Toda estructura de información lleva tras de sí una organización del poder. Y la forma como se configura en las “redes sociales” está comprobado que tiende a la polarización. O sea que en estos espacios digitales es fácil crear bandos o “guetos” de opinión contrapuestos.
¿Eso es bueno o malo? ¿Eso es bueno o malo? Como todo en la vida, depende. Porque la existencia de bandos opuestos puede ser la expresión de un debate en el que al no existir consensos se podría ayudar a la pluralidad, al contraste de ideas y a ser más crítico.
Sin embargo, cuando en todos los debates se llega a un “punto muerto” sin consensos, donde no hay contraste sino vituperio y ruido, entonces las redes sociales son el escenario perfecto para armar interminables y cruentas guerras.
Esto es un hecho: quien ingrese a Twitter a opinar ha de ser consciente de la polarización, una práctica abiertamente usada en el mundo entero por quienes buscaron marear con posverdad a los desprevenidos. Si además consideramos que la tendencia al anonimato en las “redes” puede convertir de la noche a la mañana en líder de opinión a cualquier ciudadano de a pie, entonces el escenario para las guerras y guerrillas está armado.
En este escenario bélico, en donde tristemente los “mediadores políticos profesionales” (“los asesores digitales” de los políticos y aspirantes a serlo) se comportan como bandoleros, la necesidad de buscar terceros calificados que ausculten la salud del debate digital es más que conveniente.
De nuevo, Twitter y compañía intentarán influir fuertemente en nuestro criterio durante la campaña electoral del 2021. Por eso es vital empezar a “enmarcar” los debates –los populares “hilos”–, darles contexto para no elevar lo anodino a contenido estelar y “hacerle el juego” a algún gueto. El que fuese.
Aquí hay un espacio institucional que no ha sido cubierto por ningún agente, en este Perú de aspiraciones y transformaciones digitales en marcha. Levanto la mano. ¿Quién dice “yo también”?