Por: Mario Rivera y Gustavo Yamada (*)
La grave emergencia de salud generada por la pandemia mundial que hoy sufrimos nos ha afectado en muchísimas dimensiones de nuestras actividades. No hay duda de que la vida, costumbres y cultura se han alterado de tal forma que el estado de cosas no será igual después de esta crisis.
Ese también es el caso de la educación superior en que la pandemia nos ha obligado a opera con novedosas soluciones que creemos han provocado un salto adelante en la aplicación de tecnologías, que hubiésemos demorado más en dominar, y que se integrarán a la nueva forma de educar. El CNE ha discutido este tema en la actualización del PEN y sobre esta base compartimos algunas reflexiones para esta coyuntura dramática.
La cuarentena ha obligado a optar masivamente por el aprendizaje remoto y usar métodos subvalorados previamente. Los estudiantes pueden ahora beneficiarse de entornos del siglo 21, muchas veces similares a los que usan en su interacción social. Queremos alentar a estudiantes, familias y autoridades a hacer bien, algo que por nuevo es difícil, pero de alto beneficio y no solo un remedio de mal sabor a la crisis.
La educación a distancia no es una opción secundaria sino una forma efectiva de enseñanza y aprendizaje aplicable a una gran variedad de campos profesionales y del saber. La tecnología ofrece herramientas poderosas para la presencialidad a distancia con sistemas de videoconferencias, debates asíncronos mucho más precisos y razonados, estudios adaptativos y a la velocidad de cada uno, pruebas para aprender y no solo para calificar, acceso a profesores internacionales y muchos más.
Resulta sin embargo clave el trabajo de profesores y diseñadores que requieren soporte acelerado para uso de estas herramientas, manejo de nuevos entornos, interacción efectiva y fluida en un medio que no necesariamente les es tan familiar como a sus estudiantes. Los profesores serán los que pongan mayor esfuerzo y por ello quienes deben recibir el mayor reconocimiento.
El Estado deberá enfocar su esfuerzo en alentar el desarrollo de programas con entornos virtuales y no en restringirlos. Asimismo, deberá destinar más recursos tanto para infraestructura y software adecuados en las instituciones como para facilitar el acceso de los estudiantes a los mismos. También las empresas de telecomunicaciones puedan jugar un rol significativo en este esfuerzo. En este nuevo entorno de cambio y adaptación acelerada, se requiere de mayor autonomía tanto a las universidades como a los institutos, y eliminar reglamentos hechos para una realidad muy diferente. No puede pretenderse dictar una única forma de ofrecer educación superior en estas nuevas circunstancias.
Los datos de matrícula del primer semestre 2020 en educación superior van reflejando que los estudiantes de niveles socioeconómicos más bajos están siendo los más afectados por esta crisis. Es tiempo de reimpulsar desde el Estado los sistemas de becas y crédito educativo que reduzcan la deserción estudiantil y otros mecanismos que permitan la continuidad de estudios y de operación de las instituciones que están en peligro.
Crisis tan severas como la actual ofrecen oportunidades de cambio extraordinarias. Es necesario dar impulso, sostener el esfuerzo y fomentar las nuevas formas de enseñanza y aprendizaje porque, aunque la emergencia termine, la forma de hacer educación no será nunca igual.
(*) Miembros del Consejo Nacional de Educación