Las danzantes de tijeras de Ayacucho y Huancavelica se abren paso en este baile ancestral. Entrenan, compiten y ahora enseñan a las nuevas generaciones. Se someten a lo más rudo. Y nunca sienten dolor.,El poder de las danzantes ,El poder de las danzantes ,El poder de las danzantes ,Palomita era la danzante con la que nadie quería bailar. A los 23 años, todos los domingos, buscaba duelos de tijeras en un local de San Juan de Miraflores. A las tres de la tarde, cuando llegaba al lugar, le pedía al organizador que la incluya en el programa de enfrentamientos. "Voy a ver quién quiere bailar contigo", le respondía el animador sin mucha esperanza. Pasaban una, dos, tres horas hasta que eran las ocho de la noche. Y Palomita seguía ahí, vestida con su traje de bordados, zapatillas de tela, y el sombrero despegado de su cabeza. Nadie quería pararse frente a ella. El único que lo hacía era Pachakchaki de Coracora, su maestro. "¡Cómo voy a bailar con una mujer!", recuerda que comentaban los danzantes. Decían que era poco para ellos, que era una humillación. Palomita quería bailar una danza a la que no era bienvenida. —Ahora los chicos me tienen miedo. Ya tengo un lugar. PUEDES VER: Ayacucho tendrá su segunda universidad pública en Huanta Trece años después, Palomita de Puquio alza el vuelo. Cuando llega a los locales de siempre, no pide que la programen para las competencias. La danzante se acerca a cada compañero para proponerle un duelo. "¿Una chiquita?", les dice. Los amigos demoran en responder. Otros adelantan el "me vas a ganar". "Sí, me pasean, pero no por machismo. Piensan que les voy a ganar", dice triunfadora la danzante que aún tiene problemas para conseguir con quién bailar. —La danza de tijeras es sangre. Y la sangre no manda si eres varón o mujer. Solo se lleva. Pasos de mujer Yawar Nina no para de reírse. Por primera vez, la danzante de veinte años está en la cima del cerro San Cristóbal, en el Rímac. Está parada sobre una roca que mira al abismo. Tiene el pie derecho fijo en la piedra y el izquierdo estirado hacia el cielo. "Si me caigo, me pueden enterrar por aquí nomás", bromea. Se divierte con el vértigo. Y se ríe. Luego, en una losa del mismo cerro, empieza a dar saltitos cerca del precipicio. Los espectadores gritan. Ella vuelve a reírse. Yawar Nina jura que no tiene miedo. Hace aspas de molino e intenta pararse de cabeza sobre la pista del San Cristóbal. Pero se cae. Palomita le dice que el "apu" es poderoso. "En otras pistas me paro normal. Pero en este cerro hay 'puntitas' que incomodan. No me deja". Palomita mira a Yawar Nina e insiste en el poder del "apu". —La danza de tijeras es el entendimiento con la naturaleza, con el agua, el río, el sol, los cerros. Por eso, cuando el danzante llega a un lugar, siempre debe chacchar su coca, fumar su cigarro, llevar un traguito virgen y echarlo a la tierra. Porque esta tiene vida. Si el danzante se burla de algún lugar, ¡olvídate! Sales enfermo. —¡Hasta te desmayas! —interrumpe Yawar Nina. —La sierra es sagrada. La tierra es sagrada. La danza de tijeras es algo mágico. La danza de tijeras es una manifestación cultural, originaria, indígena, en la que los pies del dansaq, las dos láminas de metal, los sonidos del arpa y del violín deben seguir un solo ritmo. Las tijeras no dejan de moverse, no tocan el suelo. Los danzantes llevan en su memoria todas las melodías. Este baile y ritual mágico-religioso —originario de Ayacucho, Huancavelica, Apurímac y el norte de Arequipa— fue reconocido por la Unesco como Patrimonio cultural inmaterial hace siete años. "Pero para practicarlo hay que tener raíces. Si no eres del lugar, no tienes el aire ni la destreza", dice Elizabeth López 'Palomita', vecina de Pamplona Alta, hija de ayacuchanos, integrante del Centro Cultural de Danzantes de Tijeras Taky Onqoy. Pero no es la única. Según Mauro Gamboa García, presidente de la Confederación Nacional de Danzantes de Tijeras y de Músicos del Perú, cerca de 860 personas practican este baile ancestral. La mayoría son hombres. Sin embargo, las mujeres —warmi dansaq— empiezan a ganar un lugar. El mismo baile, la misma dificultad, los mismos retos. Lo diferente son los trajes, las medias, los sombreros. Las damas usan medias pequeñas y blancas. Se colocan sombreros en lugar de monteras (el gorro de varones). Y, en Huancavelica, llevan falda y una banda en el pecho. —La danza ahora está completa. Siempre está el hombre y la mujer. Las tijeras son hembra y macho. El apu es hembra y macho —dice Elizabeth, quien apareció como danzante en el documental Sigo siendo (2013). Sangre caliente Hace cinco años, en Mala (Cañete), un hombre inscrustaba delgados metales en la piel de Palomita. En el rostro de la danzante no había lágrimas, ni molestias. Seguía de pie, como si fuera un mero trámite. A un lado, Accaruhaycha de Huancavelica, su rival, esperaba su turno. Lo que hacía Palomita era una prueba de sangre, una de las secuencias finales y más peligrosas del duelo de tijeras. Es la continuación de los bailes y acrobacias. Un periodo en el que los danzantes "demuestran" su fuerza: comen animales; se recuestan sobre espinas; atraviesan metales en sus brazos, donde luego cuelgan cajas de cerveza. El resultado cambia según la circunstancia: hay aplausos en el público y heridas en el cuerpo. Lo que no hay —según Palomita— es dolor. "No duele porque en ese momento estás con la sangre caliente. En la danza de tijeras avanzas poco a poco. Haces números más fuertes y la sangre va hirviendo. El oponente te reta, la sangre se calienta, ya no te duele nada". Por su tierra —Yo soy la danzante más fuerte de Huancavelica. Yawar Nina, de veinte años, tiene una tijera en la mano derecha,un pañuelo en la izquierda, una cruz con lenguas de fuego estampada en su espalda y una banda que dice 'La sanguinaria'. Luzmila Soto, como se llama esta danzante, se confiesa débil en "situaciones sentimentales". A los 13 años fue locutora de radio, y esta semana comenzará con sus clases de Cosmetología. Con su voz delgada dice que es fuerte. Es la única mujer danzante en el distrito Aurahuá, provincia de Castrovirreyna, en Huancavelica. En sus tres años bailando, ha recibido medallas de oro, se ha colgado tres veces de una cruz, y otras boca abajo, sostenida por metales. "Es un reto, una competencia. Es un patrimonio cultural y no quisiera que se pierda", dice la integrante de la Asociación Puca Huayra. Asiri Sonqo (Corazón sonriente) también baila por Huancavelica, su tierra. La fotógrafa Galia Gálvez acaba de encontrar en la danza de tijeras una forma de romper sus limitaciones, de medir su fuerza, y de sobreponerse. Pero antes de este hallazgo, caminó. A fines de julio del año pasado, decidió recorrer el nevado de Huaytapallana (Junín), el sitio arqueológico Tunanmarca, la mina Santa Bárbara y el cerro Señor de Oropesa (Huancavelica). "Me reconecté con lo que había perdido de Huancavelica", dice. De regreso a Lima, la ciudad donde creció, decidió plasmar la iconografía de su región en la tela. Creó una marca de polos: Wankawillka. Allí utilizó las imágenes de Los Negritos de Huancavelica, de la mina Santa Bárbara, de la orquídea más alta del mundo (Inkill), y de los danzantes de tijeras. Para graficar a estos últimos utilizó la imagen del danzante Qaqaniti de Puquio, quien días después del lanzamiento —en agosto pasado— se comunicó con ella ofreciéndole clases con tijeras. El sábado pasado, Palomita cumplió sus trece años como danzante. El resultado de la celebración: ocho cicatrices en los brazos y moretones en las piernas. Yawar Nina tiene pequeños orificios en los labios y diez en la lengua. "No nos enfrentamos porque tenemos ganas de hacerlo. Es solo una secuencia de la danza de tijeras. Siempre hacen esas pruebas en Ayacucho". Después de los enfrentamientos sigue la rutina regular: pastillas, agua caliente y horas de sueño. A Palomita la llamaron así por lo dócil que era. "Debí llamarme distinto", bromea. Ahora alista el nombre de su primera discípula; una niña de siete años. "La danza es pasajera, pero no morirá por ellas". En sus estudiantes están sus nuevos pasos.