La aberrante condena contra el periodista Rafo León., Algunos pensarán que Rafo León ‘la sacó barata’ ayer, pero, en realidad, la condena que le aplicó la justicia peruana constituye un nuevo baldón en su trayectoria que la pone al nivel de los peores sistemas judiciales del mundo, propio de regímenes dictatoriales. En coincidencia con la conmemoración del día mundial de la libertad de prensa, la jueza del 42° Juzgado Penal, Susan Coronado Zegarra, dictó una sentencia que es, en la opinión libre de esta modesta columna, una aberración jurídica que atropella la ley y que viola el sentido común. Es evidente que la afirmación anterior, teniendo en cuenta los antecedentes de la doctora Coronado por su sentencia de ayer, implica un riesgo elevado, pero sería bueno recordarle a esta magistrada que la constitución permite criticar los fallos judiciales así como a quienes los perpetran. Esto será obvio para cualquiera que lea el artículo ‘¿Qué hacemos con la primita?’ que León escribió en Caretas sobre Martha Meier Miró Quesada por la columna ‘El síndrome de Susy’ que ella publicó en El Comercio cuando se desempeñaba como editora central pero, en la práctica, como directora de facto, posición desde la cual convirtió al diario –en opinión de este columnista– en un chiquero periodístico, algo que ya cambió, para bien, con la nueva dirección. Meir denunció a León y pidió tres años de prisión efectiva y cinco millones de soles de reparación civil, lo cual fue resuelto ayer por la jueza Coronado, quien se reservó el fallo condenatorio y supeditó su condena a la observación de “reglas de buena conducta” por parte de Rafo León. Esta decisión es una vergüenza para el Perú pues lo proyecta ante el mundo como un país atrasado que no respeta derechos elementales como el de la libertad de expresión. ¿Esto es culpa de Meier? Ella es alguien que, en la opinión de este columnista, cree que el coeficiente intelectual de una persona se mide por el número de acciones que heredó en el diario, y cuyo desempeño periodístico la proyecta como alguien que practica el oficio con gran destreza para la bajeza. Pero cualquiera puede recurrir a la justicia si cree que su honra ha sido dañada, por más sobredimensionada que ella la tenga. ¿Es culpa de la jueza Coronado? Es evidente que, en opinión de este columnista, esta jueza tiene un pobre entendimiento de las normas sobre libertad de expresión, pero, al final, la culpa no es de ella sino de un sistema judicial que termina designando magistrados cuyos fallos suelen dejar la duda de si se guiaron por el peso de la ignorancia o del vil metal.