Los obstáculos más perjudiciales para la posibilidad de construir al menos puentes para explorar acuerdos para avanzar en la solución de la crisis política de años, y que se ha agravado mucho en el gobierno de Pedro Castillo, son el prejuicio y la desconfianza entre sectores que, teniendo visiones distintas de la vida, poseen coincidencias claves sobre los rasgos negativos del momento.
Esto es patéticamente manifiesto en estas circunstancias en las que la crispación política se exacerba, con marchas para que renuncie Castillo y se convoque a nuevas elecciones generales;se acerca la misión de la OEA pedida por el gobierno para comprobar el golpe de estado que dice que está en marcha; se deteriora la perspectiva económica, especialmente de los más pobres; explotan cada día escándalos de corrupción en el ejecutivo y congreso; se degrada más la capacidad del sector público; se destruye, en fin, la ilusión de un futuro estimulante y optimista para el Perú y sus ciudadanos.
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El presidente, su inefable premier y los ministros obsecuentes, con la ayuda de politólogos, constitucionalistas y diplomáticos, han lanzado una campaña intensa para acusar a quienes critican al gobierno de corruptos, racistas, DBAs, antiperuanos y golpistas.
En el Perú existen sectores así, sin duda, pero no son la mayoría, aunque este gobierno ya dedicado a la sobrevivencia frente a sus propias taras mete a toda voz crítica en el mismo saco.
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Que lo diga este gobierno hasta se entiende, pero no que lo crean sectores progresistas, de izquierda o antifujimoristas que practican una penosa cacería de brujas, y a quienes no les interesa lo que se dice sino quién lo dice, por el prejuicio y la desconfianza de alucinar objetivos subalternos en toda crítica.
Pues no son golpistas o corruptos los que creen que este gobierno es mediocre y corrupto y que Castillo usa su poder para lograr impunidad; que sospechan que la OEA está sesgada; que ven que la economía se deteriora y que Petroperú ya es un barril sin fondo del dinero de los peruanos, asuntos con los que esos sectores quizá coinciden, pero que los relativizan en función de quién lo dice, pues realizan, exante, su categorización desconfiada, prejuiciada y arrogante de quiénes son los malos y quiénes son los buenos (como ellos).