Hace seis meses imaginé esta tragedia, pero sería peor. Escribo un libro sobre la pandemia que no tiene final. El fracaso del modelo neoliberal y las grandes desigualdades entre ricos y miserables se agrava con el dolor cruento que producen nuestros muertos y que hace que se viva ansiosamente ahogados por el clima de angustia. Es terrible.
Pero antes de la COVID-19, los peruanos sufríamos de otra epidemia: la corrupción. Aquello originó que no solo lucren los inmorales, sino que se paralicen los engranajes de una economía formal y grandes obras públicas. Hospitales, Línea 2, Av. Prialé, el aeropuerto, la Costa Verde, etc., solo en Lima. Y así llegó la peste que castiga sin piedad a los sectores más vulnerables.
La corrupción más COVID-19 es el drama que hoy padecemos. Se habla entonces de un capitalismo del caos. Este sistema inhumano en el Perú solo favorece a los empresarios y a las derechas más contumaces. En días veremos aparecer nuevos grupos religiosos, fanáticos y nacionalistas. Estamos ingresando a otra realidad y muchos no nos damos cuenta.
Ya nos quitaron nuestros domingos y ya no hay tiempo para probar nada. Solo nos queda recurrir a nuestras reservas de solidaridad y lealtad. Aquello que llaman ahora lo resiliente. Querernos más y admitir a los otros. Solo así impediremos que nuestras vidas se manejen en las cavernas de la Confiep.