La palabra sexting, acrónimo de sex (sexo) y texting (enviar mensajes), ha cobrado gran popularidad en el lenguaje actual; sin embargo, la idea de lo que representa ya existía mucho antes.
Consiste en enviar contenido erótico a través de dispositivos tecnológicos de manera voluntaria y consentida. Fotos, mensajes, audios o videos, ya sea por redes sociales, correo electrónico o cualquier otra herramienta de comunicación desarrollada para medios digitales.
Probablemente, nunca has usado un sobre de carta, pero durante años ha sido una herramienta que novios han atesorado y esperado. Las personas durante años intercambiaban a través de la escritura sus sentimientos y, como era evidente, no tardaron en buscar formas de decir todo aquello que sintieran o quisieran expresar.
El historiador Simon Garfield, en su libro ‘To the letter’, relata que en la Antigua Roma ya se usaban acrónimos para abreviar las conversaciones. “‘Espero que estés bien, yo estoy bien’, decían al principio de toda carta, hasta que lo acortaron al acrónimo latino SVBEEQV, que significa “si vales bene est, ego quidem valeo”, (si estás bien, eso está bien, todo bien por mi parte)”, afirma Garfield.
Durante el siglo XIX, el romanticismo fue un movimiento que copó los espacios culturales, sociales, artísticos y literarios. En esta etapa, lo romántico superó cualquier límite, sobre ello, existe correspondencia erótica firmada por escritores de talla mundial como Flaubert, Mary Shelley o James Joyce.
Durante la Inglaterra victoriana, muchas personas solían referirse al acto sexual como “asistir a un congreso amoroso”, esta era de hecho la opción más normal para referirse al acto sexual.
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En Francia, por otro lado, una carta para la persona amada no podía terminar sin decir: “La amistad permanece y nunca puede terminar”. En Italia finalizaban con un: “Confío y te amo”. Mientras tanto, en Holanda se esperaba que “el amor dure siempre y nunca muera”. Cuando una persona de Venecia recibía un escrito de amor a la distancia, respondía asegurando estar “muy emocionada, acariciándome por todas partes”.
“Pisar la uva”, “regar el perejil”, “dar pienso”, “endiñar”, “empujar”, “encañutar”, “mojar” o “meter al niño Jesús en el pesebre”, eran algunas de las frases habituales en cartas de amor —con connotaciones sexuales— en España.
“Aquella noche corrí / el mejor de los caminos / montado en la potra de nácar / sin bridas y sin estribos”, decía García Lorca.
Es especialmente desenfrenado el asunto durante la segunda mitad de la década de 1930, en el escenario provocado por la Segunda Guerra Mundial. Garfield explica que los militares en el frente de batalla desarrollaban acrónimos propios, muchos de los cuales eran sexualmente gráficos, los mismos que eran garabateados en los sobres de las cartas de amor.