El votante despistado es una presencia cada vez más fuerte en las elecciones del mundo. En una era en que abunda la información, esta no necesariamente es de la buena. Engañar al elector con las famosas noticias falsas se ha vuelto una práctica frecuente en la política. De allí salen ganadores que, por supuesto, siguen engañando.
La velocidad electrónica y la irresponsabilidad de muchas redes sociales tienen mucho que ver en el asunto. La tecnología en sí misma no produce las estafas electorales, pero facilita su realización. Hay un gigantesco público entrenado en creer sin comprobar, e incluso en volver a creer una vez revelado el engaño.
Sobre el punto, The Washington Post publica que en los días previos a la segunda vuelta en Brasil, las redes Meta y TikTok orientaron a millones de brasileños hacia acusaciones sin base, falsas versiones de fraude electoral y contenidos extremistas. WP está citando a un grupo inclinado a la izquierda, que investiga la desinformación.
En realidad no hay para qué ir tan lejos. Los socorridos troles enfáticamente dedicados a lamer las suelas de la noticia en todas partes son prueba suficiente de que lo falso como parodia de lo cierto es tendencia inagotable en las redes. No solo en el terreno electoral, sino en casi todas las actividades humanas.
Más de un código penal hoy contiene sanciones contra quienes lleven a engaño a un elector, haciéndolo votar sin la información necesaria para tomar una decisión fundada. El delito de fondo es una proteica estafa, que puede asumir las más variadas formas, desde la seducción política sin sustento, hasta la cruda difusión de mentiras.
Algo que promueve a este estado de cosas es que al elector despistado le cuesta muchísimo reconocer que alguien lo engañó. Las encuestadoras piadosamente omiten la pregunta sobre si el sondeado está contento con la decisión que tomó en la anterior elección. Quizás la pregunta es inútil, pues los despistados no suelen despertar.
Falsas o no, la difusión de fake news mina la democracia, dice un estudio de la Universidad de Birmingham. “Las mentiras en red”, dice, “tienen un efecto corrosivo sobre la democracia”. Los autoritarios de todo kilaje lo saben, y se dedican a mentir como chanchos.