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Opinión

Devolver el poder al pueblo, por Rosa María Palacios

“Todas las soluciones que han logrado democracias sólidas y estables en el tiempo se fundamentan en la misma práctica: en caso de crisis, devolver el poder al pueblo”.

larepublica.pe
“Todas las soluciones que han logrado democracias sólidas y estables en el tiempo se fundamentan en la misma práctica: en caso de crisis, devolver el poder al pueblo”.

Desde que Keiko Fujimori perdió las elecciones del 2016, la cíclica crisis de poderes (Ejecutivo versus Legislativo) se ha agudizado al punto que lo único que importa, para ambas partes, es sobrevivir. Con prescindencia del otro, si es posible. No es que estas crisis no agobiaran antes a la república. En los últimos doscientos años han sido nuestra marca, hasta hoy indeleble, que nos impide gozar, por largos periodos, de la forma democrática de gobierno. La única diferencia es que en el siglo XX se solucionaban con golpes militares. Hoy, no se solucionan. Nos imponen una forzada convivencia donde ambos poderes prevalecen, pero de asalto en asalto. No hay estabilidad, ni predictibilidad y el incierto futuro nos roba todos los días el presente y la esperanza.

Esta semana tuvimos una nueva ronda de ataques simultáneos. Por el Ejecutivo, anunciar una cuestión de confianza. Como sabemos, preámbulo de la disolución del Congreso. Por el Legislativo, aprobar en primera instancia una acusación constitucional contra el presidente por traición a la patria que busca su suspensión o destitución. Ambos, actos preparatorios de futuros duelos, que pretenden ser ganados antes del ataque final del otro. Ambos, basados en interpretaciones torcidas de una Constitución que, diseñada para resolver el antagonismo de los poderes, hoy ha perdido toda posibilidad de lograrlo.

El Ejecutivo ya no tiene forma de disolver el Congreso vía negación de cuestiones de confianza. Por si no lo sabían, a lo único que se dedicó la Comisión de Constitución apenas instalada en agosto del 2021 fue a reformar la Constitución a través de una ley. Como lo leen. Esta aberración constitucional fue aprobada por insistencia en setiembre, promulgada en octubre y validada por 4 miembros del Tribunal Constitucional en febrero, contradiciendo sus propias resoluciones anteriores. Se advirtió y pocos escucharon. En la práctica, el Ejecutivo no puede hacer cuestión de confianza de casi nada. Como el Congreso tampoco va a censurar a un presidente del Consejo de Ministros, no hay forma constitucional de disolverlo. No hay nada que hacer hasta que se reformen en serio estas instituciones. Torres y Castillo pueden amenazar al universo. Da lo mismo. ¿Es inconstitucional lo que hizo el Congreso? Sí. Pero la única opinión que importa es la del TC y esa estuvo con el Congreso. Capítulo cerrado.

El Legislativo quiere acusar al presidente de un delito y no ha podido demostrar dolo. ¿Un delito donde no existe la intención de ser cometido? Hasta un analfabeto jurídico sabe que eso no es un delito. No basta con la dictadura de los votos. El Congreso no sentencia, pero lo mínimo que tiene que probar es que Pedro Castillo tenía la intención de ceder parte del territorio nacional a Bolivia para darle una salida soberana al mar. Los balbuceos e incoherencias de un ignorante supino en una entrevista internacional son una vergüenza pública, pero no constituyen traición a la patria por una razón muy sencilla: no hay dolo. Capítulo también cerrado. ¿O no?

¿Cuál es la solución cuando este enfrentamiento no permite gobernar? En los regímenes parlamentarios, se disuelve el Congreso y se va a elecciones generales que también eligen a un primer ministro. En los regímenes presidenciales se va a elecciones parciales o totales parlamentarias (cronograma fijo) que varían la relación Ejecutivo versus Legislativo. Todas las soluciones que han logrado democracias sólidas y estables en el tiempo se fundamentan en la misma práctica: en caso de crisis, devolver el poder al pueblo.

En el Perú lo hicimos en el año 2001. Esa devolución, con todos sus defectos y limitaciones, marcó el periodo democrático más largo que el Perú ha vivido en 50 años. No hay otra salida. Pero esa solución solo puede ser aceptada cuando hay voluntad de sacrificio de todas las partes y un entendimiento noble de que lo que se juega es el destino de 32 millones de personas que esperan. Devolver el poder al pueblo tiene que ser una institución consagrada en la Constitución, sin trucos, ni interpretaciones, sin agendas ocultas, ni marchas interesadas.

“Power to the people” o “Para el pueblo lo que es del pueblo”. John Lennon o Piero, da lo mismo. Solo más democracia salva a la democracia. El adelanto de elecciones generales con reformas constitucionales es la única vía para poner término a este bucle sin fin al que parece estar condenado nuestro país. Tardará, pero llegará cuando el Perú se una en la extraordinaria empresa que hoy resulta buscar el simple bien común.