El volumen de las marchas prosalida de Pedro Castillo puede haber animado a unos y decepcionado a otros, pero el principal sentido de esas movilizaciones simultáneas no está allí. Existen argumentos sobre la ineficacia de las marchas para lograr resultados, y también hay argumentos (y ejemplos) en sentido contrario.
Por diversos motivos la marcha más nutrida fue en Lima, la mayor población y el bastión del sentimiento anti-Castillo. Tuvo una concurrencia suficiente como para que el gobierno la tome en cuenta. Marca el inicio de lo que podría resultar un verano caliente en el país; en estas cosas de protesta nunca se sabe.
Las gigantescas marchas no afectaron a Nicolás Maduro. Otras similares anunciaron el fin de Dilma Rousseff. Las marchas chilenas cambiaron mucho más que una presidencia. En el Perú fueron clave para terminar de derribar a Alberto Fujimori. Se trata, pues, de iniciativas con muchos efectos muy diferentes, y poco predecibles.
Que estas marchas fueron muy tomadas en cuenta lo sabemos por la dolida declaración del propio Castillo: vaticina que va a permanecer en Palacio hasta el último día de su mandato, “porque mi pueblo así lo ha decidido”. Resulta que ahora en su lenguaje Castillo es dueño de un pueblo. ¿Quién le escribe esas frases inclinadas hacia lo grotesco?
La fuerza de las marchas del sábado que pasó es, además de haberse dado en importantes capitales del país, que son parte de un continuo opositor que le propone tareas políticas a grupos humanos mayormente desentrenados de formas organizadas de defensa de sus ideas e intereses. Aunque suene redundante una marcha es un lugar a dónde ir.
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Como ha hecho notar Augusto Álvarez, hay un cordón umbilical entre las marchas del sábado y el abucheo a Castillo en el hospital Rebagliati. Espacios y formatos diferentes, un mismo sentimiento de rechazo. Al igual que los casos de corrupción, los actos de protesta se van uniendo en una sola constelación, a la espera de un momento decisivo.
Quienes marcharon, entusiastas y pacíficos, deben ser felicitados. Quienes todavía no se animaron a participar igual deben ser saludados. Al gobierno se le debe reconocer haber respetado las diversas movilizaciones de protesta. Alguien allí sabe que perseguir marchas no va a salvar a Castillo de su destino.