Mariam Nabatanzi fue obligada a casarse cuando tenía apenas 13 años con un hombre mayor en Uganda, uno de los países más pobres del mundo. Meses después del matrimonio, concibió a sus primeros gemelos; posteriormente, tendría mellizos, trillizos, incluso cuatrillizos. Dio a luz a un hijo solo una vez. Los médicos le dijeron que ningún método de planificación familiar funcionaría para ella.
Ella es una de las millones de mujeres que antes de cumplir 18 años son obligadas a casarse, reflejo de la dura realidad del país africano. Las tasas de fertilidad son mucho más altas en Uganda, el promedio es de 5,6 hijos por mujer, de acuerdo al Banco Mundial. Eso es más del doble del promedio mundial, 2,4 niños.
A sus 42 años ha dado a luz 15 veces y tiene 45 hijos.
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Mariam pronto se dio cuenta de que no era como las demás. Fue a una clínica de salud en la que le dijeron que tenía los ovarios anormalmente grandes, por lo que tenía una condición llamada hiperovulación. También le comentaron que el control de natalidad, en vez de ayudarla, podría representar un problema grave para su salud.
“Su caso es una predisposición genética a hiperovular (liberar múltiples óvulos en un ciclo), lo que aumenta significativamente las posibilidades de tener nacimientos múltiples”, dijo a The Daily Monitor el Dr. Charles Kiggundu, ginecólogo del hospital de Mulago, capital de Uganda.
De acuerdo a Mayo Clinic, compañía de salud privada de EE. UU., “el síndrome de hiperestimulación ovárica grave es poco común, pero puede poner en peligro la vida”. Entre las complicaciones pueden incluir acumulación de líquido en el abdomen o el pecho, coágulos de sangre, insuficiencia renal, torsión del ovario o problemas respiratorio
“Fue la gracia de Dios querer darme (tantos) hijos”, le dijo Mariam, apodada ‘Mamá Uganda’ en su país, un traductor.
“A pesar de ser analfabeta soy capaz de cuidar y criar a mis hijos y, bueno, trato de confiar en la sabiduría práctica que me ha dado Dios”, afirmó Nabatanzi a RT; sin embargo, ella ya no podrá tener más descendientes. Según cuenta, un médico cortó su útero desde adentro.
Mariam tuvo a todos sus hijos con su primer esposo, quien la dejó en 2016, el mismo año que dio a luz a su último hijo. “He crecido llorando, mi hombre me ha hecho pasar por mucho sufrimiento”, dice la madre. “Todo mi tiempo lo he pasado cuidando a mis hijos y trabajando para ganar algo de dinero”, finaliza.
Hoy vive en cuatro casas estrechas hechas de bloques de cemento con techos de hierro corrugado, en un pueblo a 50 kilómetros de Kampala. Mariam ha tenido múltiples trabajos para mantener a sus hijos; ha sido peluquera, recolectora de chatarra, ha vendido hierbas medicinales y elabora ginebra casera.
“Saco dinero de aquí y de allá. Lavo la ropa de la gente para sobrevivir y, a pesar de que soy musulmana, aprendí a elaborar aguardiente casero para tener más ingresos. Recojo hierbas, las proceso y las vendo. Intento curar a las personas de sus enfermedades”, dice Mariam.
“Mamá está abrumada”, afirma Ivan Kibuka, su hijo mayor, de 20 años, quien se vio obligado a abandonar la escuela porque su madre ya no podría costearla.
“Ayudamos en lo que podemos, como cocinando y lavando, pero ella todavía lleva toda la carga de la familia”, finaliza.