La DEA le sigue los pasos a uno de los principales aportantes de su campaña y una grabación la involucra en un circuito de lavado de dinero. El pastor con quien suscribe un pacto público es un homofóbico que habla de la comunidad LGTB como una horda aberrante sin derechos. El líder sindical con quien negocia ha estado en prisión por extorsionar a un secuestrado del MRTA haciéndose pasar por miembro del grupo terrorista. Declara que el Ejército ayuda a Kuczynski y que a la vez obstaculiza la campaña fujimorista; al día siguiente, el Comando Conjunto la desmiente con documentos. Cada gesto de Keiko Fujimori en las últimas dos semanas se revela instantáneamente como una falsedad o como un acercamiento a zonas lumpenescas de nuestra sociedad. En su desesperación de último minuto, cada día parece usar un disfraz nuevo al que se le rompen las costuras. A última hora ha necesitado que Hernando de Soto sea su tutor y su padrino. Esta es la persona a la que el fujimorismo ha preparado durante veinte años para ser candidata, y esto es lo que hace después de tanta práctica. Keiko Fujimori es una pésima candidata, pese a estar en un escenario hecho a la medida de sus sueños. No está capacitada para dirigir un país; ha sido educada para tomar el poder, no para ejercerlo. Y sus metidas de pata de esta quincena demuestran que ni siquiera aquello para lo cual ha ensayado toda una vida puede hacerlo con coherencia y pulso firme. Ponerla en Palacio sería colocar el país en las manos de alguien que confirma semana a semana su incapacidad de gobernar siquiera su propia campaña.