La precariedad de la campaña electoral y el permanente escándalo político nos tienen sin debatir temas que deberían estar en la lista de prioridades. Jaime Saavedra ha llamado la atención en El Comercio sobre cómo América Latina es uno de los continentes que menos está debatiendo o priorizando la reapertura de las escuelas. “En Europa, están primeras en la lista. Y en muchos países los maestros están entre los primeros vacunados… En América Latina se abren restaurantes, bares y casinos antes que las escuelas”. Entonces, ¿qué deberíamos considerar para el caso del Perú?
Para muchos, hay razones para mantenerlas cerradas. Por un lado, desde el inicio de la pandemia se pronosticó que los sistemas de salud de América Latina serían los que correrían el riesgo de sufrir un mayor colapso. Además, según especialistas que he consultado, si bien las primeras variantes del COVID-19 no se transmitían con facilidad en niños, las nuevas sí; y en el Perú tenemos a la brasileña propagándose por todo el país. Asimismo, aunque los niños no se enferman gravemente, no existe evidencia de que contagien menos que los adultos. Por ello, si consideramos que –en el Perú– en una misma vivienda habitan familias extendidas, el eventual regreso a las aulas es un factor delicado con una segunda ola que no está bajo control.
Ahora bien, también hay argumentos del otro lado. La reapertura económica se está dando en un contexto similar. ¿No están siendo ya expuestos la mayoría de niños en la medida en que sus padres y familiares deben salir a asegurar un ingreso mínimo cada día? ¿Estamos subestimando el efecto negativo de que no vuelvan al colegio?
Porque los niños están pagando un alto costo social. El drama que está implicando para muchos de ellos debería ser suficiente para debatir qué hacer y si es necesario priorizar su retorno a las aulas con protocolos de aforo (por grupos), de seguridad y priorizando a los docentes en la vacunación. A esa razón habría que agregar los potenciales costos socioeconómicos si no logramos compensar los aprendizajes no obtenidos mientras dure la pandemia.
Por eso, la estrategia tendría que apostar por combinar el aprendizaje presencial con el remoto y con capacidad para adaptarse a la evolución de la pandemia. Para ello, como señala Saavedra, la inversión en aprendizaje remoto tendría que ser agresiva. ¿Lo está siendo? ¿Hay una estrategia?
Al respecto, el exministro de Educación Martín Benavides nos hizo una aclaración a una opinión anterior. La entrega de tabletas para las familias más vulnerables de zonas rurales y de los dos primeros quintiles de pobreza urbana fue una decisión técnica pensando que la presencia del COVID-19 duraría más de un año. Y porque era una oportunidad para cerrar las brechas existentes entre zonas rurales y urbanas. Para ello, la estrategia tenía el componente pedagógico como uno fundamental.
Según nos ha explicado el ministro Ricardo Cuenca, para fines de este mes el 90% de las tabletas habrán sido entregadas (están en algo menos del 40%) y para fines de abril los contenidos de Aprendo en casa (web, TV y radio) estarán completos (a pesar de que algunas licitaciones se han convocado recién). Pero al millón de tabletas con internet de la primera etapa solo se sumarán otras 320.000. ¿No era necesario apostar más decididamente por este proyecto dado lo que hoy conocemos sobre la evolución y el tiempo que nos acompañará la pandemia?
Como señalamos semanas atrás, la estrategia del gobierno de buscar un balance entre salud y economía, debe ampliarse a otros ámbitos, y el educativo debería ser uno de los primeros en la lista.
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