo espacio el 40% se siente de derecha. Es el área de mayor naufragio del centrismo, donde apenas registra 23% de adhesiones.

De cara a las tres próximas turbulencias –las protestas en 2024 y 2025, la recesión y las elecciones de 2026, si no antes– Lima y el norte se inclinan a la derecha, y el centro y sur a la izquierda. Imposible agregar más datos por ahora, salvo uno de fondo: si el centro político no se reduce más podrá arbitrar las elecciones de 2026, pero ya no protagonizarlas como en 1990, 2001, 2006 y 2016.

Es trágico que la división reclame una alternativa comprometida con la unidad nacional y, al mismo tiempo, la sociedad abandone las posiciones moderadas. No lo aplaudo, y con cargo a un tratamiento posterior, la paradoja tiene por lo menos tres explicaciones: la debacle de los partidos centristas tradicionales, la falta de ofertas de cambio del nuevo centro temeroso de denunciar la desigualdad y los poderes de la economía, y su limeñísimo desinterés por la diversidad nacional.

Que no se ilusionen los divisionistas actuales. La parcelación identitaria no reproducirá en 2026 –o antes– el actual juego oficial. El Perú espera nuevos radicalismos. La actual matriz de la derecha y izquierda empernadas está desahuciada. Salvo Fuerza Popular en una pequeña medida, ningún grupo tiene recursos para aprovechar el escenario fragmentado/polarizado. Por eso es crucial para el régimen autoritario lograr el control del sistema electoral y asfixiar a la JNJ.

Las adhesiones que revela la encuesta del IEP deben ser apreciadas más como demandas que como militancia, una concurrencia de afinidades donde caben conflictos subestimados y pueblos agredidos. Sería útil actualizar el concepto “caldo de cultivo” que explicó el inicio del ciclo de violencia y terrorismo que afectó al Perú. El último trimestre de 2023 registra hitos, sucesos y tendencias que no movilizan, pero que acumulan desconfianzas, temores, iras, decepciones y nuevas confianzas.

La sociedad tiene menos pulsaciones en la calle, pero está viva. Los ciudadanos que dejaron de manifestarse desde agosto en mayores volúmenes no son indiferentes, sino “diferentes”. La izquierda y derecha de arriba son una oferta, y la izquierda y derecha de abajo son un reclamo. Ningún grupo puede hablar en nombre de la sociedad en esta etapa. La economía no se ha trasladado a la política, pero, al revés, la política se ha trasladado a la economía porque la recesión aparece como culpa del poder y no como consecuencia del “ruido político” de los pedidos de democracia, justicia e igualdad. No hay incertidumbre, hay escombros.

Evitaron las elecciones adelantadas y su fatal resultado es este. El país se divide más, el régimen que gobierna perdió el relato democrático y luego el relato de la estabilidad económica. Para evitar las elecciones fusionaron la seguridad económica y la seguridad ciudadana con los efectos conocidos. La perspectiva ultrapopulista se nutre de estos fracasos.