Entre los éxitos que deben reconocerse al gobierno, está su reforma educativa. Desde el 2011 hasta hoy, el presupuesto del sector educación ha crecido casi un 90% en cifras absolutas, pasando del 2.8% del PBI en el 2011 al 3.9% en el 2016. Eso ha permitido financiar las ideas clave del ministro Jaime Saavedra, quien asumió la cartera hace tres años: mejorar los récords de aprendizaje, exigir más de los maestros pero también recompensarlos mejor, y administrar el presupuesto con mayor eficacia, para modernizar la infraestructura educativa estatal. La mecánica de Saavedra no ha sido menos simple (y ambiciosa) que sus metas: se ha rodeado de especialistas y los escucha, de manera que, cada vez que una de sus oficinas centrales toma una decisión, es una decisión técnica con un objetivo educativo claro, y no un despilfarro sin otro objetivo que ostentar un falso avance, beneficiar a un proveedor o dejar contento a un empresario, como fue la costumbre desde Fujimori. Quizás por ello los únicos críticos de Saavedra son negociantes que vivían de comerciar con el ministerio a costa de la educación de los escolares, mientras que incluso el demonizado SUTEP ha aprendido a convivir con las políticas del Estado. Ahora bien, según el programa PISA, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo económico, entre los escolares de quince años evaluados en sesenta y cuatro países del mundo, los peruanos aún ocupan el último lugar en lectura y ciencia y el penúltimo en matemáticas. Cortar la reforma de este gobierno y del ministro Saavedra solo nos aseguraría ocupar ese lugar para siempre.