En el último debate presidencial y en sus declaraciones posteriores Pedro Pablo Kuczynski hizo todo lo que tenía que hacer. Dividió el campo político peruano en dos: quienes están a favor de la democracia y quienes buscan el regreso a la dictadura. Dividió el campo social en dos: quienes procuran construir una comunidad nacional fraterna y progresista y quienes están dispuestos a abandonar la democracia para dar lugar al narcoestado. Dividió el campo ético en dos: quienes están a favor de perseguir todas las culpas y condenar todos los delitos y quienes fomentan la corrupción y la impunidad como costumbre general. Por añadidura, dejó en claro que una cosa es hablar de lo que se conoce y otra cosa es paporretear un guión que uno mismo no comprende, que una cosa es buscar la presidencia como último trabajo en un largo currículum y otra es querer la presidencia como primer trabajo en un currículum vacío, y como representante de los intereses más oscuros que sea posible imaginar. El domingo, Kuczynski dejó de ser el candidato de la derecha democrática para convertirse en el candidato de la sociedad civil y abrió las puertas a la coalición más amplia que es posible en estas circunstancias, “izquierda, centro y derecha”, siempre que estén de acuerdo en que la vida del país debe seguir el rumbo de la ley y responder a una transparencia institucional. Así las cosas, solo se espera el anuncio del ingreso de Julio Guzmán al equipo de Kuczynski y la adhesión pública de Verónika Mendoza y Alfredo Barnechea al voto explícito a favor de PPK para que el Perú se salve de una nueva dictadura fujimontesinista.